Domingo III de Cuaresma, Ciclo C

"Si no se convierten, todos perecerán de la misma manera."

Autor: Padre Mario Santana Bueno

 

 

Evangelio Lc 13, 1-9:

Fueron unos hombres a ver a Jesús, y le contaron que Pilato había matado a ciertos hombres de Galilea, y había mezclado su sangre con la de los animales ofrecidos por ellos en sacrificio.

Jesús les dijo: ¿Pensáis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás galileos? Os digo que no, y que si vosotros no os convertís a Dios, también moriréis. ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima, eran más culpables que los demás que vivían en Jerusalén? Os digo que no, y que si vosotros no os convertís a Dios, también moriréis.

Jesús les contó esta parábola:

Un hombre había plantado una higuera en su viña, pero cuando fue a ver si tenía higos, no encontró ninguno. Así que dijo al hombre que cuidaba la viña: "Mira, hace tres años que vengo a esta higuera en busco de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala. ¿Para qué ha de ocupar terreno inútilmente?" Pero el que cuidaba la viña le contestó: "Señor, déjala todavía esta año. Cavaré la tierra a su alrededor, y le echaré abono. Con eso tal vez dé fruto, y si no, ya la cortarás."


Homilía

¿Por qué los desastres y los accidentes que tantas vidas humanas cuestan cada día? ¿Por qué el sufrimiento de los inocentes? ¿Por qué suceden uno tras otros los motivos de dolor y de muerte para los seres humanos?

La mentalidad de la época de Jesús sobre estos temas era clara: el que es malo sufre; el que es bueno no conoce el sufrimiento material. Pero las cosas no coincidían. Ellos veían que habían buenos a los que las cosas les iba bastante mal y malos a los que todo les iba bien. ¿Cómo entender entonces esa realidad del sufrimiento humano?

Se acercan unos a Jesús y le cuentan un episodio sobre una masacre ordenada por Pilato contra cierto número de galileos. Este suceso no se encuentra en ningún otro lugar, ni en la Biblia ni fuera de la Biblia. No sabemos con exactitud qué puede haber ocurrido. Lo que sí parece claro es que al mezclar la sangre de aquellos hombres con las de las víctimas del sacrificio, fue una manera más que acentuada de desprecio y humillación tanto a las personas como a los preceptos rituales judíos.

El Señor les contesta con un accidente: la caída de la torre de Siloé que se cayó encima de dieciocho personas. Aprovechando estos relatos Jesús les dice que no interpreten mal estos trágicos sucesos. Ellos creían, tal y como hemos dicho, que los grandes sufrimientos son el justo castigo de los grandes malhechores, pero el Señor les hace ver que de ninguna manera es así. Para Jesús no existe relación directa entre pecado y calamidades materiales.

Los que le traían la noticia le habían comentado un incidente con los galileos; al fin y al cabo procedían de una región despreciable. Pero es el propio Señor quien les recuerda un accidente ocurrido a los propios judíos en el mismísimo Jerusalén, en la torre de Siloé. Les pone nuevamente en contra de su propia concepción del origen del sufrimiento. Ellos entendían que el sufrimiento físico humano era consecuencia directa del pecado. Jesús hace una llamada a no juzgar a los demás. Si nos llevamos por esta concepción del sufrimiento tendríamos que concluir entonces que muchas malas personas que gozan de prosperidad tendrían que ser equiparados a un santo, y los más débiles, según esta concepción, tendrían que ser los malditos.

Jesús aprovecha esos acontecimientos para hacer una llamada al arrepentimiento y a la conversión y advierte sobre las graves consecuencias que trae consigo la impenitencia.

Hay cristianos de hoy que creen que "la vida está escrita" o que existe el "destino" de cada persona. Los católicos no creemos que nuestra vida está ya diseñada por nada (llámese astros, visiones, cartas, etc.) ni por nadie. No creemos en el ciego destino que marca nuestras acciones y nuestra vida como si fuésemos meros peones en un tablero donde la jugada ya ha sido diseñada. Delante de nosotros está la vida y la muerte, el bien y el mal, y la vida del ser humano es un constante elegir entre lo uno y lo otro (Deuteronomio 30). Lo que ocurre con las personas es que no siempre ni elegimos ni interpretamos bien lo que nos pasa, esto nos trae una carga de sufrimiento que muchas veces intenta desviarnos del camino que libremente hemos elegido.

