Entrevista con San Gerardo Mayela

En el 250 aniversario de su muerte

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

(Hagiografía)


1. UN SANTO TRAVIESO

JM.- Querido San Gerardo: al cumplirse los 250 años de tu muerte, quiero hacerte esta entrevista figurada para internet. Sabemos que naciste en 1726 en Muro, Sur de Italia. Que desde niño tuviste fama de santo. Cuéntanos.
GM.- Mira, mi vida fue sencilla. Fui en más pequeño de cinco hermanos. Mis padres, Domingo Mayela y Benita Galella, me pusieron Gerardo porque después de Brígida, la mayor, nació el primer Gerardo, que murió a los diez días. Así que fue en recuerdo de aquel.
JM.- Tengo entendido que fuiste muy travieso y muy santo.
GM.- Todos santos desde pequeños. ¿No es el bautismo la fuente de la santidad? En cuanto a travieso...
JM.- Sí, cuéntame tus “travesuras” con el Niño Jesús.
GM.- Mira, yo siempre fui un enamorado de la vida. Es tan bonita. Cuanta más inocencia se tiene más se sintoniza con la vida. Los niños no son ingenuos, son inocentes. Desde niño, yo experimentaba el valor de la vida enfocándola a mi amistad con Jesús. Lo que llamas “travesuras” eran juegos. Recuerdo que tenía seis años. Iba a Capodigiano, me ponía a rezar, es decir, hablaba con el Niño Jesús y con su Madre. Luego él se bajaba de los brazos de su madre y me invitaba a jugar. Al terminar me daba un pan blanco, muy sabroso, para llevar a casa.
JM.- ¿Y en casa qué te decían?
GM.- Este era el problema. Me preguntaban que quién me había dado el pan. Yo les decía que, el hijo de una señora. Pero, ¿cómo se llama? Y yo les decía que no sabía, pero que era muy guapa. Hasta que un día me siguieron a la iglesia y lo descubrieron.
JM.- Gerardo, tu familia era muy religiosa.
GM.- Ciertamente. Ellos me enseñaron a rezar. Un día, siendo muy pequeño, yo tenía ganas de comulgar, porque veía a mi madre hacerlo con frecuencia. Era muy religiosa. Por cierto, tuvo un hermano, Fray Buenaventura de Muro, que fue provincial de los Capuchinos. Pues bien, un día, sin haber hecho aún la primera comunión, porque eran los tiempos del rigorismo en la Iglesia, pero sabiéndome de memoria el catecismo, quise probar fortuna. Me acerqué al comulgatorio entre la gente. El cura me reconoció, me regañó y me despachó. Me fui a un rincón del templo y me puse a llorar desconsoladamente. Fue entonces cuando el mismo Jesús me dio la sagrada comunión.
JM.- Lo cuentas con una sencillez que parece tan idílico. Sé que te gustaba hacer altarcitos, jugar a ser sacerdote. ¿Pero tu infancia fue siempre así?
GM.- Mi infancia terminó pronto. A los doce años perdí a mi padre. Y como mi familia era pobre tuve que comenzar a trabajar. Mi padre había sido sastre, así que mi madre habló con Martín Pannuto, también sastre, y con él entré de aprendiz.
JM.- Tengo entendido que en el trabajo te regañaron más de una vez. ¿No trabajabas bien?
GM.- Eso fue al principio. Pero no fue por no trabajar, sino que cuando sonaba el campanil de la iglesia de san Marcos me escapaba para ir a rezar. De regreso encontraba malas caras y hasta algún castigo.


