Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo C

"Señor, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino".

Autor: Padre Mario Santana Bueno

 

 

Evangelio Lc 23, 35-43:

La gente estaba alí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de Jesús diciendo: Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido! Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban a él y le daban a beber vinagre, diciéndole: ¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y sobre su cabeza había un letrero que decía: “Éste es el Rey de los judíos.”

Uno de los malhechores allí colgados le insultaba, diciéndole: ¡Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros! Pero el otro reprendió a su compañero diciendo: ¿No temes a Dios, tú que estás sufriendo el mismo castigo? Nosotros padecemos con toda razón, pues recibimos el justo pago de nuestros actos; pero éste no ha hecho nada malo. Luego añadió: Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar.

Jesús le contestó: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraiso.


Homilía

En nuestro breve relato de hoy se condensa de manera especial toda la realidad de los seres humanos. Del desprecio a la súplica, de la burla al insulto, de la justicia a la misericordia. Todo encuentra cabida en las líneas de este último Evangelio del año litúrgico.

Hay un primer momento de desafío a Jesús: "Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido!" Llegado el momento del dolor y de la muerte, la gente y las autoridades piden la última prueba: que se salve a sí mismo.

Muchas veces también nosotros ponemos a Dios en este reto. ¿No hemos seguido a Dios? ¿No hemos creído en Él? ¿Por qué tarda tanto en solucionarnos los problemas...? Ante la prueba en nuestras vidas Dios parece que muchas veces calla y no actúa. En algunas ocasiones somos como aquella gente y aquellas autoridades. La enseñanza de Dios es que tenemos que pasar por las pruebas para ahondar en la confianza en Él. Creer en el Dios que no se quiere salvar del suplicio de la cruz es por lo menos una provocación a nuestra razón y a nuestra comodidad. Tardamos en comprender que la salvación no es librarse del suplicio. La salvación es unirnos a Él incluso en la tortura y la muerte.

Ahora son los soldados quienes le retan. La cuestión es la misma que la anterior: "¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo." Si los primeros buscaban la respuesta a la mesianidad de Cristo, éstos buscan la respuesta desde su realeza. Un rey es poderoso, tiene ejércitos que no le abandonan en los momentos más duros. ¿Qué rey puede dejarse matar? ¿Acaso no es el rey quien dicta sentencias de muerte? ¿No es el rey quien condenaba? Ni en la cabeza ni el corazón de aquellos soldados entraba tal extraña realeza.

Cuando pronunciamos el "Venga a nosotros tu reino..." quizá no calibramos el alcance de lo que decimos. La realeza de Jesús es la de la misericordia y de la compasión. Buscamos en cambio la eficacia más que la contemplación de su reino.

La tercera pregunta se la hace uno de los bandidos que estaba colgado a su lado: "¡Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!"

Tres afirmaciones con trasfondos bien distintos:

- La gente y las autoridades cuestionan a Jesús sobre su divinidad.
- Los soldados le cuestionan sobre su poder.
- Los bandidos lo hacen desde un punto de vista mucho más práctico: la salvación no individual sino también la de ellos.
Tres actitudes que se dan con mucha frecuencia en nuestros ambientes:

¿Si Dios existe por qué hay tanto mal en el mundo?
¿Si Dios tiene poder por qué permite las guerras, las miserias, el hambre...?
¿Si Dios me quiere por qué no me saca de este apuro en el que estoy?
La respuesta la da un cuarto personaje que está en el mismo suplicio que Jesús. Es el que llamamos "el buen ladrón". Este hombre recuerda a su compañero que Jesús no ha hecho nada malo y lanza una súplica al Maestro: "Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar."

Es la única frase llena de ternura que escuchamos en el Evangelio de hoy. Sólo Jesús supera con compasión la petición angustiada de aquel hombre.

La actitud de los dos malhechores refleja la postura de la humanidad entera ante la prueba y la muerte: La de uno es la rebeldía ante Dios; la del otro es la petición serena y confiada en el Señor. Todos los seres humanos somos uno u otro. ¿Cuál eres tú?

Termina el Evangelio con una promesa: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso."

Dice el Génesis que el primer ser humano perdió el paraíso por el pecado. Hoy un pecador entra de nuevo en el paraíso. Se cierra así el ciclo de dolor y de muerte que el ser humano había inaugurado. Empieza el reinado de Cristo con la obediencia y la comprensión de aquel malhechor compañero de suplicio de Jesús. Todo comenzó cuando le reconoció como rey.

Pedimos al Señor que venga a nosotros su reino pero muchas veces queremos estar en nuestras pequeñas repúblicas, en las repúblicas de mi "yo". Necesitamos descubrir la realeza de Jesús en nuestras vidas no como un nuevo desafío que le hacen aquellos que están a los pies de la cruz, sino como aquél buen ladrón que quiere que su vida sea recordada por Él en el reino de la eternidad.

Nunca he ocultado mis simpatías por ese buen pecador. Su vida probablemente no fue ejemplar, su muerte sí. En él quiero fijarme para con su misma actitud decirle una y otra vez al buen Jesús: "Señor, no te olvides de mí ahora que estás en tu reino..."

* * *

¿Qué retos planteas con frecuencia al Señor?
¿Cómo entiendes que Jesús es "Rey"? ¿En qué consiste su realeza?
¿Con cuál de los tres momentos del Evangelio te identificas con mayor frecuencia? ¿Por qué?
¿Qué debes hacer para que el reino de Dios se haga presente entre nosotros, de manera especial entre los más pobres y necesitados?
¿Cómo te imaginas el Reino de Dios? ¿Cómo lo explicarías? ¿Qué significa "estar con Jesús eternamente"?