Teresa de Jesús, amiga de sacerdotes

Autor: Padre Lucio del Burgo OCD

 

 

Teresa no habla desde la teoría sino desde la propia experiencia que ella misma ha tenido con los sacerdotes de su tiempo.  En efecto, Santa Teresa tiene contacto con las figuras más sobresalientes de la Iglesia española.  Tuvo grandes amigos entre los sacerdotes religiosos y seculares.  Algunos llegaron a ser obispos.  De ellos recibió orientación en el camino de su vida.

 

         Teresa de Jesús no ofrece ningún tratado sobre el sacerdocio, sería una gran arrogancia, imperdonable para su propia persona.  Sin embargo, en sus escritos presenta figuras concretas, sacerdotes que ella conoció, a los cuales les pone unas cualidades y características que nos revelan lo que ella pediría a los sacerdotes.

 

        

1.      Situación del clero

 

         Era muy variada y compleja, bastante difícil de comprender a nosotros que vivimos en una sociedad y en una Iglesia que ha cambiado considerablemente.

 

         La formación de estos sacerdotes era, lógicamente, muy modesta.  La mayoría de los futuros clérigos se educaba en compañía de un párroco, acaso el de su misma ciudad natal, conviviendo con él.  Aquí aprendían los rudimentos del latín y el rito de la misa y de la administración de los sacramentos.  La formación universitaria era una excepción.

 

         Juan de Ávila, una de las figuras más relevantes de la España del XVI, jugó un papel importante en la formación sacerdotal.  Su escuela sacerdotal ayudó a muchos presbíteros a descubrir su identidad sacerdotal, su formación teológica y espiritual.

 

         No podemos silenciar la cantidad y calidad de buenos curas que tenían en España en estos tiempos. Sacerdotes del clero regular y secular. Hombres de ciencia, buenos predicadores, excelentes guías en el espíritu, hombres de oración y de acción, misioneros que fueron protagonistas de la labor evangelizadora de la Iglesia. Una labor evangelizadora que no ha tenido parangón con ningún otro momento de la historia de la Iglesia.

 

2.      Encuentro con Juan de la Cruz

 

         Conoce a Juan, joven sacerdote que acaba de cantar misa en Medina del Campo, 1567.  Teresa tiene 52 años.  Juan de la Cruz 25.  Juan Yepes, insatisfecho de la vida religiosa de su tiempo trata de irse a la Cartuja y Teresa busca hombres para la nueva fundación de Duruelo.  Estas son las primeras impresiones de la Santa:

 

“Poco después, acertó a venir allí un padre de poca edad, que estaba estudiando en Salamanca, y él fue, con otro por compañero, el cual me dijo grandes cosas de la vida que este padre hacía. Llámase fray Juan de la Cruz. Yo alabé a nuestro Señor, y hablándole, contentóme mucho, y supe de él cómo se quería también ir a los cartujos.” (F 3, 17).

 

 “En gracia me ha caído, hija, cuán sin razón se queja, pues tiene allá a mi padre fray Juan de la Cruz, que es un hombre celestial y divino. Pues yo le digo a mi hija que,, después que se fue allá, no he hallado en toda Castilla otro como él, ni que tanto fervore en el camino del cielo. No creerá la soledad que me causa su falta.” (Carta 268).

 

“Un hombre celestial y divino”, ¿qué quiere decir con estas palabras?  Que el sacerdote tiene que ser un hombre de una fuerte experiencia de Dios y de su misterio.  Un hombre que vive de la fe en Jesucristo, compañero de camino en las alegrías y las penas.  Y esta es la primera realidad que hemos de pedir al sacerdote.  Sin una profunda fe, sin una intensa experiencia de Dios, el sacerdote se convierte en un profesional como otro cualquiera, en un funcionario. 

 

3.      Hermano entre sus hermanos

 

         Si Teresa de Jesús pide al sacerdote que sea “un hombre celestial y divino”, no es para que se desentienda de los problemas de los humanos.  La mística de Teresa es realista, enraizada en los asuntos de este mundo.  Ella de una manera graciosa y concreta va a decir que “entre los pucheros anda el Señor” (F 5, 8).  Y en otro pasaje afirmara que “cuanto más santos, más conversables” (CV 41,7).

 

         El encuentro con Pedro de Alcántara.  La descripción que hace de él es extraordinaria.  Él era una gran autoridad en la iglesia española.  Emprendió una reforma en la familia franciscana y es autor de varios libros espirituales.  A pesar del caudal penitencial que existe en su vida, la Santa, de una forma discreta, señala (V. 27, 3, 16-20): “era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle.  En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento”.

