Dignidad Humana

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Si solamente nos pusiéramos de acuerdo respecto al reconocimiento de la alta dignidad de los seres humanos, resolveríamos los problemas del mundo de manera más eficaz. La valoración y el respeto por nosotros mismos y hacia los demás nos conducirían al aprecio por la vida, la libertad y el bienestar de todos, cuidándonos, protegiéndonos y ayudándonos mutuamente. Cuidaríamos a la familia como el más valioso tesoro, al reconocerla como el medio ideal para el desarrollo como personas y trabajaríamos por desarrollar una sociedad más justa con amor.

¡Que alta dignidad la del ser humano! Nos entregaron la creación en nuestras manos. La tierra dotada de tantas maravillas, riquezas, bellezas, variedad de animales, vegetales y minerales, todo a nuestro manejo. ¡No caemos en cuenta de cuántos regalos nos hizo el Creador del Universo! Y además, nos dotó de un alma inmortal con inteligencia, voluntad y capacidad de amar. Tantas personas con sus propios dones y talentos, cada una única e irrepetible y de invaluable valor.

¿Qué tendremos que hacer para ser concientes de tan valiosos beneficios, para ser agradecidos y reconocer la grandeza de quien nos creó?

Cada ser humano es imagen y semejanza de Dios. Cuando permitimos la miseria, el maltrato, el asesinato, el secuestro, la injusticia, la deshonestidad, los negocios ilícitos estamos denigrando de nuestra condición privilegiada en la Creación. Estamos negando nuestra máxima dignidad, la de ser hijos de Dios. Fuimos creados para el bien y para el amor.

Tanto nos ama el creador del universo, que al ser humano no saber usar sus potencialidades para el Bien no lo deja a la deriva para que sufra irremediablemente las consecuencias de sus malas elecciones, sino que nos ofrece a su hijo como medio para recuperar la inocencia y el bien perdido.

Nos acercamos a la navidad, tiempo especial para tomar conciencia del amor de Dios por los hombres. Para elevar a los hombres a las alturas de Dios, el mismo Dios se volvió hombre. Sintió como nosotros, vivió como nosotros, pasó estrecheces económicas, tuvo que vivir en el exilio, amenazado desde el momento mismo del nacimiento. Vivió la felicidad del servicio, de la amistad y de la oración. Se la pasó haciendo el bien y entregándonos todo su amor. Sin embargo, los seres humanos todavía no reconociendo su propia dignidad de hijos de Dios, movidos por la soberbia, la envidia, la maldad y el endurecimiento de sus corazones, le pagaron con la cruz. Al resucitar, volvió esa cruz en elemento de salvación para todos.

Preparemos esta navidad para que Jesús nazca de nuevo en nuestros corazones. Que su amor nos lleve a recibirlo, acogiendo a cada ser humano, siendo más justos con los demás, usando mejor nuestras capacidades al servicio de los otros, amando a los demás sin importarnos sus condiciones, siendo más desprendidos y generosos, viviendo con integridad, honestidad, justicia y amor. Reconociendo el valor de cada vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural.

Invito a quienes tienen a nuestros hermanos secuestrados a que acojan el llamado a recuperar, para ellos y sus retenidos, la libertad de los hijos de Dios. Han sido muchos años de ausencia y dolor, devuélvanlos a sus familias y a la sociedad. Permitan que el espíritu navideño llene de felicidad los corazones de todos. Sólo el amor podrá rescatarnos.