Semblanza de san Alfonso Mª de Ligorio

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es  

 

 

1.- Croquis cronológico.

 

San Alfonso nació en Marianella cerca de Nápoles el 27 de septiembre de 1696.

 

Primogénito de siete hermanos, cuatro varones y tres niñas, sus padres fueron: Don José, Marqués de Liguori y Capitán de la Armada naval, y Doña Ana Cavallieri.

 

A los 16 años, caso prácticamente excepcional, obtiene el grado de doctor en derecho civil y canónico. Comenzó a ejercer como abogado obteniendo sobresalientes triunfos, y un providencial y discutible fracaso, que fue clave para su vocación sacerdotal y misionera.

 

Si Alfonso significa “listo para el combate”, a fe que fue un gran combatiente, defensor de la fe, y amante de las almas.

 

Se ordena sacerdote el 21 de diciembre de 1726 a los 30 años, dedicándose desde entonces a trabajar con las gentes de los barrios marginales de Nápoles. Funda las “Capillas del atardecer”, que eran reuniones al aire libre con la gente más marginada, compuesta y organizada sobre todo por jóvenes. Estas “capillas” son lugares de oración, de comunidad, de escucha de la Palabra de Dios, de actividades sociales y de formación. A su muerte, serían ya 72 las capillas activas con más de 10.000 miembros.


El 9 de noviembre de 1732 fundó, junto con otros sacerdotes, la Congregación del Santísimo Redentor (o Padres Redentoristas).


En 1762, a la edad de 66 años, Alfonso fue consagrado obispo de Santa Ágata dei Goti.

Quedó aterrado por el nombramiento, y de inmediato dijo que renunciaba a tal honor. El Papa, naturalmente, no le aceptó la renuncia. Entonces Alfonso dijo: “Cúmplase la Voluntad de Dios. Acepto este sufrimiento por mis pecados”. Tenía 66 años.

Trece años estuvo de obispo. Visitó cada dos años los pueblos. Hizo predicar misiones en todos los pueblos de la diócesis. Y en cada misión, él mismo solía predicar el sermón de la Virgen, o bien, el de la clausura.

Vino el hambre y vendió todos sus utensilios, hasta su sombrero y anillo y la mula y el carro del obispo para dar de comer a los hambrientos.

 

Escritor muy prolífico. Al morir dejó 111 obras, entre libros y opúsculos impresos y 2 mil manuscritos.

 

De sólida formación, estudia lenguas clásicas y modernas, pintura y música. Compone el “Duetto” sobre la Pasión, la famosa canción navideña, “Tu scendi dalle stelle”, y otros cantos. Y realizó varios cuadros de pintura.


En 1775, por razones de salud, presenta y se le acepta la renuncia a la diócesis, retirándose a la comunidad redentorista de Nocera dei Pagani donde muere la noche del 31 de julio al 1 de agosto de 1787 dos meses antes de cumplir 91 años.

La beatificación tuvo lugar en 1816. El Papa Gregorio XVI, lo declara Santo en 1839. El Papa Pío IX, Doctor de la Iglesia en 1875. Y Pío XII, Patrón de Confesores y Moralistas en 1950.

2.- Breve semblanza de Alfonso.

En 1729, a los 33 años de edad, deja la casa paterna, donde según costumbre de los sacerdotes diocesanos de entonces, vivía con sus padres, y fue de capellán al Colegio de los Chinos, en Nápoles, que era un seminario donde se preparaban los misioneros para ir a China.

Allí comienza su experiencia misionera, que culmina el 9 de noviembre de 1732, cuando Alfonso funda la Congregación del Santísimo Redentor, popularmente conocida como “Los Redentoristas”.

Su objetivo: anunciar la Buena Nueva a los pobres y a los más abandonados espiritualmente, siguiendo el ejemplo de Jesucristo.

 

La vida de Alfonso fue larga y fecunda, como misionero y como escritor. Una vida plena, no exenta, por otro lado, de los achaques propios de cualquier persona, tanto en el orden físico como espiritual.

