Vocación

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

“Hay diferentes maneras de servir, pero todas por encargo de un mismo Señor… El cuerpo humano está formado por muchas partes, es un solo cuerpo. Así también Cristo”. *

La vocación principal de todo cristiano es al amor. Venimos de Dios quien es amor y regresaremos a Él a través del amor que maduremos en nuestras vidas. El amor es el medio de santificación y plenitud que nos permite alcanzar la felicidad en esta vida y la conquista de la eterna.

El amor lo desarrollamos a través de la entrega al servicio a Dios y a los demás. Hay muchas maneras de servir, muy importantes y necesarias. Quiero referirme a dos grandes vocaciones que escoge libremente el ser humano: la vocación al matrimonio, o al sacerdocio y la vida consagrada. Su sentido es la salvación propia y de los demás y el mayor servicio para el bien de la humanidad.

Estas vocaciones ayudan a acrecentar nuestra capacidad de amar por medio del compromiso, la entrega, el sacrificio, la aceptación de los demás y la fidelidad, aún en medio de situaciones difíciles. Si son verdaderamente asumidas, implican grandes sacrificios, que aceptados libremente por amor a Dios y a la humanidad, producen grandes frutos para el bien de todos.

Estas vocaciones tienen similitudes, están relacionadas a la fecundidad, en el caso del matrimonio, porque se convierte en nido para los hijos, y en el caso del sacerdocio y la vida consagrada, porque genera hijos en la fe y en la gracia. Ambas atraviesan crisis cuando no son asumidas con su verdadero sentido sobrenatural, fortalecer la capacidad de amar.
Una de las causas que está generando gran inestabilidad, desorden y demás problemas en las vocaciones, está relacionada con que llamamos amor a lo que no lo es. El enemigo de Dios, las modas del mundo y las propias pasiones, han llevado a endiosar al “enamoramiento”, confundiéndolo con el amor, aunque este destruya a la familia o acabe con la vocación sacerdotal. Ese “enamoramiento” parte del egoísmo (satisfacción personal aún a costa del dolor y mal para los otros y para sí mismo) y de la soberbia (poner a alguien por encima de Dios y sus leyes). No se le puede llamar amor, porque Dios no se contradice a sí mismo. El amor genera vida, orden, familias unidas, alegres y luminosas, y personas entregadas con entusiasmo a conquistar almas para el cielo, no divisiones, ni infidelidades entre sí o a las leyes de Dios.

Los sacerdotes y las personas de vida consagrada que asumen su vocación y entienden su gran compromiso con Dios, comprenden que el celibato, que han aceptado libremente, les ayuda a hacer una entrega total al Reino de los Cielos y produce grandes frutos. Así como las personas que eligieron el matrimonio y sacan adelante a sus familias inspiradas por el amor a Dios, generan gran bien a todos sus miembros y a la sociedad.

Hoy, que celebramos la venida del Espíritu Santo, abrámosle nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma, para que fortalezca nuestra vocación generando sus frutos: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad, mansedumbre, fe, castidad y dominio propio. Oremos por las vocaciones al matrimonio y al sacerdocio y la vida consagrada al servicio de Dios, de la Iglesia y de la humanidad.

*1 Cor 12,12; Ga 5, 22-23