Y son tantos los regalos...

Autora: Kary Rojas

 

 

Y si cada día pudiéramos ver, abrir y disfrutar los regalos que nos da la vida, no existiría la pobreza interior, ni la baja autoestima; no habría espacio para sentimientos como la ambición el egoísmo y la envidia…

Son tantos los dones que a diario se nos dan, muchos no los sentimos como tal, porque pensamos que por mérito propio los tenemos o los hemos logrado; eso nos llena de vanidad para acumularlos y no de la humildad que nos permite realmente valorarlos…

Hay tantos regalos que no vemos por distraernos ansiando lo que quizás ya tenemos o envidiando lo que el otro posee y nos antojamos de eso… Hay regalos que aún viéndolos en nuestras manos, ni siquiera los desenvolvemos, intentamos ver o escuchar por encima para descubrir lo que es y lo que tiene, y si no nos convence, los dejamos de lado, sin darnos la oportunidad de abrirlos y utilizarlos.

Hay regalos envueltos en facultades que Dios nos da, para aprender a usarlas y compartirlas con los demás, pero a veces nos cuesta trabajo descubrirlas y sabiendo quizás, que somos poseedores de ellas, preferimos esconderlas, aunque se nos pase de largo el tiempo y nos llegue la hora de irnos, dejando esos talentos estancados, sin haber hecho el uso adecuado de ellos.

Hay regalos que traen como tarjeta el nombre de un amigo o de un ser amado, puede estar envuelto en su apariencia, en la sonrisa que muestra, o en el silencio que quizás nos expresa: ¡Cuenta siempre conmigo, te quiero demasiado!. Es tan difícil descubrirlos, si no nos damos la tarea de abrirlos y contemplar lo que tiene guardado dentro, el corazón de quien es un tesoro anhelado y escondido… En cambio nos confundimos con aquellos que se nos presentan, con mil promesas hechas, con envolturas brillantes, con más regalitos sorpresas; nos deslumbramos ante superficialidades, que son pasajeras, las usas un instante y luego se dañan, no funcionan más y nada queda…

Hay regalos tan valiosos, que vienen muy bien protegidos en un cofre de oro, aunque por fuera no veas su valor y su brillo; abrirlos puede ser muy fácil o en algunos casos debes atreverte a descubrirlos y encontrar la llave que abre, el corazón más grande y sincero que quiere quedarse para siempre en las manos de aquel que revele lo que guarda dentro y se comprometa a cuidarlo y conservarlo más allá de las circunstancias y el tiempo.

Hay tantos regalos que encontramos en el camino, personas, oportunidades, instantes maravillosos, que sabiendo descubrir y usar, podríamos decir desde el alma, que somos realmente bendecidos; pero nos gana el afán y la ansiedad de buscar lejos y en lugares equivocados, lo que ahí tenemos y gratis se nos ha dado… Hasta que llegue el día en que se nos despierten los sentidos y podamos darnos cuenta de lo que tenemos o tuvimos y que en su momento no percibimos… Y es ahí que dice aquel refrán, que uno solo sabe lo que tiene, hasta que lo pierde; y viene el remordimiento y los lamentos, la necesidad de querer devolver el tiempo, de reparar o recuperar, lo que se dañó o se perdió, porque no le dimos la atención que merecía y no nos dimos cuenta de lo que realmente teníamos y era mucho lo que valía.

Es el momento, de buscar la llave que abre ese corazón, envolvernos en ese abrazo, colocarnos la sonrisa que otro nos regaló; encender el calor humano, guardar lo que tenemos como sagrado, en ese cofre que tiene el nombre de un amigo o un ser amado; abrirnos a la oración que alguien nos ofreció, usar las palabras que se nos dieron como consejo, desenvolver las miradas que son espejos del alma, sentarnos en la silla que nos ofrecen como lugar privilegiado, sostener sin soltar esa mano que se nos ha dado, llenarnos de ese amor que nos están entregando, permitirnos sentir del otro su perdón; descubrir los talentos que Dios nos ha dado y trabajarlos para compartir con el mundo cada uno de mis privilegios y regalos y así sentir que puedo ayudarlo, a ser cada día un mundo mejor.