El fax de siminipuche

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Don Hermes sería un patriarca completo en los tiempos que corremos si no se afeitara la barba cada ocho días. No sabe leer ni escribir, pero tiene una capacidad organizativa encomiable. Es afable y bondadoso. Todo el mundo le quiere. Sabe cuidar por igual de su larga familia y de sus chivos, en el caserío de Siminipuche.

Siminipuche, tiene cadencia fonética, si se pronuncia paladeándolo. Nombre indígena por lo demás, como puede verse. Y, por supuesto, no tiene luz ni agua corriente. El agua la traen desde el río Tocuyo, a motor de gasoil. Región agreste y montaraz, donde la principal riqueza son los chivos, sufridos habitantes de esta región llena de nopaleras.

La misión fue una fiesta, el mayor acontecimiento para esta buena gente, sumergida en una especie de letargo permanente que el fuerte calor impone.

Rodeados ellos, y rodeado yo de chivos, no me fue difícil hablarles del rebaño de Cristo. Pastor y rebaño, rebaño y pastor, les es figura muy familiar. Ovejas no había, de modo que no les hablaba del rebaño de Cristo citando a las ovejas, sino a los chivos. El rebaño eran los chivos. Y todos buenos. Todos a la derecha de Cristo el día del juicio final.

En Siminipuche, la vida de cada día es un poema a la calma suspendida en la quietud del tiempo. Sobran los relojes. Abundan los chinchorros o hamacas. El calor invita al descanso. Incomunicados del mundo circundante, sin agua corriente, sin teléfono, sin luz, sin nadie que moleste, lo dicho, la vida es un poema.

Coincidió esta misión en tiempo de cambios de personal para los misioneros en sus comunidades. Dentro de la campaña de misiones que estábamos dando, a los misioneros nos dieron unos días de descanso. Cada quien desde el lugar de misión nos desplazamos a Maracaibo. 

Llegué cuando los demás compañeros estaban cenando. Con la seriedad y aplomo que las circunstancias requerían les dije, como noticia esperada y de última hora:

—¿Sabéis...? Acabo de recibir en Siminipuche un fax, anunciando los cambios de personal que todos estamos esperando.

—¡Cuenta, cuenta...!

Hice una pausa, creando expectativa y suspense. ¡Qué emoción en el ambiente!

—Pues sí... ¡A varios de vosotros os han nombrado superiores! ¡A ver si lo encuentro!

Hice ademán de buscar el fax en la cartera de mano.

—¡Dónde lo habré metido...!

Como el imposible fax no aparecía entre los demás papeles, algunos comenzaban a impacientarse.

—¡Es igual! ¡Dílos de memoria...!

—¡Calma, calma, muchachos...! ¡Además, sucede que a casi todos os cambiado de comunidad...!

—¡Cómo va a ser!

—¡Qué queréis que os diga. Es lo que dice el fax...!

En ese momento, justo en ese momento, fue cuando a alguno se le encendió la chispa, y saltó:

—¡Pero qué fax ni ocho cuartos! ¡Si en Siminipuche no hay luz, cómo va a haber fax...!

¡Ave, María! ¡Qué alboroto se armó! Tras la expectación se pasó a la hilaridad y de la hilaridad a la celebración festiva.

A esa hora, en Siminipuche, sin luz, sin agua corriente, sin teléfono, sin fax, chivos y gentes descansaban bajo un cielo rutilante de estrellas.