Vida Plena

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Hoy recibimos a Jesucristo con ramos y lo proclamamos Rey. “Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito sea el Reino que ya viene*”.

Por nuestra ingratitud lo coronamos con espinas, sin ropajes, con un cuerpo maltratado y herido y lo pusimos en una cruz, pero Él, con su amor eterno, clavó nuestros pecados en la cruz, nos reconcilió con Dios y nos perdonó todas nuestras culpas. Empezó entonces el reinado del Amor, en el que Él va, a quien acepta su amor, transformando y liberando de todo lo que esclaviza e impide amar de verdad. Empezó la plenitud de los tiempos, porque contamos con un Rey en nuestras vidas, que nos transforma para hacernos miembros de su familia real y darnos una vida plena.

Que esta Semana Santa nos encuentre más abiertos a descubrir el tesoro más grande de amor, el propio Jesucristo, quien donó su vida para recuperar la del ser humano. Murió por ti, por mí, por nosotros, porque quería que disfrutáramos de la plenitud que el pecado nos robó. Que experimentáramos la vida con gozo, esperanza, alegría, paz y mucho amor. Cada vez que celebramos la Eucaristía, nos volvemos testigos de ese gran misterio y participamos de la redención, compartiendo su cuerpo, su alma, su sangre y su divinidad para nutrir nuestras almas como el verdadero pan de vida que conduce a la vida eterna.

En estos días también podemos reflexionar sobre la maldad de que somos capaces los seres humanos, porque podemos enceguecernos por ambición económica, o de poder, o por dejarnos influenciar por otros, o por temor a la opinión de la mayoría, o por indiferencia, o cobardía, o debilidad, o incluso por una causa aparentemente noble, como la defensa de las creencias religiosas, como les sucedió a los personajes diferentes que intervinieron en la crucifixión.

Jesucristo puso en evidencia que el corazón humano estaba lejos del proyecto de amor de Dios, estaba endurecido y esclavizado por el pecado, y por eso vino a reconciliarlo a través de sí mismo, compartiendo todas las situaciones humanas, menos el pecado, y así devolvía a la humanidad la posibilidad de que, siguiendo su ejemplo y estando en comunión con su Santo Espíritu, pudiera progresar en la conquista de la libertad, el bien, la bondad, la verdad y el amor.

Los discípulos nos ayudan a que meditemos también sobre la fragilidad humana ante el temor de la muerte. Casi todos se esconden en esta prueba dura. Sólo después de la resurrección y ascensión de Jesús a los cielos, con la ayuda del Espíritu Santo, reciben fuerzas nuevas y claridad respecto al sentido de todo lo vivido y predicado por Jesucristo, y entienden el cumplimiento de las promesas de Dios de celebrar una alianza nueva y perfecta con los hombres a través de su Hijo.

Abracemos la cruz con amor, permitiéndole a la luz de Cristo iluminar nuestras conciencias para que a través de los sacramentos se vayan eliminando las sombras que nos distancian del amor de Dios, para ir revisando cada vez más en detalle, el cumplimiento de los mandamientos, el seguimiento de las bienaventuranzas, el crecimiento en virtudes y la aceptación de la voluntad divina, hasta donarnos a nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo.

Para lograr una vida plena, recibamos con amor y gratitud, las fuentes de la gracia divina que se desprenden de la Cruz de Cristo.

*Mc 11,10