Un minuto con Dios
Autor: Luis Céspedes Soto
Señor ayúdanos a comprender que toda nuestra vida depende del grado de fe que pongamos en cada una de nuestras situaciones, ayúdanos a comprender las palabras que Tu dijiste en el huerto de los olivos, cuando le clamaste a Tu Padre, que apartara de Ti ese suplicio pero que no se hiciera tu voluntad, sino la de El.
Que inmensamente grande fue tu entrega, sin condiciones, sin restricciones, con temor si, porque eras humano, así quiso Dios que vinieras al mundo para mostrarnos el amor tan grande que El Padre sentía y siente por todos y cada uno de nosotros, para que mostrarnos que era necesaria una reconciliación con Dios, porque a través del pecado, se había perdido esa gracia.
Cuanto amor debes haber tenido Jesús en tu corazón, para no pensar dos veces a lo que serías sometido por todas nuestras frialdades, por nuestra flaqueza, por nuestros pecados y los del mundo entero.
Cuantas veces Señor nosotros deberíamos reflexionar sobre esto para que se nos parta el corazón y algún sentimiento venga hasta nuestro espíritu, que tanto necesitamos en estos tiempos, quizás parecidos a aquellos momentos de tu flagelación y crucifixión, parecidos, por no decir Señor que pudiera ser que estemos para perdidos que aquellos que te lastimaron con sus palos y látigos, que te injuriaron con sus palabras y con sus gestos, pero hoy día, cada uno de nosotros deberíamos reflexionar sobre cual es nuestra actuación en el mundo
de hoy, que valores llevamos a nuestros hogares, que enseñanza mostramos a nuestros hijos, cuando desgarramos la familia en una y otra forma, cuantas veces flagelamos nosotros en cada día a ese Cristo hermano que necesita de nosotros y en vez de darle agua, le damos hiel y vinagre como hicieron contigo Señor, cuantas punzadas le damos a nuestros Cristos vivientes que van caminando a nuestro lado y no esperan que como a Ti, te puncen el costado con una lanza y te saquen por ahí hasta el agua que te quedaba porque ya no tenías sangre, pues toda, la habías donado, por ti, por mi, por el mundo.
La lanza de nuestra palabras Señor, que al igual que hirieron tu costado, hoy día Señor hieren al hermano débil, al hermano dolido.
Señor Jesús, si Tu quisieras hoy, bajarte de esa cruz y venir hasta acá en estos precisos momentos y encararnos frente a frente y mostrarnos que no puede ser posible que Tu dieras tu vida para que nosotros la humanidad se comporte y complazca en tanta frialdad y lujuria, no creemos que vives Señor, la humanidad no lo considera así pues de lo contrario, estaríamos prestos a Ti en cada momento, agradecimiento, oración, fraternidad, sinceridad deseo de cambio y conversión, pequeñas situaciones que estaríamos cambiando si creyéramos que Tu vives.
No puedo decir Señor que te amo y que te conozco, que se que vives y reinas en mi, que se que un día llegaré hasta ti, no puedo decirlo de boca si mis actuaciones dicen lo contrario, no puede ser que un Dios vivo, este en mi corazón solo cuando necesito de El, porque me ha llegado tal o cual contrariedad.
Señor bájate de la cruz y ven a hacer en nosotros, verdaderos hijos de Dios que estamos hechos a imagen y semejanza suya, toma nuestro corazón de barro, reseco, sin vida, sin voluntad y pon en cambio un corazón de carne que sienta y viva, tu divinidad, que sienta como llegas día a día hasta nosotros para bendecirnos, un corazón vivo que sienta y vea, como deseas nuestro reencuentro contigo, ese reencuentro que vaya a apartarnos de toda insinuación del mundo, que vive constantemente asechándonos y haciendonos tropezar.
Amén.
Paz y bien.