Domingo II de Pascua de la Divina Misericordia, Ciclo C

"A los ocho días llegó Jesús."

Autor: Padre Mario Santana Bueno

 

 

Evangelio Jn 20,19-31:

Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana (domingo), los discípulos estaban reunidos, y tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludo diciendo: ¡Paz a vosotros!

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo: ¡Paz a vosotros! Así como el Padre me envió, también yo os envío a vosotros.

Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar.

Tomás, uno de los doce discípulos, el que llamaban "el Gemelo", no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le dijeron los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Pero Tomás les contestó: Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré.

Ocho días después, los discípulos se hallaban reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró y poniéndose en medio de ellos, los saló diciendo: ¡Paz a vosotros!

Luego dijo a Tomás: Mete aquí tu dedo, y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo sino cree!

Tomás entonces exclamó: ¡Mi Señor y mi Dios!

Jesús le dijo: ¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!


Homilía

El Evangelio nos ofrece la primera aparición de Jesús resucitado el mismo día de su resurrección. Se les aparece a los apóstoles estando ausente Tomás. Tomás no creyó cuando le dieron la noticia.

Ya María Magdalena había informado a los amigos de Jesús sobre la resurrección, pero ahora Él mismo quiso venir en persona a ver a los suyos para confirmar la fe de ellos y para que fuesen testigos de primera mano de su resurrección.

Los apóstoles estaban con las puertas cerradas y con los corazones llenos de miedo porque ellos presentían que les podía ocurrir lo mismo que a su Maestro. Fue la primera asamblea cristiana después de la resurrección. Esa reunión era totalmente privada porque no se atrevían a presentarse en público. Es curioso como un Mensaje tan lleno de vida, que aporta tanta y tanta seguridad a los que le siguen, en esta primera escena apostólica tras la muerte de Jesús aparece con tintes más que sombríos. Era una reunión cuya dirección la llevaba el miedo que había en el ambiente. Tenían las puertas cerradas con los candados del miedo, pero no hay cerraduras que puedan impedir la presencia del Señor en medio de ellos.

¿Cómo fue esta aparición?

Jesús les saluda con mucha cordialidad; es el saludo de todos los días como si nada hubiese pasado. Les enseña las manos y el costado como eficaz forma de identificación.

Las heridas de Jesús quedaron marcadas incluso en su resurrección. Buena señal para los convertidos cuyas heridas del pasado siguen estando presentes, pero ya reconvertidas en resurrección. Las heridas que están presentes en la nueva condición ya no duelen, sólo están demostrando que realmente aquel cuerpo que sufrió la muerte se perpetúa ahora en la vida eterna.

Nada más ver al Señor la fe de los apóstoles quedó robustecida. Dice la Escritura que "ellos se alegraron de ver al Señor." (v.20). De nuevo la alegría desbanca al miedo. Hay algunos que se dicen cristianos y viven rodeados de miedos y son enemigos de la alegría que viene de Dios. Más que cristianos padecen de cristianismo. Más que la alegría de la resurrección son anunciadores del miedo que llevan dentro.

La fe queda robustecida porque produce una profunda y gran alegría.

Jesús les saluda por segunda vez y les da una misión: les encarga que continuaran su obra. Él tenía poder para enviarlos a la nueva tarea. Si durante su vida mortal llamó a los suyos y les encomendó muchos trabajos, ahora desde la eternidad resucitada nuevamente les invita a seguir la labor iniciada.

Hay ocasiones que perdemos esta interesante perspectiva. La misión que Jesús nos encarga no es ya desde su propia realidad terrena, sino que desde el primer momento de su resurrección nos envía a dar testimonio a los demás. Importante tiene que ser lo primero que ocupa la atención de Jesús resucitado. Para lograr ese objetivo les ofrece la fuerza del Espíritu Santo. El Espíritu es aliento de Cristo. Les ofrece seguridad con su presencia.

Tomás no estaba. ¿Qué ocurrió con Tomás? ¿Tomás no tenía miedo de salir a la calle? ¿No participaba del temor de los demás apóstoles? ¿Fue quizás el único valiente?

En nuestras parroquias hay personas alejadas de nuestras celebraciones y cultos, son los descendientes de ese Tomás que no quiere o no puede creer sin evidencias más que palpables. Esas personas piden pruebas cuando en realidad no han sido capaces de abrir la puerta y estar con los demás. Tomás no valoraba el testimonio de todos los otros; se consideraba a sí mismo o muy prudente o excesivamente superior. Pensaba que los demás eran demasiado crédulos.

A los ocho días vuelve de nuevo Jesús a aparecerse un domingo. Las puertas seguían cerradas. Parece como si la primera aparición no terminara de lanzar al mundo a los nuevos testigos. ¿Sería que estaban buscando la unidad de la fe de aquellos once para, a una sola voz, proclamar un único mensaje?

Esta vez estaba Tomás entre ellos. Jesús les saluda y se dirige directamente al que dudaba. El Maestro le responde palabra por palabra al apóstol desconfiado. Aquél seguidor de Jesús no pensemos que era un inconverso. Tomás tenía una calidad suficiente de fe como para estar siguiendo a Cristo, pero lo que le faltaba era fe para dar crédito al testimonio de otros. Avergonzado exclama: "¡Señor mío y Dios mío!" Ahora la duda se ha vuelto confesión de fe explícita y sincera. Lo que le pasó a nuestro apóstol es que fue lento en el creer.

Hay veces que en mi vida tengo las puertas de mi corazón cerradas por la desconfianza y por el miedo, no a los judíos, sino a mi conciencia, a Dios.El Señor no me quiere dejar solo y entra sin pedir permiso; me saluda con ese saludo profundo de paz, y me habla ahora a mí. No tengo escapatoria. En cambio me excuso a mí mismo no queriendo ver que el Señor está tan cerca de mí que puedo ver con claridad sus heridas y su resurrección. Me saluda de nuevo... Yo, cual moderno Tomás, sigo lento en el creer... Sólo te pido Señor que a pesar de mi lentitud, entra sin miedo a mi vida aunque yo tenga mis puertas cerradas, Tú puedes hacerlo y yo deseo que lo hagas.

¡Señor mío y Dios mío! Recuérdame tu presencia y tu resurrección aunque las puertas de mi yo estén cerradas.

Creo que la historia de Tomás es la de muchos creyentes que esperamos ver para creer, cuando en realidad tendríamos que creer para ver...

* * *

¿Cómo experimentas la presencia del Resucitado en tu vida?
¿Cómo transmites el anuncio de la resurrección a los demás?
¿Creer para ver o ver para creer? ¿Cuál es la prioridad en tu vida?
¿Qué papel tiene la Iglesia en la resurrección de Jesús?
¿Qué tienes que hacer para no ser lento en el creer?