2. LA JUVENTUD COMO SANTIDAD

JM.- La Confirmación es el sacramento de la madurez y la responsabilidad cristiana. ¿Cuándo la recibiste?
GM.- A los catorce años, en 1740, de manos del obispo de Lacedonia, don Claudio Albini, natural de Muro, y que había venido a tomar unas vacaciones con su familia.
JM.- Total que, a los catorce años entrabas en una nueva etapa de madurez espiritual. Pero ¿qué pasó con las llaves de la catedral?
GM.- Muy sencillo. Tirico, sacerdote de la catedral me dejaba las llaves para poder pasar las noches en oración.
JM.- ¿Y es cierto que Jesús te llamaba “loquillo”.
GM.- Tenía gracia la cosa. Pues sí. Cuando yo pasaba delante del sagrario, Jesús me decía: ¡loquillo! ¡loquillo!. Yo no me callaba y le contestaba: ¡Más loco eres Tú que estás ahí encerrado por mí!
JM.- Tengo entendido que en tu vida espiritual y ascética influyó mucho un libro del Capuchino fray Antonio Dell’Olivadi, “El Año Doloroso”, sobre la Pasión de Cristo. ¿No llevaste muy al extremo sus reflexiones?
GM.- Pienso que no. Simplemente traté de cumplir aquello que nos recuerda del evangelio: “El que quiera seguirme, que tome la cruz y que me siga”.
JM.- Pero tú te disciplinabas con cuerdas.
GM.- Eran otros tiempos. Mucha gente seglar también lo hacía. Yo sólo pensaba en hacer penitencia por mis pecados.
JM.- ¡Tus pecados! Los santos siempre habláis así.
GM.- No exageres. Simplemente, traté de seguir a Jesús.
JM.- ¿Y nunca sentiste vocación al sacerdocio?
GM.- No lo sé. Quizá al sacerdocio no; pero sí a la vida consagrada. Lo tuve muy claro cuando el año 1741 el obispo don Claudio Albini me llamó a Lacedonia para que le sirviera como criado.
JM.- Albini era de temperamento iracundo.
GM.- Enérgico, más bien.
JM.- Gerrado, el terremoto de 1693 había destruido las torres de la catedral, pero no el pozo. Dicen que allí hiciste un milagro.
GM.- La gente llama milagro a cualquier cosa. Pasó lo siguiente: al inclinarme en el brocal para sacar agua se me cayó dentro la llave de palacio.
JM.- Te sentiste contrariado.
GM.- Imagínate. Pero se me ocurrió una idea. Me fui a la catedral, tomé la estatuilla del Niño Jesús, la amarré al extremo de una cuerda, y le dije: tú tienes que resolverme el problema. Lo bajé al fondo del pozo; y al subirlo a la superficie las llaves venían prendidas en las manitas del Niño.
JM.- Todo un poema. Desde entonces lo llaman con tu nombre: El pozo de san Gerardo. ¿Qué hiciste al morir monseñor Albini?
GM.- Regresé a Muro. Quise ingresar en los Capuchinos de Muro, pero no me admitieron por mi precaria salud.
JM.- Y entonces te fuiste de ermitaño.
GM.- Sí, con otro compañero. Pero esa aventura duró sólo cuatro días.


