Las zonas verdes del Espíritu

Autor: Padre Lucio del Burgo OCD

 

 

 Mucha gente se pregunta la razón de ser de los contemplativos, incluso hasta personas que practican la fe. También se puede uno encontrar con algún sacerdote que cuestione esta forma de vivir la vida cristiana de este modo tan radical.

 

¿Tienen sentido hoy las monjas de clausura? ¿Para qué sirven? ¿No sería más provechoso para la Iglesia y para la sociedad que estos cristianos se dedicaran a cuidar de nuestros mayores? ¿No podían dejar tanta oración y emplear el tiempo en hacer el bien? Hay tantas necesidades en la Iglesia y en la sociedad de nuestros días.

 

Hoy más que nunca tiene sentido la vida contemplativa. Todos tenemos nuestro puesto en la Iglesia. Aquí está la riqueza de la comunidad cristiana, en su variedad de dones y carismas. No todos podemos hacer todas las cosas. En el cuerpo –según la imagen de san Pablo- no todos pueden ser pies o manos, están también los ojos y el corazón.

 

Recuerdo hace unos años, una diócesis en terreno de misión. Se formó la primera comunidad de monjas de clausura. Asistí a la misa de la inauguración del monasterio. Me encantó la homilía del obispo. Nos dijo que su diócesis se sentía incompleta, que esa era la razón por la que él como máximo representante de la iglesia local se había preocupado para que este grupo de consagradas formaran una comunidad. “Ahora nos sentimos más Iglesia”.

 

La vida contemplativa es una memoria viviente de Jesucristo. Dedican una buena parte de su jornada a la oración y a la alabanza. Nos recuerdan a todos que el Señor tiene que ocupar el primer puesto en nuestra vida. En palabras de santa Teresa: “Sólo Dios basta”.

 

Nosotros, los creyentes, participamos de diversos modos en la difusión del Evangelio. Es posible que olvidemos que toda la actividad de la Iglesia tiene una finalidad muy concreta: la persona de Jesús. Es bueno y saludable que haya un grupo de creyentes que nos recuerden la verdadera dirección: JESÚS. Esta labor la realizan nuestros contemplativos, no con sabios discursos sino con un estilo de vida.

 

Me siento identificado con tantos monjes y monjas contemplativas, cuya tarea primordial es tener los ojos fijos en el Señor. Tengo amigos y amigas que han elegido esta forma de ser y de vivir. Siento orgullo de haber dado clase a los contemplativos. Más de una vez recibo algún correo electrónico procedente de los claustros.

 

Es bueno atender a los más necesitados de este mundo. Es atractivo dar la vida por los más pobres, en ellos está la presencia viviente de Jesucristo. Pero dedicar toda una existencia a los pies del Maestro para escuchar sus palabras, merece toda consideración, aprecio y apoyo.

 

Los contemplativos no huyen del mundo y tampoco niegan los valores humanos. Ellos han elegido un modo de vida que se demuestra valioso y significativo en lo humano y en lo cristiano. Es otra manera de estar en el mundo, en la sociedad y en la Iglesia.

 

Si llevan una vida apartada del mundo y plena de silencio, es porque están convencidos que el silencio no es el vacío sino la plenitud de la palabra. Juan de la Cruz que había cultivado los “tiempos de desierto”, nos dice: “Una palabra habló el Padre que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma” (Avisos 99).

 

Esta es la labor que realizan las Monjas Jerónimas que viven en nuestro pueblo. Si usted no las conoce, acérquese a su monasterio. Pida por ellas y si puede ayudarlas, ponga su grano de arena. Merece la pena.

 

Hoy apreciamos las zonas verdes para que podamos respirar mejor. Necesitamos más oxígeno para que nuestros ambientes sean más habitables. Nos invade la contaminación. Los monasterios contemplativos son las zonas verdes del Espíritu. Con ellos se respira mejor el aire y la brisa del Evangelio. Los pulmones de la Iglesia se sienten mas sanos con su presencia.