Nuestros mártires

Autor: Padre Lucio del Burgo OCD

 

 

Me parece que es importante, oportuno y significativo el hecho. El próximo otoño serán beatificados 498 hermanos en la fe, mártires de la persecución religiosa habida en España en los años treinta.

Como español nacido después de la Guerra Civil siempre me ha interesado el tema. No es raro, desde niño he oído la narración de los asesinatos, el terror creado en una sociedad que quería vivir en paz, el hambre, la escasez, los odios y las revanchas. ¡Basta ya! Fue la insensatez y locura más grande que cometió España en esos años.

 

Siempre me han llamado la atención los mártires. Dar la vida no es fácil. Hay un instinto natural que nos hace agarrarnos a la existencia humana. Lo curioso es que los mártires cristianos han muerto perdonando. Desde San Esteban que es el primer mártir del cristianismo hasta los que murieron el año pasado. Todos terminaban la aventura de la vida con un mensaje de paz y de perdón.

 

No es raro, así terminó Cristo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Este también es el mensaje que quiere ofrecer la Iglesia con motivo de la beatificación de 498 hermanos y hermanas en la fe. Paz y reconciliación.

 

Todos los grupos humanos tienen sus modelos e ideales en los que se fijan y proponen a los demás: actores, deportistas, cantantes, etc. Que la Iglesia haga memoria de sus hijos como testigos valientes de la fe y signo de la madurez de una comunidad es totalmente legítimo.

 

Ellos han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre. Estos testigos, especialmente los que han confrontado el martirio, son un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo…Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza” (Juan Pablo II).

 

Estos mártires pertenecen a diversos lugares de España. Fueron obispos (entre ellos el de Ciudad Real), sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos. Encontramos a jóvenes, casados, hombres y mujeres. Numerosos religiosos: agustinos, dominicos y dominicas, franciscanos y franciscanas, adoratrices, trinitarios y trinitarias, salesianos, maristas, hermanos de las escuelas cristianas, varios grupos de carmelitas, marianistas, misioneros de los Sagrados Corazones, misioneras hijas del Corazón de María.

 

No es una beatificación a granel sino que se ha estudiado caso por caso. Todos ellos tienen unas características comunes. Fueron hombres y mujeres que tenían como centro la Eucaristía, fuente de donde mana el martirio. La devoción mariana y el rezo del rosario ha sido una constante en su vida. Fueron testigos valientes del evangelio en circunstancias en las que eran insultados, maltratados y torturados. Todos, absolutamente todos, proclamaron a Cristo como único Señor y perdonaron a sus verdugos. ¡Qué más se puede pedir!

 

No hay que olvidar su memoria. Me parecen significativas las palabras de Manuel Azaña, Presidente de la II República Española. La fecha era significativa, el 18 de julio de 1938. Es una llamada a la memoria, la concordia y la paz. A esto, sin duda alguna, nos llaman los mártires.

 

Cuando la antorcha pase a otros hombres… si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia, con el odio y con el apetito de la destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección… abrigados por la tierra materna, ya no tienen odio, no tienen rencor y nos envían con los destellos de su luz el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón”.