Si mi vida está determinada por el "destino" no soy libre pues haga lo que haga estaré haciendo lo que me marca el destino. Soy libre y eso me lleva a enfrentarme conmigo mismo. Si meto la pata, si me equivoco en elegir el camino adecuado de la vida, no le puedo echar la culpa a los astros ni a mi horóscopo; soy libre y elegí, yo soy el único responsable de mi vida. Cuando yo muera y esté ante Dios no le va a preguntar el Señor a los astros ni a las cartas ni a mi horóscopo sobre mi vida. Me preguntará sólo a mí, a mi corazón, y desde la libertad que me dio le daré con lo que fue mi vida la respuesta.

A continuación utiliza una parábola dirigida principalmente a Israel, pero también a despertar a todos cuantos tienen los medios de la gracia al alcance de la mano, para que respondan a las oportunidades que Dios les ofrece.

Las características de la higuera son:

El dueño la había plantado en su viña, esto es, en el mejor terreno posible y donde iba a recibir los mejores cuidados. Nosotros somos por nuestra vinculación a la fe y a la Iglesia higueras plantadas en la mejor viña de Dios.
El dueño vino a buscar sus frutos. Fue el dueño directamente, en persona, no envió a sus trabajadores. ¡Cuántas veces se acerca Dios a mi pobre vida en busca de frutos y yo lo único que hago es quejarme de mi poca agua, de mi poca tierra, del lugar donde me han plantado...!
El dueño no halló fruto alguno. Además de no dar fruto la higuera ocupa estérilmente la tierra. Manda a cortarla. El momento de la muerte es cortar nuestro recorrido terreno. Los frutos que no produzcamos en vida no germinarán en muerte. Si el Evangelio no transforma hoy mi vida no me dejará dar frutos.
El que cuidaba la viña intercede por ella. Cristo es el gran intercesor, pero cada creyente debe de interceder por los demás. Puede ser que pienses que has hecho poco por los demás en el camino de tu vida, que has dado pocos frutos, pero nunca sabrás lo que hizo tu oración por el otro ante Dios. El que estaba en pecado no oyó de ti ni juicios ni reproches, sólo Dios escuchó la oración llena de amor que hiciste por quien no sabía hacerla por sí mismo.
Hay personas que en la vida no hablan el lenguaje de Dios. El pecado hace que ni la Palabra se entienda ni la escucha sea la adecuada. En el fondo cada cristiano tiene que ser para con el pecador un traductor de Dios, hacerle ver al que vive en pecado con un lenguaje humano el amor que Dios le tiene y la invitación a cambiar, a dar frutos de felicidad.

El intercesor pide una nueva oportunidad al dueño de la higuera. Es una llamada a la misericordia. Muchas veces hacemos justo al revés: en lugar de ser hermanos de nuestros hermanos nos hacemos jueces de los demás. ¿Quién te ha nombrado juez de los demás?

Trabajará y echará abono para que la próxima vez ya tenga frutos. Hay muchas personas que necesitan más abono y más tiempo para el encuentro con Dios. En la pastoral la tarea más importante no es acercar la gente a Dios sino plantar bien la vida para que sea capaz de crecer en la luz de Dios.

Convertirse, en el lenguaje bíblico, no indica el paso de un lugar a otro sino precisamente de un modo de vivir a otro. Nadie está excluido de la posibilidad de cambiar. Nadie puede ser dado por irrecuperable.

Cada uno de los que creemos en Dios tenemos que ser a la vez higuera y cuidador de la viña. Los demás no necesitan de tus convicciones ni tus grandes cualidades. Aprende que en la vida lo que va buscando cada corazón humano es un corazón que le comprenda y ame, y en eso Dios es el Maestro.

Hay cristianos que están más que preocupados por los frutos (recuerda el salmo: "qué llevaré en las manos cuando me presente ante el Señor...").Yo la verdad más que de los frutos me preocupo de la higuera de mi vida. Sé que estoy plantado en la viña de la Iglesia; el abono que poseo es el mejor: la Palabra y los sacramentos; tengo un buen cuidador, Jesús; y las otras higueras que están conmigo plantadas en esta viña me dejan disfrutar de su agua y de su tierra con su ejemplo y con su profundidad espiritual y con su sentido común...

Estoy preocupado por la higuera de mi vida porque un árbol bueno sólo puede dar frutos buenos...

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¿Cómo entiendes los sufrimientos humanos? ¿Son un castigo?
¿Crees que la vida está "escrita"? ¿Puede un cristiano creer en el "destino"?
¿Qué frutos das en tu vida? ¿Qué producen esos frutos en los demás que te rodean?
¿Tienes misericordia de los que viven en pecado? ¿Les condenas o les animas a la conversión?
¿Abonas bien la higuera de tu vida? ¿Cómo?