Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo C

"Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta."

Autor: Padre Mario Santana Bueno

 

 

Evangelio Lc 15, 1-32:

Todos los que cobraban impuestos para Roma, y otras gentes de mala fama, se acercaban a escuchar a Jesús. Y los fariseos y maestros de la ley le criticaban diciendo: Este recibe a los pecadores y come con ellos.

Entonces Jesús les contó esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos, y les dice: “¡Felicitadme, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido!” Os digo que hay también más alegría en el cielo por un pecador que se convierte a Dios, que por noventa y nueve que no necesitan convertirse. O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reune a sus amigas y vecinas y les dice: “¡Felicitadme, porque ya he encontrado la moneda que se había perdido!” Os digo que así también hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se convierte.

Contó Jesús esta otra parábola: Un hombre tenía dos hijos. El más joven le dijo: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.” Y el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después, el hijo menor vendió su parte y se marchó lejos, a otro país, donde todo lo derrochó viviendo desenfrenadamente. Cuando ya no le quedaba nada, vino sobre aquela tierra una época de hambre terrible, y él comenzó a pasar necesidad. Fue a pedir trabajo a uno del lugar, el cual le mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras que aquí yo me muero de hambre! Volveré a la casa de mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo: trátame como a uno de tus trabajadores».” Así que se puso en camino y regresó a casa de su padre.

Todavía estaba lejos, cuando su padre le vio y, sintiendo compasión de él, corrió a su encuentro y le recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo.” Pero el padre ordenó a sus criados: Sacad pronto las mejores ropas, y vestidle; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el becerro cebado, y matadlo. ¡Vamos a comer y a hacer fiesta, porque este hijo mío estaba muerto, y ha vuelto a vivir; se había perdido, y le hemos encontrado!” Y comenzaron a hacer fiesta.

Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, y el criado le contestó: “Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado, porque ha venido sano y salvo.” Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. Él respondió a su padre: “Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado.”

El padre le contestó: “Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido, y le hemos encontrado.”


Homilía

El texto de hoy nos cuenta tres hermosas parábolas a las que con razón se les llama "las parábolas de la misericordia: La oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Las tres tienen en común la misericordia y la constancia que produce alegría.

La verdad es que este Evangelio de hoy para muchos cristianos es el "evangelio para los otros" ya que "yo creo en Cristo; estoy convertido..." y me da la impresión que esto no es así. ¿Por qué les digo esto? Si miramos nuestras iglesias y lugares de reunión vemos que los "pecadores" oficiales no se acercan a nosotros. Es verdad que vienen a solicitar sacramentos muchas personas que están en situación irregular, pero no es menos cierto que existe como una ruptura en la relación entre pecadores e Iglesia.

Los pecadores en muchas ocasiones no ven en la Iglesia una invitación a Cristo. Ven más bien una especie de "multinacional del bien" que no va con ellos.

Hay veces que cuando se acerca un pecador a nuestros lugares de culto más que acogerle lo que hacemos es mirarle con desconfianza, cuando no con desprecio... ¿Es esta la actitud de misericordia que Dios pide de nosotros?

Hay cristianos que se quejan de lo mal que está el mundo, de esas sodomas y gomorras del tiempo presente. Todo es ruina y devastación... Se olvidan estos hermanos y hermanas que entre la frondosidad del pecado siempre se está abriendo una y otra vez la claridad de la luz. El pecado nunca tiene la última palabra en la vida de las personas. Siempre la gracia es más fuerte y la misericordia más intensa.

Perdidos y encontrados este es el gran anuncio del Evangelio que pasa por el camino de la misericordia para llegar a la alegría. Muchos cristianos sinceros viven la fe como una tortura, "padecen" de la fe, y esto sucede porque la viven sin misericordia, sin alegría. Para ellos seguir a Cristo es o bien tener bien claras una serie de ideas que hay que vivir o estar en permanente disconformidad con todo y con todos. La misericordia no tiene un papel importante en ellos...

Los cristianos a través de los siglos hemos ido elaborando delicadas teorías para poner a cada uno en su sitio: el pecador en su pecado y el convertido en la gracia. Puede ser que nos olvidemos con mucha facilidad que en todos los seres humanos hay momentos de estar perdidos y de encuentro. Que los análisis y las acusaciones humanas no pertenecen al ámbito de Dios. Toda nuestra vida será intentar adecuar nuestro pensamiento y nuestro ser a la realidad de Dios no a la inversa.

Creer en Dios es también creer en su misericordia y en la capacidad del ser humano para aceptarla. Nunca podemos infravalorar la respuesta de los demás al amor de Dios. Cuando veas a una persona aparentemente alejada de Dios no desconfíes nunca de su posibilidad de un auténtico encuentro con el Señor. La historia de nuestra fe está llena de pecadores y pecadoras arrepentidas que una y otra ver fueron acogidas por el Padre Bueno.

¿Sabemos nosotros descifrar el misterio del ser humano desde la óptica de la misericordia de Dios?

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¿Qué es para ti la misericordia?
¿Qué lugar ocupa la ternura con los demás en tu vida?
¿Qué significado tiene para ti las expresiones "tradicionalista" o "progresista"? ¿Tienen algún sentido estas posturas en la vida cristiana?
¿Cómo acoges a los más débiles en la fe? ¿Por qué?
¿Cómo podemos crecer en la misericordia?