Un domingo muy especial

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
El próximo domingo se conmemorará la Resurrección de Jesús; pero no precisamente porque se trate de esto, que es probablemente el más importante acontecimiento de la historia; sino por otras razones accidentales el domingo 23 de marzo debe ser tenido por todos como algo muy especial.

El domingo de Resurrección siempre es el primer domingo después de la primera luna llena que se produce pasado el equinoccio de primavera, el que tiene lugar el 20 de marzo. La fecha de la Resurrección se basa en el calendario lunar de los hebreos que se usaba para determinar la fecha de la Pascua, norma que ha sido insertada en nuestro calendario romano en vigor.

Basándonos en la anterior información tenemos el caso de que este año nuestro domingo de Resurrección es inusualmente muy temprano, de hecho es la única vez en el resto de nuestras vidas que sucederá algo semejante. Y, además, solamente las personas extremadamente viejas de la población han sido capaces de ver otro domingo de Resurrección tan temprano como éste Fue hace 95 años que Easter, como solemos decir, cayera en un domingo 23 de marzo.

La próxima vez que un domingo de Resurrección se celebre tan temprano como el 23 de marzo será en el año 2228, (220 años a partir de hoy). La última vez que Easter se celebró tan temprano en el almanaque fue en el año 1913. Pocos viven todavía para haber sido testigos de suceso tan extraordinario.

Todo lo anterior hace que tengamos un domingo muy peculiar para celebrar la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo este año. En el pasado -y no en fechas sideralmente distantes de la nuestra- todos celebrábamos Easter de una forma abierta, esplendorosa, testificante. Yo recuerdo que en los años de la década de los 60’s había hileras de familias desfilando gozosas para entrar a los templos. Eran los días en que los niños vestían ropa nueva, las damas lucían sus vestidos blancos llevando bellos sombreros sobre sus cabezas y los hombres todos, trajeados y con corbata. A menudo, en diferentes iglesias había apostados policías para detener el tránsito para abrirles paso a las personas que abarrotaban los santuarios. Los comercios cerraban y se respiraba en el ambiente aromas de paz. Hoy las cosas han cambiado. De tal forma que no estamos seguros de que la Resurrección de Jesús puedan celebrarla libremente aquellos a los que les toque vivir de aquí a 220 años, ocasión en que se repetirá un domingo tan especial como el que nos corresponderá vivir en unas cuantas horas.

Mucho más importante que los detalles que hemos apuntado es afirmar que la Resurrección de Jesús es el fundamente de la fe cristiana. San Pablo así lo afirmó: “si Jesús no resucitó vana es nuestra fe”. Si extirpamos el domingo de Resurrección de nuestro calendario de celebraciones, se desplomaría toda la estructura del cristianismo. Precisamente con ese malsano propósito trabajan los que quieren desesperadamente poner en tela de juicio el hecho histórico de que Jesús se levantó de entre los muertos. Unos argumentan que los restos mortales del Mártir del Gólgota fueron rescatados de las ruinas de una antigua tumba familiar; otros insisten en afirmar que científicamente la Resurrección es una imposibilidad, y no faltan los que afirman que la Resurrección es un mito de prehistóricas religiones adoptado por fanáticos en tiempos de Jesús.

Hay, entre otros varios, un libro del autor Andreas Feber-Kaiser titulado “Jesús vivió y murió en Cachemira”, en el que se relata la fantástica historia de que Jesús fue narcotizado en la cruz, fingiendo su muerte. Al dispersarse la multitud se trasladó, acompañado por un exiguo grupo de cómplices a la distante región de Cachemira, donde condujo movimientos místicos, muriendo muy anciano.

Lo cierto, no obstante, es que contra la afirmación bíblica de la Resurrección de Jesús han caído doblegadas todas las teorías y reducidos al ridículo todos los intentos por negar su realidad. Podríamos hilvanar diferentes pruebas para explicar el hecho de la Resurrección; pero hay una prueba tan sólida que nos exime de citar otras.

Primero, y nos ajustamos de nuevo a la revelación expuesta por el Apóstol Pablo, si Jesús no resucitó, tampoco lo haríamos nosotros y carecerían de sentido su sacrificio en el Calvario y nuestra propia vida. La fe cristiana se arraiga en la divinidad de Jesús. Su vida milagrosa no puede desvanecerse en las sombras de la muerte. Creemos en su propia declaración: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”.

Además, la historia de más de 2,000 años es el gran testimonio de que Jesús vive y reina. Con El tenemos comunión y en sus manos hemos depositado nuestras vidas. Si Jesús hubiera muerto no tuviera nuestra fe el poder y la vigencia que ha demostrado en todas las circunstancias.

En una entrevista que se le hiciera al pastor Rick Warren, el autor del libro “Vida con Propósito”, del que se han vendido millones de ejemplares, un periodista le formuló esta pregunta: “¿Cuál es el propósito de la vida? La respuesta la compartimos: “En pocas palabras, la vida es la preparación para la eternidad. Hemos sido hechos por Dios para durar para siempre, morando con El en los cielos. Un día mi corazón dejará de latir y ese será el principio de que mi cuerpo muera, mi cuerpo, pero no yo. Yo solamente pudiera vivir hasta más de 100 años en la tierra, pero me voy a pasar a la eternidad con mi Señor y Salvador”.

En efecto, la Resurrección de Cristo es la seguridad de nuestra propia eternidad. El afirmó que había venido para darnos “vida eterna”. ¿Cómo puede darnos eternidad quien no la tiene?

Este domingo 23 de marzo, especial por razones de astronomía y calendarios, es verdaderamente espectacular porque en el mismo alabaremos al Señor Jesús, vencedor de la muerte y el Rey de la vida. Unámonos todos en la proclamación que no envejece con los siglos y digamos al unísono, pletórico el corazón de luz, ¡ALELUYA!, ¡CRISTO VIVE!