Hacia el final de su vida también tuvo que pasar su “noche oscura” sobre todo por las dudas de fe que le asaltaban. Fue su época de escrúpulos.

 

Hay también un episodio en un momento de su vida que ha sido siempre muy comentado.

Resulta que, al terminar de celebrar la misa el 21 de septiembre de 1774, Alfonso se desmaya y queda inconsciente por 24 horas. Cuando regresa en sí, dice a los presentes: “He estado asistiendo al Papa, que acaba de morir”.

¿Un caso de bilocación? El Papa Clemente XIV murió, en efecto, el 22 de Septiembre de 1774.

 

3.- Alfonso escritor.

 

Alfonso escribe 111 obras, fundamentalmente sobre espiritualidad y teología. Se calculan en 21.500 las ediciones y traducciones de sus obras a más de 70 lenguas.

Obras muy conocidas, son: El gran medio de la oración, Práctica del amor a Jesucristo, Las Glorias de María, Visitas al Santísimo Sacramento.

Uno de sus libros más famosos, a nivel popular, Las Glorias de María. Para redactarlo, comenzó a recoger materiales cuando tenía 38 años de edad. Terminó de escribirlo a los 54 años, en 1750.

Mención aparte, la obra magna de la Teología Moral. Nace, sobre todo, de su experiencia pastoral, y de la necesidad de presentar la moral desde un Evangelio liberador, en contra del jansenismo opresor.

 

En 1748 publica Alfonso en Nápoles la primera edición de su “Teología Moral”. La segunda edición apareció entre los años 1753 y 1755.

 

Se opone al estéril legalismo que ahogaba a la teología y a los cristianos. Rechaza un rigorismo que, aunque propio de la época, no dejaba de ser el producto de una elite de poder, y que tanto oprimía las conciencias. Argumenta: “Semejante rigor nunca fue enseñado ni practicado por la Iglesia”. Opta por la dignidad de la persona humana, de la conciencia moral, y de la misericordia evangélica.

 

Cuando en 1750, los Jansenistas comienzan a divulgar que la devoción a la Santísima Virgen era una superstición, Alfonso, gran devoto de la Santísima Virgen, defiende a Nuestra Señora, publicando el libro que tan famoso se hizo: “Las Glorias de María”.

 

4.- Alfonso abogado.

 

Tuvo lugar un famoso litigio, que terminó en los tribunales, entre dos contendientes: el Doctor Orsini y el gran duque de Toscana. Alfonso, abogado, llevaba y defendía el caso de Orsini. Su exposición fue brillante. Estaba convencido de haber obtenido el triunfo para su defendido. No fue así. Apenas terminada su intervención, se le acerca el jefe de la parte contraria, le alarga un documento. En él se demostraba que Alfonso había apoyado (sin saberlo), lo que era falso.

 

Alfonso lo lee, y no se lo puede creer. Pero al fin exclama: “Señores, me he equivocado”. Se levanta y sale de la sala. Eso cambió su vida radicalmente.

 

En su interior, una idea: “Mundo traidor, ya te he conocido. En adelante no te serviré ni un minuto más”.

Para reflexionar, se dirige a la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced y ante el sagrario promete dejar el mundo. Como señal de su palabra y compromiso deja su espada ante el altar de la Virgen.

 

5.- Alfonso sacerdote.

 

A su padre no le hizo ninguna gracia que Alfonso se hiciera sacerdote. Disfrutaba oyendo sus discursos de abogado.

Un día, llevado de la curiosidad, entra a la iglesia a escuchar una de sus pláticas. De pronto se siente emocionado. Sin poderse contener exclama: “Este hijo mío me ha hecho conocer a Dios”. Se acabaron las hostilidades entre padre e hijo.

 

Alfonso fue un gran devoto del Santísimo y de la Virgen. Rezaba el rosario completo todos los días.

 

Siendo ya anciano, si no estaba seguro, o la memoria se le iba, preguntaba: “¿Ya hemos rezado el rosario? Perdonadme, pero es que del Rosario depende mi salvación”.

