Vivir la Eucaristía en comunión con María

Autor: Padre Lucio del Burgo OCD

 

 

La celebración de la Eucaristía ha ocupado un lugar central en el cristianismo. La Iglesia no puede vivir sin la Eucaristía. Existe un documento que quiero comentar porque me parece que es importante en la comprensión del misterio eucarístico. Se llama «Ecclesia de Eucharistia»( La Iglesia de la Eucaristía). Usted puede encontrarlo en el Internet bien en la página del Vaticano bien en cualquier página católica.

 

La Carta Encíclica tiene varios capítulos. El misterio de la fe, la Eucaristía edifica la Iglesia, Apostolicidad de la Eucaristía, Eucaristía y comunión eclesial, Decoro de la Celebración Eucarística y En la Escuela de María, mujer eucarística.

 

Me voy a centrar en el comentario del último capítulo que es el relacionado entre la Eucaristía y la Virgen. “María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él” (n.53).

 

Me han llamado profundamente la atención estas palabras que las presento para reflexión de todos ustedes, para que entremos en los sentimientos más íntimos de la Virgen en relación con la Eucaristía. Dice así: “¿Cómo imaginar los sentimientos  de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la última Cena: “Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros” (L 22,19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz” (n. 56).

 

La Iglesia cuando celebra la Eucaristía tiene un recuerdo especial de la Madre de Dios. El centro de la celebración que es la plegaria eucarística, momento en el que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre del Señor, allí el celebrante tiene un recuerdo de la Virgen.

 

“Ten misericordia de todos nosotros, y así con María, la Virgen Madre de Dios, los Apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas” (Plegaria Eucarística II).

“Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María la Virgen Madre de Dios y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda” (Plegaria Eucarística III).

 

También se recuerda a María en el acto penitencial: “por eso ruego a Santa María siempre Virgen” y en el Credo que es la profesión de fe de la Iglesia: “Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen y se hizo hombre”.

 

La Eucaristía recuerda a la Madre de Jesús en muchas fiestas, algunas están incluidas en el calendario litúrgico: La Inmaculada, la Asunción, la Virgen del Carmen, María Madre de Dios… Y otras no están incluidas en el calendario litúrgico universal pero que se celebran en las Iglesias particulares, como la Virgen de la Caridad, la Virgen de Regla, la Virgen de la Altagracia, Nuestra Señora de la Merced…

 

La Madre de Dios es muy recordada en la liturgia de la Iglesia y muy especial en la celebración de la Eucaristía. La comunidad de los creyentes cree que en la Misa entramos en comunión con la Iglesia celestial, no sólo recordamos a María sino que entramos en relación con Ella. En palabras más simples: Ella nos da la mano para caminar con nosotros.

 

Ahora podemos comprender las palabras de Juan Pablo II en “La Iglesia de la Eucaristía”: “María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente” (n. 57). Si queremos honrar a la Virgen vayamos a la Iglesia y celebremos la Eucaristía porque en  la comunidad eclesial encontramos la presencia de la Madre del Señor.

 

La Eucaristía es una acción de gracias y alabanza. El canto del Magníficat es el canto de María, donde se expresa de un modo admirable el alma de los primeros cristianos y el alma de la Virgen. “Mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador”. María canta el cielo nuevo y la tierra nueva que están empezando con la entrada de su Hijo en este mundo. “La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magníficat” (n. 58), un canto de acción de gracias y de alabanza a Dios porque sigue haciendo maravillas en nosotros y su misericordia no se ha agotado sino que se manifiesta de generación en generación.

 

El recuerdo y la presencia de la Virgen en la Eucaristía ha sido una brisa del Espíritu concedida a nuestra Iglesia. María nos ha preparado para celebrar mejor el misterio eucarístico. En ella hemos visto el ejemplo para celebrar y alabar a Dios. Por eso, cada Eucaristía es un encuentro con la Madre de la Iglesia que nos lleva a Jesucristo camino, verdad y vida y nos dice como a los invitados de las bodas de Caná que hagamos lo que él nos diga.