La cueva de Adán

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

(Relato con fondo bíblico)

Supe que era la época, conocida más tarde como primavera, por el tatuaje verde del paisaje. Yo me encontraba en la entrada misma de la Cueva que lleva mi nombre: la Cueva de Adán, con lo cual ya pueden deducir quién soy: Adán, servidor -es un decir- de ustedes. Personalmente, me hubiera gustado más que hubiera pasado a la historia como la Cueva del Tiempo, porque es la matriz materna y universal -metáfora humana- de la creación. Allí estaba éste, reitero, su humilde servidor, apresado por la radiante fascinación del agua que me rodeaba, casi por todas partes. Recuerdo que miraba al frente, al infinito, por encima del espejo terso que el agua mansa de la mar formaba; aquella paz paradisíaco era como una sonrisa eternizada en los balbuceos mismos de la creación; la mar sonreía al firmamento y éste le devolvía galante la sonrisa. Yo miraba más allá de la mar inconmensurable; y no me cansaba de mirar, y mirar; es que, aún no había nacido eso que llaman la prisa. El cosmos sin fin giraba armónicamente. La felicidad lo invadía todo, mejor dicho, casi todo, porque era una felicidad que no impedía sentir una cierta sensación de vacío.

Volví la cabeza al oír un ruido suave, tan suave como el de las ramas que se separan al abrirse paso alguien en la jungla; éstas, las ramas, emitieron una tenue queja, parecida a un mohín femenino por una caricia íntimamente deseada, pero que en apariencias se rechaza; o al instintivo alzar de la mano el niño, que sueña dormido en su cuna. Aunque a decir verdad, yo, Adán, hijo de la Creación, recién creada por el Dios del amor, con mi ADN de tierra y barro, venido del agua y la idea, estoy usando términos equivalentes a realidades que en aquel entonces me eran totalmente desconocidas. Luego, todo siguió en silencio. El día fue avanzando, y la tarde comenzó a declinar. Llegó la noche y me dormí, a la puerta misma de la Cueva terráquea del Tiempo, -¡oh Madre Tierra bendita!-, lugar donde la temperatura era más fresca, suave y agradable. La mar arrullaba mi sueño con el rítmico vaivén de las olas.

Y soñé. Soñé que Dios venía a mi cueva, la Cueva -ya he dicho- del Tiempo, con una claridad tan suave que me dejaba entrever el espacio, el tiempo, y la eternidad. Y mi sueño fue placentero; y comencé a caminar por el inmenso jardín del universo mundo; vi ríos, muchos ríos, y mares, muchos mares, y árboles, muchos árboles, de frutos en sazón; y mundos a granel, y selvas, y desiertos. Pero, curiosamente, sólo había dos caminos para poder caminar. Dos, sólo dos. Y los dos convergían hacia un árbol, espléndido, único en belleza. Era el árbol que llaman de la Vida; inédito, sin nombre alguno inscrito aún. Y los dos caminos comenzaban y terminaban en él; se nominaban: el Camino del Bien y el Camino del Mal.

Me quedé mirando, ensimismado, el entorno, cuyo principio ni fin podía abarcar. Simplemente, miraba, dibujando una sonrisa que se fundió con la sonrisa de Dios. Él me dijo, acariciándome de eternidad -no desde la eternidad, que todo es eternidad-:
-Tú eres Libertad.
-¿Libertad ... ? No, yo me llamo Adán. Soy hijo del Barro y la Idea.
-En cuanto al cuerpo... sí, tienes razón, eres Adán: Barro, con denominación de origen. Tu piel es de tierra, amasada con agua de la océana mar. Pero tu alma pertenece a la eternidad; eres espíritu, parte de mí, por eso eres y serás inteligente y soñador. Libre. Eres libre. Eres Libertad. Más libre que Yo, porque a fin de cuentas, no he tenido más remedio que crearte, por amor. Yo soy Amor. Tu nombre es Adán Libertad. Y Eva, la misma que te atisbaba ayer desde el bosque, sin tú advertirlo, ni saber de su presencia, también es libre, como tú: Eva Libertad, tu otra mitad, porque los dos, sois uno. Sois Libertad. Todo lo demás, de vosotros depende.

-¿¡Eva!? ¿Eva Libertad...?

-Sí, Eva, Eva Libertad; es decir, tú mismo, programado con el soporte, sin el cual no habría Libertad-, del bien y del mal. No te extrañes pues si de pronto te sientes indigente, necesitado, incompleto, complementario y complementable: varón y mujer. Por eso te digo, -os digo-: Creced y multiplicaos, henchid la tierra de felicidad, cuidádmela, y sed felices. Sobre todo, esto: sed felices.

Nunca jamás pude olvidar aquel sueño. En ese mismo instante tuve conciencia de que no estaba solo, de que para siempre era un plural. Y lleno, mejor dicho, llenos, de alegría nos fuimos alejando de la Cueva, y de la mar.... adentrándonos por la espesura del bosque, saltando y corriendo. Éramos dos chiquillos felices en el más feliz de los mundos, a los que la vida les bullía a borbotón por todas partes. Más no supe.

Ha pasado el tiempo; miles y miles, millones, de siglos, tantos, que imposible contarlos sería. He vuelto, reprimiendo la nostalgia, fosilizado mi alma de remordimiento, a la misma Cueva. Sigo mirando a la mar y sigo llamándome Adán; pero he olvidado mi apellido. Lo escribí en el tiempo, en vez de escribirlo en la eternidad, y el tiempo lo ha ido borrando poco a poco. Ahora estoy agazapado, asustado; me remuerde el olvido. Sólo de vez en cuando me viene a la mente una palabra, muy borrosa: Libertad.

Y sin embargo, aún me queda algo de lucidez y, de pronto, de tierra me sé, amasado el sueño, barruntador y necesitado de eternidad; -de eternidad y de libertad-; las mismas que perdí, no sé cómo ni cuándo, (mi mente es una nebulosa errática como la Vía Láctea). Fue como un juego de azar; no sé cómo sucedió, pero de pronto me sentí, -nos sentimos-, solos, con la insatisfacción por horizonte. Ya nadie sabe que me llamo Adán, mejor dicho, Adán Libertad. Todos, yo mismo, han olvidado mi nombre; prefieren llamarme Adán..., García, pongamos por caso; o bien, Eva..., Pérez. Es lo mismo.

Me sé peregrino, deambulando la existencia. Y todo, por dejarnos encasillar en los deshumanizados registros civiles de la conveniencia y el egoísmo, tan asépticos, sin personalidad.

Lo único cierto, es que voy errante, con los pies descalzos, sin casa fija, sin una cena caliente, al relente de todas las estrellas, con el hatillo de la libertad hecho jirones, internauta de la soledad, con el bordón de la insolidaridad golpeando en todas partes...

Hoy, el árbol de la Vida tiene muchas ramas secas que me sacuden el sueño, y al abrir los ojos, veo que la mar sigue en su sitio, pero los árboles han desaparecido. Los caminos se han difuminado. ¿Y la Cueva ... ? La Cueva -¡oh Madre Tierra bendita!- ésa sí, sigue en su sitio. Por dignidad y sentimiento, tendré que alquilarla, para que en los días del crudo invierno encuentre refugio, del frío y del hombre, el lobo, aquel famoso lobo de Gubbia, amigo imposible que fue, de "el varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, del mínimo y dulce Francisco de Asís".