Y cuando estaba enfermo, pidiendo la comunión, decía: “Por favor, traedme, a Jesucristo”.

 

6.- Alfonso predicador y confesor.

 

Alfonso, personalmente, durante 30 años, con su equipo de misioneros, se dedica a recorrer los campos, pueblos, y ciudades. Cada misión solía durar 15 días. La predicación tenía que llegar a todos los grupos y estamentos de la sociedad. Nadie debía quedarse sin ser instruido y atendido espiritualmente.

 

Alfonso es el hombre del siglo XVIII, el siglo de la Iluminación. El gran historiador protestante, Von Pastor, dice: “Alfonso fue el hombre más grande que dio el siglo XVIII”.

 

Fue un siglo donde estaba de moda una predicación plúmbea, florida. Mucho culto a la vanidad. También estaba fuerte el jansenismo.

 

Alfonso combatió este tipo de predicación, florida, retórica, que halaga los oídos, pero no cambia el corazón. Y combatió el rigorismo jansenista, aplicado sobre todo en los confesionarios.

 

Alfonso fue el hombre de la “benignidad pastoral”. Fue el gran misionero para el pueblo.

 

Predicaba con sencillez. Decía a sus misioneros: “Emplead un estilo sencillo, pero trabajad a fondo vuestros sermones. Un sermón sin lógica resulta disperso y falto de gusto. Un sermón pomposo no llega a la masa. Por mi parte, puedo deciros que jamás he predicado un sermón que no pudiese entender la mujer más sencilla”.

 

7.- Una vida con sinsabores.

 

La larga vida de Alfonso no estuvo libre de sinsabores.

La aprobación papal de la Congregación, conseguida en 1749, necesitaba también la del gobierno de Carlos III de Nápoles.

Se inicia el proceso de la aprobación por parte de los políticos. Este proceso hace a Alfonso víctima de oscuras e interesadas maquinaciones.

Tras varios años de tramitaciones, la regla de su congregación es finalmente aceptada, pero con sustanciales cambios que traicionan su espíritu original. Naturalmente, Alfonso no puede estar de acuerdo, y hacer los retoques pertinentes.

Este hecho fue aprovechado por sus detractores, y así, en 1777, los Redentoristas son atacados de nuevo, consiguiendo que el Papa dicte varios decretos en su contra. Con lo cual, Alfonso se ve expulsado de su propia congregación.

Esto trajo consigo la división de la congregación, sumiendo a Alfonso en una profunda pena.

8.- La Congregación Redentorista.

 

En el plan de Dios las cosas no suceden por casualidad.

 

Alfonso estaba siendo un abogado brillante. Cuando “perdió” el pleito que defendía a favor de los Orsini, en los tribunales, (y lo de “perder” hay que ponerlo entrecomillado, porque se reconstruyó el juicio y se vio que la razón asistía a Alfonso), supuso un cambio radical para su vida, y una incidencia importante e histórica en la vida de la Iglesia.

 

Como hemos visto, Alfonso se hizo sacerdote. Pues bien, en 1730 el Obispo de Castellamare, Monseñor Falcoia, invita a Alfonso a predicar unos ejercicios en un convento de religiosas en Scala.

 

Este hecho, en sí insignificante, tuvo enormes consecuencias. En primer lugar, ayudó a discernir a las religiosas una supuesta revelación que había tenido la Hna. María Celeste. En segundo lugar, dio origen a la fundación de las Madres Redentoristas, y en tercer lugar, dio origen también a la fundación de los Misioneros Redentoristas.

 

En efecto, el día de la transfiguración de 1731, las religiosas vistieron el nuevo hábito, dando comienzo también a una clausura estricta y a una vida religiosa y penitencial.

Fue el comienzo, decimos, de la Orden de las Madres Redentoristas.

 

Al año siguiente, 1732, Alfonso vuelve a Scala, y con la ayuda y colaboración de un grupo de laicos, a los 36 años funda la Congregación del Santísimo Redentor, cuya primera casa pertenecía al convento de las religiosas.

Alfonso, obviamente, fue el superior inmediato, y Monseñor Falcoia el director general de la nueva Congregación que comenzaba a nacer.

