El tesoro más valioso

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Si Dios te dice como le dijo a Salomón: “Pídeme lo que quieras”, ¿qué le pedirías?

Salomón le pidió un corazón dócil para gobernar, para discernir el mal del bien. Dios le dio un corazón sabio e inteligente*. ¿Habrá un tesoro aún más estimable que éste?

Sí lo hay. Después de la resurrección de Jesús, los seres humanos tenemos a nuestro alcance un tesoro más valioso que todos los demás: el propio Jesucristo. Él nos da el Espíritu Santo, para transformarnos en su imagen, para que sea Él el primogénito de muchos hermanos*. Para aprender a amar en su propia escuela y recibir sus dones de sabiduría, gozo, paz, paciencia, mansedumbre, dominio propio, temor de Dios (seguir su voluntad y cumplir sus leyes), y un corazón ardiente en caridad.

Comprendiendo que nadie nos ama más que Dios, quien nos manifestó su amor en su Hijo Jesucristo y que “su voluntad es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, nuestra docilidad para cumplir su voluntad, un sí a Dios que parta de nuestra libertad, es lo único necesario para que el tesoro más valioso esté a nuestro alcance y la vida se transforme en la aventura más emocionante del amor incondicional de nuestro Dios.

Los seres humanos tenemos una visión muy limitada de la vida. A veces nos cuesta trabajo ver la vida con expectativa de eternidad y nos aferramos a la vida terrena, con sus ambiciones de riquezas, comodidades, placeres y poder. Aunque no son necesariamente contrarios a la felicidad eterna ni las riquezas, ni las comodidades, ni el sano placer, ni el poder, sí se vuelven bienes muy relativos frente al mayor bien de alcanzar la plenitud de vida en el amor de nuestro Dios; éstos se transforman en males si ponemos nuestro corazón en ellos, anteponiéndolos a las leyes de Dios. Lo importante es que pongamos primero lo primero: “Trabajar por el Reino de Dios y todo lo demás se nos dará por añadidura”*

Dios nos permita descubrir el tesoro más valioso, que seamos capaces de dejar lo que nos aparte de Él. Que podamos repetir con el Salmista: “¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!, mi porción es el Señor; he resuelto guardar tus palabras. Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata”*.

El tesoro más valioso, disminuye el efecto negativo de los problemas más frecuentes del tiempo moderno: la ansiedad, el stress, la angustia, la inhibición para actuar, el pesimismo, y lo reemplaza por serenidad, paz, confianza, tranquilidad interior, diligencia, coraje y optimismo.

Aceptar ese tesoro conduce, algunas veces, a cambiar radicalmente los paradigmas que gobiernan nuestras vidas. Como su origen es la confianza en el amor de Dios, ya no temeremos ninguna situación o circunstancia en nuestras vidas porque “sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”*. No estamos ajenos a las dificultades, incertidumbres, contrariedades, contradicciones, persecuciones, pero todo tiene un sentido superior, y la propia gracia de Dios nos da la valentía, el coraje y los medios para enfrentarnos a las situaciones difíciles. Aún en medio de los problemas más complejos sentimos gozo en el alma, porque sentimos el acompañamiento, la ternura y el amor de nuestro Padre, quien de todas las situaciones, saca frutos de vida eterna.

*(1Rey3, 5, 7-12; Sal 118; Rom8, 28-30; Mt13, 44-52)