Perseverancia

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

En los caminos de la fe es bien importante la perseverancia. “El que persevera alcanza” decía Santa Teresa De Ávila. Fueron muy grandes los escollos que ella tuvo que atravesar para realizar la gran obra que a través suyo iba a realizar Dios: enfermedades, oposiciones, calumnias, dificultades de todo tipo y, por su fe tan grande, paciencia y confianza e identificación con el Señor, continuó  adelante hasta realizar una verdadera transformación espiritual de la que todavía podemos aprovechar sus frutos.

 

Hoy, día de las misiones,  la Iglesia nos invita a movilizarnos en oración y acción para llevar el evangelio a todos los rincones de nuestra vida, nuestra familia, nuestros pueblos y de aquellos que todavía no conocen las maravillas de Dios, hecho hombre en su Hijo Jesucristo. Esto no es sólo la tarea de quienes optan ser misioneros en zonas difíciles, sino de todo cristiano que está convencido de que Jesús es el camino para llegar a Dios.

 

De las lecturas de hoy quisiera resaltar el mensaje de San Pablo en el que le dice a Timoteo: desde niño conoces la Sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. (2Tim, 3,14-4,2) Nos invita a tomar la Escritura como medio para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud, con paciencia y en todo tiempo y momento.

 

En las otras lecturas se nos vuelve a insistir en la importancia de la fe y oración constante y persistente para hacer presente la voluntad de Dios en nuestras vidas y la de nuestros pueblos y conquistar todo lo que deseemos, que sea conforme a las leyes de Dios. (Ex 17, 8-13; Sal 120; Lc18, 1-8)

 

Todos nos dolemos ante las injusticias, la pobreza extrema,  la violencia, las maldades, pero a veces no aprovechamos las enseñanzas de Dios en nuestras vidas para aminorar esas situaciones, combatirlas y transformarlas. Con  Jesús tenemos las herramientas para generar cambios, la fortaleza y la paciencia para seguir adelante a pesar de las dificultades, y la certeza de que con Dios todo lo podemos, si es para el bien de las almas.

 

En la fe no funciona el principio ver para creer, sino el contrario, creer para ver. Jesucristo dijo: “Dichosos quienes sin haber visto han creído”. Hay que dar un salto al vacío de la fe, con la sola certeza de que Dios nos ama tanto, que si le permitimos que Él reine en nuestras vidas, todo lo que nos suceda será para nuestro bien. Comprendiendo que nuestro bien se refiere a aquello que contribuya a hacernos dignos merecedores de conquistar la vida eterna, los demás bienes son relativos y deben estar ordenados al bien mayor.

 

Quien no reza, o está desesperado o se confía sólo en sus propias fuerzas, sufrirá las consecuencias de sus propias limitaciones. Quien reza y trabaja con perseverancia, verá los resultados.

 

La Santa Misa es la oración por excelencia. El Padre Pío decía que él subía al altar como si subiera al Monte Calvario a acompañar a Jesús en su agonía redentora para recoger los tesoros de perdón que Jesús adquirió en la cruz y repartirlos a los pecadores.

 

Scott Hahn, quien antes era un ministro protestante y ahora es un defensor de la Iglesia Católica, en su libro “La cena del Cordero”, llama a la Misa: el cielo en la tierra. Si aprendiéramos a encontrarle el verdadero sentido a la Eucaristía, en la que está presente de manera real, el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesucristo, no perderíamos oportunidad para recibirlo y haríamos el sacrificio que fuera necesario, hasta daríamos nuestra vida, con tal de recuperar y acrecentar la gracia de Dios en nuestra alma.