El Dios de la Revelación

Autor: Padre Juan Carlos Navarro

Sitio Web: www.elescoliasta.org



4. El Dios de la Iglesia

 

El Espíritu Santo

El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.

En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:

Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión)

CIC 731-732

La comprensión de la muerte y resurrección de Jesús no fue una reacción súbita de sus seguidores, sino el resultado de una labor de reflexión a lo largo de los primeros años de la Iglesia. No podía ser de otra manera, para llegar a la comprensión y vivencia plena del sentido de la cruz es necesario el Espíritu Santo, sólo en él se hace realidad la unidad de Jesús con Dios y la unidad de los cristianos con Jesús. La acción del Espíritu en la vida de la Iglesia se irá descubriendo como consecuencia de su función mediadora entre el Padre y el Hijo, porque si el Espíritu no fuera constitutivo de la unidad divina, su acción salvadora en el mundo será un añadido accidental, ya que la única salvación del hombre es Dios mismo. El Dios cercano a los hombres en Jesús se hace interior a ellos en el Espíritu Santo, en el que los primeros testigos de la resurrección experimentan una nueva vida, una salvación no solo ofrecida, sino realizada. En el Nuevo Testamento el libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta la realidad y la acción del Espíritu Santo en forma narrativa, pero los grandes teólogos del Espíritu Santo son Pablo y, sobre todo, Juan.

Para Pablo los cristianos vivimos en Cristo por obra del Espíritu Santo que está indisolublemente unido tanto a Cristo como a su obra, la Iglesia. La presencia del Espíritu Santo nos hace pertenecer a Cristo resucitado, y esta conciencia es tan fuerte en Pablo que en ocasiones llama al Espíritu Santo Espíritu de Cristo. De esta forma la existencia cristiana es vida en el Espíritu hasta el punto de que, en alguna ocasión, no se distingue claramente cuándo habla del espíritu de los hombres y cuándo del Espíritu de Dios (Rom 8).

El gran texto pneumatológico de Juan está en los capítulos 14-16 de su Evangelio. En torno al Espíritu la idea central de estos capítulos es que la enseñanza de Cristo permanece presente a través del Espíritu Santo, que nos la recuerda. A través del Espíritu Santo Cristo con tinúa su obra de salvación. Otro texto clave es Juan 7,39: “No estaba todavía el Espíritu porque Jesús no había sido todavía glorificado”. Hay una continuidad fundamental entre la acción de Cristo y la del Espíritu Santo. Si tenemos en cuenta el resto del testimonio de este Evangelio podemos comprender que no se trata de que el Espíritu sustituya la presencia de Cristo, sino que es precisamente el Espíritu el que testimonia que Cristo sigue presente y hace posible su presencia en la Iglesia.

En Juan se ponen las bases para una primera comprensión reflexiva del Espíritu Santo como distinto del Hijo y del Padre, pero indisolublemente unido a su acción salvadora. Este Evangelio comienza a clarificar la personalidad distinta del Espíritu Santo, y lo hace principalmente de dos formas: distinguiendo entre la acción de Cristo y la del Espíritu y usando el apelativo Paráclito.

Juan distingue entre lo que hace Cristo y lo que hace el Espíritu y, al mismo tiempo que diferencia sus respectivas obras, mantiene entre los dos un gran paralelismo. Si se dice que el Hijo glorifica al Padre (Jn 17,4), también se afirma que el Espíritu glorifica al Hijo (Jn 16,14). Lo mismo ocurre al tratar el tema de la manifestación: El Hijo da testimonio del Padre (Jn 17,6-8) y el Espíritu da testimonio del Hijo (Jn 14,26; 15,26). Aparece por una parte una diferencia entre Hijo y Espíritu y al mismo tiempo una unidad dentro de una misma continuidad de la acción reveladora de ambos.

El Espíritu Santo es llamado en Juan Paráclito (14,26; 15,26; 16,7). Esta palabra griega significa “el llamado en auxilio” y se aplica tanto al abogado que defiende una causa como al intercesor que usa su influencia a favor de un acusado. El contexto en el que Jesús usa este apelativo es cuando está hablando de las persecuciones que van a sufrir sus discípulos tras su muerte, que se describen como un juicio. En esa situación el Paráclito estará junto a ellos para defender su causa refutando al mundo. Tiene, en relación a los discípulos, una función paralela a la que tiene respecto a Jesús: realizar su unión con el Padre a pesar de la dificultad.

Concluyendo podemos afirmar que los acontecimientos de la Resurrección y Pentecostés son necesarios para llegar a conocer el misterio del Espíritu Santo, pero la reflexión teológica no está madura aún en la época del Nuevo Testamento, será necesaria la experiencia de la vida de fe de la Iglesia para llegar a una conciencia refleja de su ser. Lo que tenemos es una experiencia completa de la acción de Dios por el Espíritu Santo, pero sólo el comienzo de la expresión terminológica y reflexiva de esa experiencia (cf. CIC 691-701).