3. DE LA SASTRERIA AL CONVENTO

JM.- Con frecuencia, los hijos siguen el oficio de sus padres. Tu padre fue sastre y sastre fuiste tú. ¿Por qué dejaste la sastrería? ¿Había mucha competencia?
GM.- La competencia no fue problema. Pero el año 1745 se hizo un censo en cumplimiento del Decreto de tributación por la propiedad de bienes, oficios e industrias. Había que hacer la Declaración de bienes, según lo establecido por el rey Carlos III.
JM.- En el acta oficial del catastro no aparece que tuvieras una sastrería.
GM.- Estaba situada en la explanada del castillo. Pero tuve que cerrarla, ante la imposibilidad de pagar la contribución.
JM.- El año 1748 llegaron a Muro unos religiosos, bastante desconocidos aún en ese momento. Eran, el P. Garcilli y el Hno. Onofre. Pertenecían a una Congregación fundada dieciséis años atrás, por un sacerdote napolitano, Alfonso Mª de Ligorio.
GM.- Sí, la Congregación de los Redentoristas.
JM.- Que con el tiempo habrían de ser muy conocidos por el fundador, San Alfonso, y por ti mismo, San Gerardo.
GM.- Son los caminos del Señor. Venían de Materdómini. No sé qué sentí, pero al escucharlos sentí que Dios me llamaba a esa Congregación.
JM.- Y con ellos te fuiste.
GM.- Qué va. El Hermano me puso mala cara. Me dijo que en el convento se trabajaba mucho, se dormía poco y se comía menos. Le dije: pues eso es lo que ando buscando. Pero no concretamos nada. Sin embargo, el 13 de abril de 1749 llegó un grupo de Redentoristas a dar la Santa Misión a mi pueblo. Iba de responsable el P. Cáfaro; también estaban los Padres Margotta, Fiocchi, Amarante... Eran unos quince. Y qué bien predicaban.
JM.- No te separaste de ellos.
GM.- Desde luego. Había predicación para niños, para jóvenes, para adultos. Hacían procesiones...
JM.- Y aprovechaste para formalizarles tu deseo de ingresar a la Congregación.
GM.- Hablé con el P. Cáfaro. El expuse mi deseo de entrar como Hermano Lego, o Coadjutor, que se dice ahora. Me contestó que no. Y yo que sí. Y él que no. 
JM.- Pero conseguiste que te llevaran. 
GM.- No, si no me llevaron. Mi madre, que había hecho causa común con ellos, me encerró en mi habitación para que no me fuera. Pero yo me descolgué con una sábana y les di alcance cuando ya iban de camino rumbo a Rionero. Sobre la mesa dejé una nota para mi madre. Le decía: “Voy a hacerme santo”.
JM.- Y el P. Cáfaro no tuvo más remedio que admitirte.


