Vigilia Pascual, Ciclo C

Autor: Padre Mario Santana Bueno

 

 

Evangelio Lc 24, 1-12:

Las mujeres descansaron el día de reposo (sábado), conforme al mandamiento, pero el primer día de la semana (domingo) volvieron al sepulcro muy temprano, llevando los perfumes que habían preparado. Al llegar, encontraron que la piedra que tapaba el sepulcro no se hallaba en su lugar; y entraron, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Estaban asustadas, sin saber qué hacer, cuando de pronto vieron a dos hombres de pie junto a ellas, vestidos con ropas brillantes. Llenas de miedo, se inclinaron hasta el suelo, pero aquellos hombres les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo cuando aún se hallaba en Galilea: que el Hijo del hombre había de ser entregado en manos de pecadores, que le crucificarían y que al tercer día resucitaría.

Entonces recordaron ellas las palabras de Jesús, y al regresar del sepulcro contaron todo esto a los once apóstoles y a los demás. Las que llevaron la noticia a los apóstoles fueron Maria Magdalena, Juana, María madre de Santiago, y las otras mujeres. Pero a los apóstoles les parecía una locura lo que ellas contaban, y no las creían.

Sin embargo, Pedro fue corriendo al sepulcro. Miró dentro, pero no vio más que las sábanas. Entonces volvió a casa, admirado de lo que había sucedido.


Homilía:

Queridos hermanas y hermanos:

Ayer dejábamos a Jesús muerto en la cruz, enterrado por los más cercanos, ridiculizado y olvidado por la mayoría. Era un fracaso humano: ni siquiera supo escoger a sus amigos que le abandonaron llenos de miedo ante la posibilidad de correr su misma suerte.

Hoy volvemos a la cruz y al sepulcro pero lo encontramos distintos. Ya no está en la cruz, pero tampoco está en la tumba. Ha comenzado la resurrección.

La celebración de la Vigilia pascual es la celebración más importante de los cristianos. La palabra "Vigilia" significa "vigilar", de ahí viene nuestra palabra "vigilante". Vigilante es quien hace vigilia.

Hoy nosotros vigilamos la realidad de nuestra fe, ponemos nuestros corazones ante Dios para ver si la resurrección impactó en nuestra vida. Volvamos al texto evangélico y tratemos de desmenuzar su contenido para darle una vivencia espiritual en nuestro seguimiento de Cristo.

El primer día de la semana las mujeres volvieron al sepulcro muy temprano (24,1). Iban a cumplir con una costumbre rutinaria sobre el cuidado de los cadáveres de aquella época. Muchas veces también hay personas que acuden en esa actitud de rutina a los actos religiosos. Llevamos perfumes que son nuestra fe y nuestro amor, pero los llevamos resignados, sin esperar encontrar nada nuevo, sin alegría. Como aquellas mujeres, muchas personas no se acercan a la Iglesia buscando a Cristo resucitado, sino para hacer algo por tradición o por rutina. Querían atender a la tradición con el Cristo muerto.

La enseñanza que sacamos de esas mujeres es bien clara: podemos ir a donde está Jesús, o donde creemos que está, motivados no por una búsqueda creyente, sincera, sino llevados por la costumbre o la tradición sin vida. Iban muertas en la fe a buscar un muerto pero Dios les cambió su rumbo. Iban a perfumar la muerte pero descubrieron por la acción de Dios el perfume de la vida eterna.

El perfume en el mundo antiguo simboliza la inmortalidad. Ellos bañaban a los muertos con perfumes para despistar el hedor de corrupción, pero a la larga podía más la corrupción que el buen olor.

Puede ser que creamos que vamos a hacer un favor a Dios yendo a su tumba de mil maneras, pero tenemos que ir una y otra vez, aunque no sintamos nada, aunque no estemos del todo convencidos. Si tú buscas a Cristo y no has experimentado su resurrección, acércate aunque sea a su tumba. Busca a Cristo, intenta llevarle el perfume de tu vida, una vida sincera que le busca.

El problemas de muchas personas de hoy es que no saben ni tan siquiera dónde está la tumba de Jesús. No me refiero a la tumba física sino al lecho que debe existir en cada persona, en su corazón para experimentar a Dios.

Para muchas personas la muerte es el olvido. Al Jesús morir, le olvidaron.

