El Día de Reyes

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
HDesde el segundo siglo de nuestra era cristiana la Iglesia celebra el 6 de enero la Fiesta de la Epifanía, la que todos hemos tradicionalmente identificado como “El Día de los Reyes Magos”.

Epifanía es un vocablo de origen griego que se usaba para hablar de la aparición de un dios o de algún otro ser supernatural. La Iglesia cristiana lo adoptó para referirse a las tres manifestaciones divinas que formaron parte de los inicios del ministerio de nuestro Señor Jesucristo.

La primera fue su manifestación como el Dios de los gentiles tanto como lo era de los judíos, cuando los “tres reyes magos”, cada uno de diferente procedencia, le adoraron en la pequeña y bellísima aldea de Belén.

Hay una vieja leyenda que cuenta que los Reyes Magos, de camino a Belén para llevar sus presentes al Niño Jesús, en medio de su travesía invitaron a una anciana a que les acompañara. A pesar de la generosa invitación de éstos, la mujer prefirió quedarse al tanto de los quehaceres de su casa, ignorando la preciosa oportunidad que se le ofrecía. Más tarde, al arrepentirse de la decisión de no haber ido con ellos, preparó un cesto con dulces y salió de su casa para buscarlos, sin conseguirlo. De esta forma se detuvo en cada casa que encontraba a lo largo del camino, dando golosinas a los niños con la esperanza de que alguno de ellos fuese el pequeño Jesús. Desde entonces vagaría por el mundo dando regalos a todos los niños para hacerse perdonar. Lamentablemente en los días que corren muchas personas ignoran el impacto que para sus vidas tendría un encuentro con el maravilloso niño de Belén.

San Mateo continúa su evangelio reseñando la segunda manifestación cuando Jesús reveló su identidad divina en la experiencia de ser bautizado por Juan el Bautista, y la tercera manifestación tuvo lugar en las bodas de Caná de Galilea, donde Jesús realizara su primer milagro conocido.

Tradicionalmente, sin embargo, la Fiesta de la Epifanía se ha relacionado preferentemente con la visita de los “reyes magos”. Y escribimos estas palabras entre comillas porque la tradición nunca se ha puesto de acuerdo a la hora de identificar a estos hombres. La Biblia ni siquiera nos da sus nombres ni determina su número. Hay quienes sugieren que fueron dos y otros aumentan su número a doce, pero la idea de que eran tres es la que ha prevalecido. En términos generales se les llama “los tres sabios de Oriente” y de esta manera se les quita la connotación de soberanos de un territorio, ampliándoseles la esfera de influencia, porque un reinado tiene límites pero no los tiene la sabiduría.. Sus nombres aparecieron en el siglo noveno cuando se les adjudicaron las identidades de Gaspar rey de Tarso; Melchor rey de Arabia y Baltasar rey de Sheba. Pero no se trata, sin embargo, de nombres exclusivos. La leyenda nos cuenta que en Grecia se llaman Apelio, Damasco y Amerios y para los hebreos son Galagat, Srachin y Malagat.

Los regalos que ofrecieron al niño Jesús encierran un simbolismo de rico significado teológico. El oro es el regalo para un rey. Séneca nos dice que en la antigua Grecia existía la norma de que nadie se acercara al rey sin un regalo. Y el oro, que es el rey de los metales era, pues, el regalo apropiado para el Rey de reyes. El incienso es el regalo para un sacerdote. Era en el culto del templo y en sus sacrificios, donde se usaba el místico aroma del incienso. Y la mirra es el tributo que se ofrece a las personas que han muerto, o que están a punto de morir. La mirra, precisamente, se usaba en el procedimiento para preparar los cadáveres para su sepultura.

Los tres sabios de Oriente, o ajustándonos a la tradición prevalerte desde nuestra niñez, “los tres reyes magos” proclamaron que Cristo es Rey, Sacerdote y Mártir.

En los países nórdicos, y en especial en los Estados Unidos donde nosotros residimos, la tradición de los “sabios de Oriente” carece de prominencia. De todos es sabido que la figura apócrifa de “Santa Claus” es probablemente la más asociada con la Navidad por los niños de estos países. Todos los años, quienes se acogen a la tradición bíblica de “los reyes” levantan la polémica sobre si debe excluirse a “Santa Claus” o debe mantenérsele como héroe. Nosotros hemos llegado a la conclusión de que debieran mantenerse ambas tradiciones, por supuesto, con la necesaria aclaración de que una de ellas es bíblica, y la otra es propia de las leyendas que fueron insertadas en la cultura popular.

La razón es que nuestros niños – refiriéndonos a los de los Estados Unidos -, viven en un entorno histórico del que no podemos desligarlos sin correr el riesgo de que contribuyamos a que se sientan marginados o discriminados, y por otra parte es nuestro deber también mantener vivos en ellos los valores de nuestra propia cultura. Tarea dificultosa para padres que disponen de limitados recursos, pero el hecho es que no tenemos porqué asociar la celebración de la Epifanía a la simple donación de efectos materiales.

Me gusta mucho una vieja leyenda que describe a los tres viajeros de Oriente. A Melchor lo consideraban el anciano de los tres, con un cabello blanquísimo y una larga barba nevada. Fue a él a quien correspondió entregar el oro. Gaspar era el más joven, aún imberbe y fue quien trajo el incienso y Baltasar era negro, con una imponente estatura y muy fornido, y fue quien donó la mirra. Según esta leyenda, un viejo, un joven y un negro vencieron distancia y obstáculos para ir a arrodillarse ante el niño-Dios, lo que nos proclama la universalidad de Jesucristo. Este es un tema del que podemos hablar a nuestros niños porque fue precisamente por medio de la persona de Jesús recién nacido que recibimos el mensaje de la redención universal y eterna del ser humano.

¡Estamos de nuevo en Epifanía y desde los cielos se nos manifiesta Dios, mejor que nunca, en la maravillosa esplendidez de su amor reflejada en el rostro del dulce niño de Belén!.