4. GERARDO REDENTORISTA

JM.- Cuando llegaste a Deliceto, tu primera residencia, un 17 de mayo de 1749, llevabas la carta de presentación que el P. Cáfaro te había dado para entregar al superior de la casa. ¿Cómo te recibió?
GM.- Con mucha cordialidad. Era el P. Lorenzo d’Antonio. Aunque no sé qué debió pensar al verme, porque leyó la carta y se me quedó mirando. Sería por mi cara macilenta y flaca...
JM.- ¿Y el convento, qué cara tenía?
GM.- ¡Uyyyy! Te puedes figurar. En plena ruina. Y tan viejo que había que repararlo. Por no tener, no tenía ni ventanas. Así que el frío... Tampoco había dinero. Así que los Hermanos salían a pedir limosna por los alrededores.
JM.- O sea, que tenía razón el Hno. Onofre.
GM.- Pero yo llegué a Deliceto inundado de alegría. Había encontrado lo que buscaba.
JM.- Allí comenzaste tu postulantado.
GM.- Y por cierto, estando haciendo el postulantado llegó de superior el P. Cáfaro. Me dio mucha alegría volver a verlo. Pidió informes sobre mi estado de salud física y moral y comencé el primer noviciado. El P. Cáfaro fue mi mejor director espiritual.
JM.- Y tú el mejor Redentorista.
GM.- No exageres.
JM.- El 16 de julio de 1752 hiciste tu Profesión religiosa. Continuaste en Deliceto. ¿Qué oficios desempeñaste?
GM.- Para alegría de mi alma, sacristán del Santuario de la Consolación, y sastre de la Comunidad.
JM.- En tu vida se habla de un fenómeno que se repite con frecuencia: el éxtasis. ¿A qué se debe?
GM.- Supongo que a la fuerza del amor. Es una energía interior que rebasa el control de los sentidos.
JM.- ¿Parapsicología?
GM.- Esa palabra no era del dominio común en mi tiempo. Te reitero, para mí se debe a la fuerza del amor. Sólo pensar en la Eucaristía me arrobaba.
JM.- ¿Qué ha significado en tu vida la Virgen María?
GM.- No sabría explicarte. Ha sido algo tan grande para mí... Es mi Abogada, mi Madre... Sin ella no hubiera podido vivir.
JM.- Gerardo, ¿te fue fácil la vida de comunidad?
GM.- Como se dice vulgarmente: si hablamos de tejas para abajo, nada es fácil en Comunidad. Ya sabes el dicho: unos vienen a hacerse santos y otros a hacer santos a los demás.
JM.- Tú te encontraste con compañeros que te hicieron sufrir.
GM.- Sin duda lo hacían por mi bien, por rebajar mi soberbia.
JM.- ¿Tú, soberbio? No me hagas reír, Gerardo. Tu obediencia fue proverbial. Cuéntame lo de la espita de la cuba.
GM.- Pues sí; dio la casualidad que estaba llenando las botellas de vino cuando sonó la campana de la portería. Y como el superior me había indicado que cuando sonara la campana lo dejara todo y corriera a abrir, dejé la espita de la cuba abierta y fui a abrir.
JM.- Sí, pero ibas con la jarra en una mano y la botella en la otra. Buen charco de vino se formaría.
GM.- ¡Qué va! Ni una gota se derramó.
JM.- Gerardo, los Hermanos también salíais de misiones.
GM.- Sí, claro. A mí me tocó salir con frecuencia, acompañando a los misioneros. Ayudaba en todo lo que podía. Lo mismo dando catecismo a los niños que preparando la comida a los misioneros.
JM.- Se cuenta que en el Santuario de la Consolación un caballero fue a hacer los Ejercicios espirituales. No tuvo el valor de confesarse bien; y así iba a comulgar.
GM.- Le hice ver el estado de conciencia. Quedó muy asombrado de que yo conociera el estado de su alma. ¡Y vaya que se convirtió!
JM.- Es sabido que, a pesar de no ser sacerdote, ni siquiera estudiante de teología, hasta sacerdotes y obispos te consultaban sobre dirección espiritual.
GM.- Es verdad.
JM.- Un día te mandaron dar una charla a las Clarisas, porque el obispo les dijo que una charla del Hno. Gerardo valía más que una predicación cuaresmal. ¿De qué les hablaste?
GM.- De un tema muy bonito: la Introducción al Evangelio de San Juan.
JM.- ¡Nada menos! Dos Monasterios en particular eran tus preferidos: el de Foggia y el de Ripacándida.
GM.- Más en concreto el de Foggia. Allí estaba la Venerable Sor Celeste Crostarosa. El mismo San Alfonso me enviaba a colaborar en la dirección espiritual de las monjas.
JM.- Por cierto, llevaste tantas vocaciones de chicas a los Conventos que casi dejas despoblada la comarca.
GM.- No exageres.
JM.- Un día te acusaron de relaciones pecaminosas con una joven. Esto es cosa muy seria. ¿Qué hubo al respecto?
GM.- Por la tremenda pobreza que teníamos en Deliceto había que salir a hacer colectas por los pueblos. Yo aprovechaba también esas salidas para hacer promoción vocacional. Así logré llevar, como has señalado, a muchas jóvenes a los Monasterios. Lo tomé como un apostolado. Por otra parte, solía hospedarme en casas de gente de confianza, amigos de la Congregación.
JM.- Sabemos que la calumnia vino de una mujer, Neria Caggiano.
GM.- Efectivamente. La joven Neria había estado en el Monasterio de Foggia. Yo mismo la llevé. Y hasta le procuré la dote para poder ingresar en él. Pero a los pocos años se salió del Convento.
JM.- Pero, ¿por qué te calumnió de esa manera?
GM.- Posiblemente se debiera a una clase de reacción psicológica elemental, debida quizá al despecho que sentía contra las monjas, o tal vez por su inadaptación a la vida religiosa. Reacción que se dirige, lógicamente, contra mí también por haberla llevado a la vida religiosa.
JM.- ¿No sería que estaba secretamente enamorada de ti? Y tú, al darle calabazas...
GM.- Pienso que, lo que pretende en el fondo al desprestigiarme, es que los superiores se vean obligados a cambiarme de residencia y verme así alejado de los Conventos y que no pueda seguir llevando vocaciones a los mismos.
JM.- Y lo consiguió.
GM.- Efectivamente, me enviaron a Pagani.
JM.- Bien, pero la acusación contra ti se hizo a través de un sacerdote, por cierto, muy amigo de la Congregación, don Benigno Bonaventura.
GM.- Él hizo lo que tenía que hacer. Si a él una persona, Neria en el caso, le va con el cuento, jurándole ser verdad, lo menos que puede hacer es poner en conocimiento de los superiores tan situación, para ellos mismos pongan remedio al escándalo, castigando al culpable.
JM.- Y el fundador, San Alfonso, te castigó severamente. ¿Cómo no te expulsó de la Congregación?
GM.- Me figuro que siendo él un santo, de algún modo debió intuir mi inocencia.
JM.- Pero tú te quedaste callado. ¿Por qué no dijiste una palabra?
GM.- ¿De qué hubiera servido? Mi defensa eran Dios y mi conciencia. Ya ves, no habían pasado dos meses, y el mismo sacerdote que hizo de puente en la acusación, tuvo que hacerlo ahora como retractor. Se hizo la luz.
JM.- ¿Qué dijo ahora san Alfonso?
GM.- Se extrañó de que no me hubiera justificado. Le contesté: Padre mío, y cómo me iba a defender y si la regla nos enseña que debemos estar en silencio cuando un superior nos reprende.