Cuando llegaron (v.2) la piedra que tapaba el sepulcro no se hallaba en su lugar y entraron, pero no encontraron el cuerpo de Jesús. Los cristianos tenemos que remover la piedra del sepulcro para que muchas personas más débiles en la fe puedan entrar en la tumba vacía. Nosotros creemos porque alguien: nuestros padres, algún sacerdote, alguien que fue a la tumba nos removió la piedra. La Iglesia es el lugar donde están los que continuamente están removiendo la piedra de la entrada de la tumba de Jesús para que otros puedan entrar. Los cristianos somos porteros de la tumba del Maestro.

Mover una piedra cuesta, por eso la fe es siempre complicada, siempre es mover; mover las piedras para que se muevan los corazones.

Pero no fue suficiente abrir la puerta de la tumba; allí dentro no estaba el cuerpo de Jesús. No es suficiente ir a la tumba, ni siquiera entrar en ella. La tumba es el lugar de la muerte y Jesús ya no tiene sitio en ella. Dios no es un Dios que se tumba viendo el discurrir de los días de los seres humanos como si fuese un turista. Dios dejó la muerte para estar en medio de nuestra vida.

La reacción de las mujeres fue la esperada (v. 4-5). Se llenaron de miedo y quedaron asustadas, sin saber qué hacer, se inclinaron hasta el suelo, y dos hombres con ropas brillantes les pregunta y les cuestiona. Es lo mismo que nos pasa cuando nosotros hacemos algún plan para con Dios. Esperamos impresionar a Dios, pero es el Señor quien nos impresiona. Aquellas mujeres iban a dar algo al cadáver de Jesús y se encontraron con sus miedos.

El miedo que nos describe es el producido por la ausencia de Dios. Se asustaron no porque le vieron sino porque no le vieron. Normalmente los sustos los encontramos por la presencia de algo o de alguien; rara vez por la ausencia de lo que nos puede llenar de temor. Ellas no se asustarían por ver el cuerpo muerto del Maestro. No se asustarían porque era lo que esperaban encontrar. Se asustaron de su ausencia.

La pregunta de aquellos mensajeros (v. 5-7) resuena por todos los siglos. Se oye en el corazón de cada ser humano cuando lleno de temor intenta buscar a Dios y no lo encuentra: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?

En los días de semana santa hemos visto las procesiones que recorren nuestras calles y vemos imágenes espléndidas hechas con el arte del amor. Pero las imágenes sólo nos quieren transmitir una cosa, que la muerte fue vencida. Me explico. Cuando nos acercamos a un muerto se produce una sensación más que extraña en las personas. Tenemos delante un cuerpo, pero la vida en él ya es ausencia. Ya no nos admiramos ni de su voz, ni de su fortaleza, sólo vemos su frialdad, su silencio, su inmovilidad... Cuando vivimos de verdad una procesión con este sentido cristiano, la imagen no es el muerto, sino que suscita en nosotros belleza, movilidad, ternura, cariño, alegría. Una procesión de semana santa bien vivida lo que nos transmite cada uno de sus pasos no es la muerte, sino el Dios limpio, que camina por nuestras calles con nosotros. La imagen no es Dios, sólo produce en nosotros las actitudes que Dios quiere de gozo silencioso nacido desde el corazón.

Jesús no está en la tumba, ha resucitado; este es el mensaje más importante en la Historia de la humanidad. Nada de lo que se ha dicho en la tierra tiene tanta profundidad ni tanta carga emocional.

Resucitar es estar con Dios, dejar que Dios tome el timón de tu vida y de tu existencia de manera definitiva. Mientras estamos vivos estamos resucitados sin duda, pero es una resurrección parcial, donde muchas veces caemos una y otra vez en la tumba y en la muerte del pecado. La resurrección que nos trae hoy Jesús es la definitiva, la que no acaba, la que no termina ni con la muerte.

Salvación es ser resucitado. Todos tenemos que dejarnos resucitar desde nuestras tumbas. Muchas veces es el propio Dios a través de los demás quien viene a nuestra tumba particular, tumba construida por el pecado, para sacarnos de ella, pero nosotros, en lugar de retirar la piedra de la entrada lo que hacemos es cerrarla más. Estamos pudriéndonos pero hay personas que prefieren la oscuridad del pecado que a la luz de la vida.