 

         Afable” y “lindo entendimiento”.  Dos palabras que son muy queridas por Santa Teresa.  Ella estaba convencida que la simpatía y la afabilidad eran unas cualidades que debían de poseer los que están en el ministerio pastoral para atraer más a  las almas, para que no se espantaran.  Teresa está en contra de una santidad arisca y descarnada muy propia de su siglo, en el que se veía al santo como persona rara y cortante.  Por el contrario el pensamiento teresiano afirma que el sacerdote como evangelizador tiene que estar abierto a todo lo humano.

 

         Entendimiento”, en el lenguaje teresiano es sinónimo de “Talento”.  ¿Qué quiere expresar Teresa con estas palabras?  Es agilidad mental, para escuchar y comprender a los demás; elasticidad moral, que siendo irrompible es adaptable a todo género de personas y de coyunturas imprevisibles; claridad de juicio, que aun expresado malamente, va al meollo en cada caso con gran sentido de la realidad; entereza y tenacidad en los propósitos y fidelidad a las personas que se le confían.  En resumen, un gran sentido común.

 

         “Un buen entendimiento, si comienza a aficionarse al bien, ásese a el con fortaleza, porque ve es lo más acertado, y cuando no aproveche para mucho espíritu, aprovechara para buen consejo y para hartas cosas, sin cansar a nadie, antes es recreación” (CE 21, 3).

        

 

4.      Un evangelizador y un misionero

 

         Encuentro con un franciscano que está comprometido en la evangelización en América.  Teresa vibra y hace suyas todas las inquietudes y tareas de la Iglesia de ese tiempo.  Pero fue Alonso de Maldonado, un hombre incansable, cruzó varias veces el Atlántico; uno de los objetivos de sus viajes era la defensa de los indios.  Este franciscano avivó el deseo de trabajar por las nuevas iglesias que estaban naciendo en este continente.

 

“Acertó a venirme a ver un fraile francisco, llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo…Yo quedé tan lastimada…que no cabía en mí.  Fuíme a una ermita con hartas lágrimas; clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese remedio como yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio” (F 1, 7).

 

         Teresa siente la pobreza de ser mujer y no poder gastar su vida a favor de los indios.  De tal manera que en una carta de esa época llega a decir: “esos indios no me cuestan poco” (Cta. 24,20).  Lo importante es destacar en esta figura, en este personaje que aparece en sus escritos, una nota que ella ve con admiración y simpatía, hasta el punto que siente envidia: el carácter misionero de todo sacerdote.

 

        

5. Otras facetas del ministerio sacerdotal

 

Sacerdote, guía en los caminos del espíritu.  El que acompaña a sus hermanos en la fe por las sendas del Espíritu.  Teresa se acercó a ellos para recibir orientación en muchas encrucijadas de su vida.  La luz que recibió de ellos en los momentos claves, se la devolvió en agradecimiento, oración e incondicional amistad. Cómo no recordar en este apartado al Padre Gracián y el capítulo 23 que le dedica en el libro de las Fundaciones.

 

         Desde lo que ella pudo observar en su vida personal va a proclamar que el sacerdote tenga entendimiento, experiencia y letras.  Tres cualidades juntas, sin separación, darán la fórmula ideal.

 

“Así que importa mucho ser el maestro avisado –digo de buen entendimiento- y que tenga experiencia; si con esto tiene letras, es grandísimo negocio” (V 13, 16).

 

“Bendito seáis vos, Señor, que tan inhábil y sin provecho me hicisteis. Más alabaos muy mucho, porque despertáis a tantos que nos despierten.  Había de ser muy continua nuestra oración por éstos que nos dan luz.  ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia?  Si algunos ha habido ruines, mas resplandecerán los buenos.  Plega al Señor los tenga de su mano y los ayude para que nos ayuden. Amén”.  (V 13, 21).

 

         El sacerdote, ministro de la Palabra.  Este ministerio abarca muchos matices desde una homilía o sermón hasta escribir un libro. Teresa entiende que el sacerdote es el que nos dice la verdad sobre la Sagrada Escritura, el presbítero según la mentalidad teresiana es que el discierne a la luz de la Palabra de  Dios.  Esto supone conocimiento de la Biblia y conocimiento desde dentro, no superficial.

 

“porque en la Sagrada Escritura, que tratan, siempre hallan la verdad del buen espíritu” (V. 13, 18).

 

         Una última palabra de Teresa a los teólogos.  Trató con los mejores de su tiempo.  De ellos recibió una iluminación doctrinal a su experiencia.  Ella que siempre fue amiga de verdades, encontró en ellos los caminos hacia la Verdad.  Pero a su vez, Teresa exige del teólogo que sea un hombre de experiencia, no un cúmulo de vanidad doctrinal.  Esta realidad la expresa la Reformadora con estas palabras, “letras humildes y virtuosas”.

(V. 13, 8).