5. CAMPANAS DE GLORIA

JM.- Materdómini fue tu última casa.
GM.- Y la más querida a mi corazón, por ser para mí la antesala del cielo.
JM.- Díme una de las cosas que más hayan llenado tu vida.
GM.- Mi contacto muy directo con los pobres. Recuerda que San Alfonso fundó la Congregación para predicar la divina Palabra a los pobres. Y los más pobres son aquellos a quienes la Iglesia no ha podido proporcionar aún medios suficientes de salvación. Por eso quiso que nuestras Casas estuvieran fuera de las ciudades. Y no es que la gente del campo sea la más pobre económicamente hablando, pero sí la más privada de auxilios espirituales.
JM.- Gerardo, estamos llegando al final de esta entrevista. Nos interesaba conocer un poco más de tu vida. Dínos algo de tus últimos días.
GM.- Pues te contaré una anécdota. Había salido a hacer una colecta por los pueblos. Comencé por Senerchia. Estaban reparando la iglesia parroquial; tenían ya apartados en el monte los troncos que servirían para la techumbre. Pero eran tan pesados que no podían acarrearlos.
JM.- ¡A que tú sí pudiste!
GM.- Subimos al monte... ¡Sí pude...! Elegí el más pesado; sólo hice la señal de la cruz y le dije: criatura de Dios, te mando en nombre de la Santísima Trinidad que me sigas.
JM.- ¡Qué ocurrencias tienes, Gerardo! El caso es que te siguieron troncos y campesinos. Cuando regresaste a tu Comunidad venías ya hecho polvo.
GM.- Pues sí. Y el día de Santa Teresa, 15 de octubre, recibí el Viático.
JM.- Esa misma noche, clareando el día, tu alma partió al encuentro definitivo con Cristo. Esa mañana las campanas tocaron a gloria. ¿Fue otra de tus travesuras, Gerardo?
GM.- Sentido del humor, ¿no?
JM.- Y vaya que sí. Cuando el Hno. Campanero quiso tocar a muerto, le fue imposible. Sus brazos sólo le respondían para tocar a gloria. Era un 16 de octubre de 1755. ¡Gracias, Gerardo!