¿Creo en la vida futura?

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Los cristianos tenemos una  gran esperanza y consiste en que la muerte no acaba nuestra existencia  sino que la transforma.  La muerte y resurrección de Jesucristo nos abrió la posibilidad de vivir para siempre junto a Dios. Si somos conscientes de esta realidad, nuestra vida adquiere sentido de eternidad y al planear nuestra vida, lo haremos supeditando todo a esta meta mayor. Solo el amor permanece, todo lo demás es secundario. ¿A qué le tememos entonces? 

El evangelio de hoy nos invita a no dejarnos atemorizar por el final de los tiempos. Teniendo confianza en la resurrección, sabiendo que incluso las dificultades y problemas de esta vida, pueden ser aprovechadas por Dios para el bien de nuestras almas, no hay nada que temer; sólo debemos perseverar en la fe y en las obras, para ser merecedores de la salvación futura. Desde cuando Jesús vino al mundo, se inició el final de los tiempos y concluirá,  el día que Dios considere que es tiempo de recoger la cosecha de las buenas obras de quienes trabajaron por instaurar su Reino. 

En la primera lectura de hoy, Malaquías nos dice que los malvados y arrogantes serán arrancados de raíz y por el contrario, los que honran al nombre de Dios verán el sol de justicia. (Mal 3, 19-20) 

El tiempo nuestro sobre la tierra, es tiempo de merecer. Es tiempo que podrá significar algún día “gloria”, si lo aprovechamos para elevar nuestras almas y las de los demás, a Dios.  

¿Por qué Dios no ha eliminado a quienes hacen el mal? Porque nos da tiempo para nuestra conversión. Porque nos espera con su infinita paciencia para que acojamos su perdón y su amor. Para que revisemos nuestra vida constantemente a la luz de su Palabra, a la luz de sus mandamientos de amor. Para que aprovechemos los sacramentos que dejó instituidos Nuestro Señor Jesucristo para recibir su ayuda en nuestra debilidad. Para que a través del buen ejemplo de los seguidores fieles a Dios, nos dejemos cautivar. 

El bien tiene su recompensa desde esta misma vida, proporciona felicidad, paz interior, entusiasmo, virtudes  y frutos duraderos. A veces, de acuerdo a las circunstancias históricas, el bien genera incomprensiones, persecuciones e incluso el martirio, éstas son ocasiones para dar testimonio de nuestra fe en Jesús. 

Todos enfrentaremos en algún momento la realidad de la muerte; ante ella, cada uno  debe plantearse las preguntas: ¿Creo en la vida futura? ¿Estoy preparando mi equipaje? ¿Creo en la promesa de Dios que ni ojo vio, ni oído escuchó, lo que Dios tiene preparado para quienes le aman? ¿Creo que siguiendo a Jesús llegaré al Padre? ¿Soy capaz de desprenderme de todo y darlo por amor a Dios?

San Pablo nos invita a trabajar, “el que no trabaje que no coma”. (2 Tes 3, 7-12) No se refiere solamente al trabajo remunerado sino al trabajo al que estamos llamados todos en la familia y en la comunidad. Aportar todos nuestros talentos para construir un mundo mejor.  

El trabajo debe ser medio para llevarnos a Dios. El trabajo decente, realizado como servicio, ayuda a crecer en las virtudes humanas y debe ser realizado de cara a Dios.

El trabajo por excelencia es el que nos lleva a construir el Reino de Dios, dándole apertura a Jesús en nuestras almas, en las de los demás y en la vida de familia y de la sociedad, viviendo a plenitud de acuerdo a sus mandamientos, realizándolo todo por amor.

Sigamos el consejo del Señor: “¡Manténganse firmes, para poder salvarse!” (Lc 21,19)

La resistencia es necesaria porque todos somos peregrinos en este mundo (San Agustín)