Lo que al ir creciendo se va perdiendo

Autora: Kary Rojas

 

 

Siempre he creído que los seres humanos sea cual sea su condición o situación, nacemos con un corazón abierto y dispuesto a dar y recibir amor; una mente que anhela llenarse de sueños y conocimientos que le permitan llegar hasta donde quiere, un alma libre de heridas y de miedos, porque somos hojas en blanco que empiezan a escribir su vida desde cero…

Pero con el paso del tiempo, en el camino que se va recorriendo y de acuerdo a las personas que nos acompañan y todo lo que vamos viviendo o con nuestros sentidos vamos percibiendo; vemos como aquello que traemos, se va acabando, se va rompiendo, se va perdiendo… y a medida que crecemos, nos olvidamos de tantas cosas y dejamos de creer en todo lo mágico y hermoso que traíamos al nacer…

Es fácil contemplar en los niños, como cuidan con su inocencia y por instinto, lo que les permite ver y vivir el mundo de un modo distinto, aún enfrentando muchas cosas que no entienden pero que empiezan a querer robarles y arrebatarles lo que es realmente mágico y permite hacer realidad lo que tanto se quiere… Se aferran a lo que sueñan, disfrutan con todo lo que se encuentran, se asombran con cada cosa que pasa y que contemplan, sonríen y lloran sin reprimirse ni preguntarse, si es bueno o malo reir y llorar a solas o ante los demás; se fijan en los más pequeños detalles, sanan sus heridas cuando se levantan, los abrazan o encuentran algo dulce que les cure todo mal…

Sólo que a medida que pasa el tiempo, mientras sin darnos cuenta vamos creciendo, muchas de esas cosas se van poco a poco perdiendo: se pierde la espontaneidad, porque empieza a vivir de las apariencias pues nos condicionamos de las miradas y el que dirán; se pierde la sonrisa llena de luz, se cambia por un rostro que inspire seriedad y que de vez en cuando se disfrace con un gesto que disimule y aparente felicidad para despertar envidias y evitar que hablen de más los demás… Se pierde la libertad en los sueños, porque ahora hay que trazarse metas que ocupen el tiempo o nos den dinero, pero que no impliquen ir muy lejos ni hacer demasiado esfuerzo; se pierde la confianza en los demás, porque nos han enseñado que ni en la sombra de uno mismo se puede confiar…

Se pierde la ternura y la libertar de abrazar y amar, porque al crecer los sentimientos suelen ser motivo de intereses propios, dolor, sufrimiento, malas interpretaciones y muchos condicionamientos… Se pierde esa capacidad de perdonar que permitía que en la niñez un enojo no durara más que lo que dura una canción, ahora cualquier disgusto puede romper para siempre una relación…

Al crecer, se siente esa necesidad de ser superior que los demás, por eso se gasta el tiempo, comparando, envidiando, sintiéndose algunas veces menos y otras más, olvidando que realmente cada uno tiene una medida igual…

Van pasando los años y nos vamos acostumbrando a sobrevivir con aquello que mientras vamos perdiendo; decimos que es que estamos madurando, que hay que aprovechar en otras cosas el tiempo, que debemos trabajar fuertemente para acumular riquezas, mientras cada calendario que termina y comienza se va robando en las hojas que arranca, los tesoros más hermosos que la vida al nacer nos regala, la magia, los sueños, la alegría, la fe, el amor, la libertad, el creer en que todo lo bello puede pasar, aunque no tengamos nada más… Con todo esto, es que yo he decidido mejor no crecer, para no sentirme demasiado grande y dejar que me roben lo que es realmente valioso e importante, y que solo un ser con alma de niño puede asumir y entender; es el misterio del Reino de Dios que está en lo más profundo de nuestro interior…