 

Efectivamente, el 9 de noviembre de 1732, reunido con otros sacerdotes en Scala, Alfonso funda la Congregación del Santísimo Redentor (o Misioneros Redentoristas).

Su idea es clara y precisa: A imitación de Jesús se dedicarán a recorrer ciudades, pueblos y campos predicando el evangelio. Su lema, el de Cristo: “He sido enviado para evangelizar a los pobres”.

 

Su sistema, práctico y eficaz, empleado para evangelizar y llevar la Buena Nueva a las gentes más abandonadas espiritualmente: las Misiones Populares.

 

En 1743, al morir Mons. Falcoia, San Alfonso vuelve a ocuparse de su congregación como superior general y se encarga de redactar las constituciones.

 

La Congregación fue aprobada por Benedicto XIV el 25 de febrero de 1749.

 

9.- Copiosa Redención.

 

Hemos visto que los retiros que Alfonso predicó en Scala, fueron causa casi primera y sin duda providencial para fundar la Congregación.

 

No obstante, Alfonso conocía el terreno, porque lo había visitado con motivo de unas vacaciones. Vio, en directo, cómo vivía la gente, sobre todo los pastores; vio su pobreza, su hambre de Dios, y la escasez de sacerdotes que les llevaran el pan del Evangelio.

 

Para Alfonso Scala fue un icono de la realidad. Scala significó pobreza. Significó hambre de Dios.

 

Antes de ir a evangelizar él, por medio de la Congregación que, en los planes de Dios, ahí mismo estaba a punto de nacer, Alfonso fue evangelizado por la realidad cruda que vio en Scala. Regresó a Nápoles, donde sobraban sacerdotes, pero parte de su corazón se había quedado con aquellas gentes.


No, que en Nápoles no hubiera pobreza, pero había quién podía ayudar a los pobres y ayudar a salir de la marginación social. En cambio, en Scala no había quién ayudara.

 

Hoy, los Misioneros redentoristas, bajo el lema “Copiosa apud eum Redemptio” (“abundante redención en Cristo”), continúan el carisma de Alfonso en la Iglesia y en la sociedad. Y así, en las Constituciones se dice: “Los redentoristas son apóstoles de fe robusta, de esperanza alegre, de ardiente caridad y celo encendido. No presumen de sí y practican la oración constante. Como hombres apostólicos e hijos genuinos de san Alfonso, siguen gozosamente a Cristo Salvador, participan de su misterio y lo anuncian con la sencillez evangélica de su vida y de su palabra, y por la abnegación de sí mismos se mantienen disponibles para todo lo arduo a fin de llevar a todos la redención copiosa de Cristo”. (Constituciones n. 20).


Los Redentoristas tratan de practicar una clara opción por los pobres, afirmando su dignidad y su grandeza ante Dios, convencidos de que la Buena Nueva del Señor se dirige a ellos de modo especial.

 

Hoy, los Redentoristas, que han conocido mejores tiempos, son todavía alrededor de 5.500. Trabajan en 77 países de los cinco continentes, ayudados por muchos hombres y mujeres que colaboran en su misión.

 

Todos forman la gran Familia redentorista, en torno a la Madre buena, la Virgen Misionera “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro”, el gran icono misionero de la Congregación, que por cierto, Alfonso el gran cantor de las Glorias de María no conoció, ya que fue más tarde, 1866 cuando el Papa Pío IX lo entregó a los Redentoristas.


Además de Alfonso, llamémoslo por fin con propiedad, san Alfonso, han sido canonizados otros tres Redentoristas, como san Gerardo Majella, san Clemente Hofbauer y san Juan Nepomuceno Neumann. Otros son beatos, como Gennaro Sarnelli, Pedro Donders, Kaspar Stanggassinger, Francis X. Seelos, Dominick Methodius Trcka, Vasil Velychkovskyj, Nicolás Charnetskyj, Zenon Kovalyk e Ivan Ziatyk. Y otra ingente cantidad de Venerables y Mártires, en espera de ser beatificados.