Cuando llevamos mucho tiempo enterrados en nuestras miseras, nos cuesta salir a la luz porque nos deslumbra la fuerza de la vida. Hay gente que prefiere la oscuridad del pecado porque tienen miedo a salir de sus tumbas. ¿Cuáles son tus tumbas? ¿Cuáles tus oscuridades?

Recordaron las palabras de Jesús (v. 6-8). En los alrededores de la tumba donde reinaba la muerte recordaron las Palabras de vida que dijo Jesús. Muchas veces creemos que Dios en su muerte se quedó mudo, pero no es así, su palabra resuena a lo largo de los siglos. La Palabra de Dios tiene que estar cerca de nuestro corazón porque en ella encontramos las instrucciones para nuestra vida y para nuestra alma. Dios no es mudo, nos dice su Palabra para que nosotros demos una respuesta. Tenemos que tener oídos para las Palabras que vienen de Dios.

Con el paso de los años nos vamos olvidando del timbre de voz de los que ya han muerto, pero la Palabra de Jesús se oye, no con los oídos sino con el corazón, de ahí su actualidad. La Palabra está dicha para todos los tiempos, de ahí su frescura y su actualidad. Cada persona tiene que tener oídos para un Dios que no cesa de hablar incluso después de la tumba.

Las mujeres fueron a los apóstoles con la noticia (v.9-11) pero a ellos les parecía una locura lo que ellas contaban, y no las creían. Los apóstoles tienen una actitud muy humana. No habían entrado en la dimensión del misterio. No creían porque era increíble lo que aquellas mujeres les decían.

Seguramente creyeron que era sugestión, delirios de un querer que no pudo ser y no les creyeron, las tomaron por locas. Lo mismo nos pasa a los cristianos de hoy cuando hablamos a la gente de la resurrección de Cristo. Nos toman por locos, no creen en la experiencia de la vida que vuelve porque ellos una y otra vez han estado en lo profundo de la tumba, sin horizontes, sin destellos de luz, sin puertas abiertas. A nosotros nos toca descubrir rendijas, perforar la piedra de la incredulidad, ablandar los corazones de piedra y hacerles ver a los demás que más allá de su forma de vida triste y oscura, llena de dolor y de cruz, está la vida nueva que nos trae Jesús.

A pesar de toda la incredulidad Pedro fue corriendo al sepulcro (v 12). La Escritura nos dice que fue "corriendo" al sepulcro. Pudo más las ganas de ver que el miedo al qué dirán o la aparente locura de sus informadoras. Pedro no es curioso, lo que ocurre es que probablemente recordó algunas de las palabras del Maestro y quiso verlo por sí mismo. Recordar, correr hacia donde está Jesús resucitado, ese es nuestro camino en la vida. La vida humana tiene muchos caminos y Jesús hoy está por este sendero, pero mañana puede estar en el otro lado del camino, ¿No es la vida cristiana el seguir a Cristo resucitado? Cada cristiano debe seguir al resucitado, pero tiene que buscar los caminos por los que hoy anda el Señor. Unos a otros podemos anunciar a Jesús con nuestra vida. Podemos decir a los demás que Dios está por el camino del amor y de la entrega desinteresada. Mostraremos a los que nos rodean senderos interiores que sólo ellos pueden recorrer. Seremos compañeros de caminos y guías de los que no encuentran los recorridos mejores. Tenemos que ir quitando las piedras que estorban nuestro seguimiento y el de los otros. Nos cansaremos, descansaremos y volveremos una y otra vez a la tumba, ahora no con miedo sino con esperanza.

Termina el Evangelio diciéndonos que Pedro miró dentro, pero no vio más que las sábanas que envolvían el cuerpo del Señor. Ten en cuenta el detalle: no vio a Jesús resucitado, pero se volvió a casa, admirado de lo que había sucedido. El tiempo de la Pascua nos irá descubriendo la resurrección en sus apariciones. Jesús se hace visible a los que quiere. Cada uno tiene que ser capaz de descubrirlo.

Quiera Dios que esta resurrección nos saque de nuestras miserias y de nuestras tumbas y que ayudemos a otros que se tienen por cuerdos, a encontrar sentido a la locura de la cruz.

¡Feliz Pascua!