¿Cómo responder a ese amor infinito?

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Reconociendo el infinito amor de Dios  por la humanidad y su manifestación en cada detalle del universo, y reflejado aún con más fuerza a través del Corazón de su Hijo y de la forma cómo su Espíritu nos acompaña en este peregrinaje de búsqueda de felicidad, resolví hacer unas entrevistas imaginarias a dos santos que han influido en los últimos tiempos atrayendo un número grande de almas a Dios, para preguntarles cómo podemos responder a ese amor infinito. 

Le pregunté a la Madre Teresa cuál era su secreto y respondió: “es simple, rezo”. “¿Rezo?” Le pregunté extrañada, “no pareciera que eso fuera lo más importante de su vida, quizás es más importante todos sus gestos de amor y misericordia con los necesitados, todas sus actuaciones en los diferentes campos de la vida”. Con su sencillez y serenidad me contestó, “si no fuera por la oración nada de eso hubiera tenido sentido, ni se hubieran recogido los frutos que se siguen cosechando en el mundo entero”.  

Le pedí que me explicara, “Un mundo que se mueve por lo práctico, que cuando uno habla de Dios cree que está hablando de cosas imaginarias y usted insiste que lo más importante de su vida fue su oración?” Me aclaró: “El único lenguaje que Dios entiende es el lenguaje del amor. Nuestra vida espiritual depende del “sí” que le demos a Dios. A través de mi oración llego a ser “una” con el corazón de Cristo. ¿Te acuerdas de la parábola de la vid y los sarmientos? Si permanecéis unidos a mí, y tenéis mis palabras grabadas en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis”.  

“Primero tenemos que permitir que el corazón de Cristo transforme nuestro corazón, a través de la oración, de su Palabra, de los sacramentos, para que cuando el Señor nos pregunte: ¿me amas? Respondamos con un “sí” sin titubeos. Le respondemos con palabras y con las obras día a día. Claro que me importa que mi trabajo de frutos positivos y por eso veo a Cristo en el desnudo y lo cubro, en el enfermo y lo cuido, en el prisionero y lo visito, en el hambriento y lo nutro, en el anciano y lo sirvo”. 

Le pregunté entonces a San Josemaría Escrivá cómo responder a ese amor infinito de Dios y me contestó: “lo principal es tomar conciencia de nuestra filiación de hijos de Dios. Sentir la felicidad de esa sublime y fascinante verdad, y responder como verdaderos hijos en cada detalle de nuestra vida”.  

“Nuestro Padre desea nuestra unidad de vida, sencilla y fuerte. Que convirtamos todos los momentos y circunstancias en ocasiones de amarlo. Que a través del trabajo bien realizado y de la vida de familia, realicemos nuestra verdadera vocación, busquemos la voluntad de Dios, practiquemos todas las virtudes y desarrollemos los diversos talentos para ponerlos al servicio de los hermanos”. 

“Es necesario también que elevemos todas las cosas al plano sobrenatural convirtiéndolas en instrumento de santificación y apostolado. Unir siempre la vida de piedad con la vida cotidiana. La vida de familia, el cumplimiento de los deberes profesionales, cívicos, patrióticos, sociales, para el cristiano son el medio privilegiado para servir al Señor y al prójimo. Ser fieles a Dios en el cumplimiento de los deberes cotidianos”. 

Por último me completó diciendo: “Si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre sitio en tu corazón. El Señor nos enseñará a amar con obras y de verdad al prójimo, desviviéndonos por hacerlos felices, con compasión, con cariño, con ternura”