Bienaventuranzas

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Para el cristiano el objetivo primordial de la vida es aprender a amar en la escuela de Jesús. Así tendrá una vida con más sentido, gozando de libertad interior, paz y amor, buscando conseguir la máxima bienaventuranza a la que se puede aspirar, que es la del encuentro cara a cara con el Creador, fuente y fin de todos los bienes. Dios ha puesto en el corazón del ser humano un ansia de felicidad que sólo El puede colmar.

El evangelio de hoy plantea unas de las paradojas más difíciles y profundas que Jesús anuncia a sus seguidores. Paradojas difíciles de entender si no es con la ayuda de su Espíritu Santo: “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo…..Ay de vosotros, los ricos! Porque ya tenéis consuelo…” (Lc 6, 17,20-26)

Los pobres que plantea el evangelio son los que se reconocen necesitados de Dios y procuran ajustarse a sus normas en la generación y administración de sus bienes materiales y espirituales. Los ricos son quienes se creen autosuficientes y piensan que pueden hacer lo que quieran sin ajustarse a las leyes divinas porque se han fabricado su propio Dios.

La dicha que ofrece Jesús es una dicha exigente. El dio testimonio del camino con su propia vida. El se la pasó haciendo el bien, curando, acompañando, enseñando, bendiciendo y entregando su propia vida por nuestra redención para que pudiéramos llegar al Padre.

Los seres humanos en la búsqueda de felicidad muchas veces nos anclamos en bienes perecederos como si fueran éstos capaces de llenar nuestros anhelos y pudieran reemplazar a Dios. Se requiere que seamos desprendidos, generosos con todos nuestros talentos y ponerlos al servicio de la construcción del reino de los cielos siguiendo el ejemplo de Jesús.

Cada día es más fuerte la tendencia a querer arrinconar las cosas de Dios en la sociedad y limitarlas a las prácticas al interior de las iglesias. Nuestro deber es ir a la iglesia pero luego, salir con el corazón henchido del amor de Jesús para transformar nuestra realidad personal e irradiarlo a los demás en la familia y en la sociedad.

El verdadero cambio se genera de adentro hacia fuera. Sólo Jesús puede entrar en nuestras conciencias y transformarlas, para que seamos defensores de la dignidad humana, protectores de la familia, generadores de progreso en un ambiente de libertad, paz, fraternidad y justicia.

Eso nos llevaría a compartir los bienes materiales y espirituales no porque se nos imponga por la fuerza, sino por amor, permitiendo que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros. Todos tenemos algo que compartir con los otros, nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestro esfuerzo, nuestros bienes materiales, nuestro criterio, nuestro sentido del humor, en fin todos nuestros talentos.

El verdadero cristiano cifra su vida en Jesús. Se relaciona con El, le imita y elige libremente vivir de acuerdo a su amor. Si así hiciéramos los Colombianos, podríamos decir con sentido el Salmo:”Bienaventurada la nación porque tiene al Señor por su Dios”.