Las primeras fórmulas breves de fe

La reflexión trinitaria no es, con todo, ajena al Nuevo Testamento. Ya hemos visto como hay unas primeras comprensiones de la realidad viva de Dios que tienen su origen en la experiencia del Resucitado en la Iglesia. También podemos encontrar las primeras expresiones sintéticas de la fe trinitaria de la Iglesia que se irán desarrollando progresivamente: son las primeras fórmulas breves de fe en las que comienza a despuntar la comprensión del misterio trinitario de Dios. En el Nuevo Testamento hay dos tipos principales de confesiones de fe: son cristológicas aquellas que presentan sólo el núcleo de la fe en torno a Cristo, en las fórmulas de fe con varios miembros comienzan a aparecer explícitamente Dios Padre y el Espíritu Santo.

Las fórmulas cristológicas más simples se componen únicamente del nombre de Jesús unido a un título que expresa el significado de Jesús para los cristianos. Se aplican diversos títulos que da idea de la riqueza de contenido que la fe de los primeros cristianos encuentra en Jesús: Jesús es Señor (Rom 10,9; Flp 2,11; 1Cor 12,3), Jesús es el Cristo (Hch 18,5.28; 1Jn 2,22), Jesús es el Hijo de Dios (Hch 8, 37). El contexto vital de estas formas de expresar la fe es la aclamación litúrgica, son una especie de lemas que sirven para expresar de forma rápida y concisa el núcleo de la fe en las celebraciones cristianas. Estos títulos se consideran propios y distintivos de Jesús, y llegan a estar tan unidos a él que, en el caso de Cristo, terminan convirtiéndose en una simple aposición al nombre. Lugar particular merece también el título “Señor”.

En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por "Kyrios" ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).

CIC 446

El uso de “Señor” como título de Jesús conduce a la aplicación a Jesús de dichos del Antiguo Testamento en que Señor es inequívocamente una designación de Dios. Jesús es Señor, pero no en competencia con el Padre, sino para gloria del Padre (Flp 2,11), no es el que quiere arrebatar su señorío a Dios, sino el que devuelve a Dios su señorío sobre el mundo. Todo viene del Padre y vuelve a él por medio del señorío de Cristo (1Cor 8,6).

Existen también unas fórmulas cristológicas más desarrolladas, son las de tipo kerigmático, en las que se narra el acontecimiento de Jesús insistiendo en su muerte y resurrección. Éstas aparecen sobre todo en los discursos del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 14-39; 3,12-26; 4,9-12; 5,29-32; 10,34-43; 13;16-41), pero también en Pablo (1Co 15,3-5). Tenemos también en Juan una fórmula que está a medio camino entre el tipo cristológico y el kerigmático (“Jesucristo venido en la carne” 1Jn 4,2 y 2Jn 7). El contexto vital en el que aparecen estas formas de expresar la fe es la enseñanza cristiana, su función es transmitir lo fundamental de la fe a los nuevos cristianos.

En las fórmulas de fe con varios miembros ya no se habla sólo de Jesús. El primer grupo son las fórmulas binarias, donde se menciona a Dios Padre y a Jesús, tenemos varios ejemplos de ellas en las cartas de Pablo (1Cor 8,6; 1Tim 2,5-6 y 6,13). El contexto vital en el que se desarrollan estas fórmulas es posiblemente el de la misión entre los judíos, ante los que es fundamental unir a Dios Padre y a Jesús, que no es un competidor de Dios, sino su colaborador perfecto.

Finalmente hay fórmulas ternarias en las que aparecen explícitamente Padre, Hijo y Espíritu (1Cor 12,4-6; Ef 4,4 y Mt 28,19-20). Estas fórmulas aparecen en contexto bautismal y catequético, son usadas tanto para introducir a los nuevos adeptos en la vida de la Iglesia como para transmitirles un resumen breve de la fe recién aceptada.

No debemos pensar que todo esto es una evolución uniforme. Aunque es bastante probable que la evolución haya ido de las formas más simples a las mas complejas no podemos garantizar la mayor o menor antigüedad de cada una de ellas, aunque el movimiento general, por lógica, debe haber llevado desde lo más sencillo a lo más complicado. Por eso podemos concluir que en la Iglesia se produce un proceso de reflexión sobre la fe que va por el camino de una progresiva distinción entre Padre, Hijo y Espíritu en Dios. Este proceso está motivado por las necesidades vitales de los primeros cristianos (celebración, predicación, catequesis...). La reflexión trinitaria comienza a ser la respuesta a la necesidad de vivir y transmitir la fe que irá cristalizando en formas cada vez más precisas (cf. CIC 185-197).

  1. Haz un elenco de los versículos donde se menciona al Padre y al Espíritu Santo en Jn 14-17. A partir de esa lista haz una exposición de lo que se enseña en estos capítulos sobre cada uno de ellos.

  2. Haz un esquema de los distintos tipos de fórmulas breves de fe que aparecen en el Nuevo Testamento.