Preguntas sin respuesta

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
En los inquietos años iniciales de la revolución centenares de miles de cubanos nos alejamos de la patria querida. A muchos los despojaron de sus bienes, injusta y desaforadamente; a otros los expulsaron agresivamente de sus trabajos y del ejercicio de sus profesiones, y a los que expresaron inconformidad con lo sucedido los encarcelaron, y a los menos afortunados les llevaron al paredón de fusilamiento.

En aquellos días el triunfalista tirano gritaba desde la tribuna que los “traidores” que abandonaban la revolución -revolución de la que no quisieron participar, por innecesaria y anárquica-, algún día se arrepentirían porque Cuba, en pocos años, sería la más próspera nación de América.

Han pasado, de aquellos años, casi cinco décadas. Tiempo suficiente para que nos arrepintiéramos los exiliados y para que los cubanos de la Isla respiraran libertad, gozaran de abundancia y se sintieran orgullosos de la tierra bella en la que han nacido; pero ha sucedido todo lo contrario. Los que optamos por la inquieta ruta del destierro hemos echado raíces muy fructíferas en los sitios adonde nos ha tocado ir, y desde nuestras ubicaciones hemos extendido mano generosa de ayuda a los que en la Isla quedaron atrapados por la infame red de mentiras, promesas falsas y cadenas esclavizantes, fatídico saldo de la absurda revolución castrista.

A los supuestos marxistas que aún quedan en Cuba amamantados por la sucia ubre de una decadente revolución, ¿no se les ha ocurrido preguntarse por qué la gente se va de una tierra de la que se dijo que fluiría “leche y miel”?

A los dirigentes que visten guayaberas de lino y todavía conducen automóviles y visitan hoteles y restaurantes de lujo, ¿no se les ha ocurrido preguntarse por qué una revolución que prometió igualdad social está cuajada de ostensibles diferencias?

A los llamados “mayimbes”, los que se han instalado sempiternamente en la cima del poder, les hacemos la misma pregunta: ¿no se han cuestionado ustedes la razón de ser de una revolución que le corta el alimento a los niños, les cercena el futuro a los jóvenes, les quita la paz a los ancianos; les escupe chorros de miseria a las personas de la raza negra y trafica internacionalmente con la honra de las mujeres cubanas?

Ya Castro está al borde de su extinción. ¿Por qué no pasa balance a sus 50 años de tiranía? Es lamentable que un hombre que pudo haber sido una figura respetada por el pueblo, haya llegado a viejo con las manos tintas en sangre, la honra sucia de fango, las espaldas cargadas de injusticias, de arrogancias infames y de deslealtades sin número.

¿Por qué en sus “reflexiones” que obligadamente aparecen en el libelo Granma, el tirano no se pregunta por qué casi cincuenta años después, la gente se va de la Isla en lanchas, balsas, canoas y en cualquier cosa que flote, o pagan sus familiares miles de dólares por proveer fuga a su familia en lanchas rápidas? No puede ignorar el cadavérico comandante que la juventud cubana aspira a hacer carrera fuera de la Isla. Así lo demuestran los atletas que la tiranía quiere encadenar a la pobreza, y que tan pronto pueden dan un salto vertiginoso hacia la libertad. La meta, considerada antipatriótica y traidora por el desvencijado tirano, es la de salir del infierno en que han convertido a Cuba para echar a correr sus ilusiones en tierras ajenas. ¿No tiene valor el vetusto gobernante para encararse a esta realidad.

A un compatriota, cuya identidad desconozco, voy a contestarle por este medio la pregunta que me hizo la tarde en que estábamos participando de un programa radial en el que analizábamos la caótica etapa final de la revolución. ¿Sabes por qué los cubanos siguen escapándose de Cuba, arrostrando peligros, incertidumbres e incomprensiones? Aquí te va mi respuesta, que quizás sirva de contestación a algunos otros que acaricien la misma interrogante que tú.

Lo primero es, como proclama la Constitución norteamericana, que el ser humano nace con el derecho de ser feliz. Aunque la felicidad no esté necesariamente en las cosas que nos rodean, de esto depende en alto grado. A nadie le gusta vivir en una casa destartalada, mal oliente y sin posibilidad alguna de mejoramiento. Los padres no pueden soportar la desnutrición de sus hijos, y mucho menos verlos caer en la maquinaria de un estado que quiere convertirlos en robots, en seres sin libertad para pensar. A las madres les insulta que sus hijas sean manoseadas por impunes militares en los albergues y escuelas a las que asisten.

¿A quién le gusta vivir sin libertad? Aplaudir al tirano que aprieta las cadenas es una humillación que repugna, tener que oír un programa de radio o ver uno de televisión a escondidas, con miedo al espionaje vecino, es una afrenta al decoro personal. Ir de compras y traer retazos de miseria al hogar, mientras al mismo tiempo los extranjeros y los privilegiados del régimen van a tiendas diplomáticas y llenan sus bolsas de productos a los que no tienen alcance los demás es una ofensa que golpea la dignidad..

Vivir al capricho de una inservible tarjeta de racionamiento es una injusticia instituida por un degradante sistema de gobierno, viajar en autobuses escasos, sucios, descuidados, es una afrenta para las mujeres y una descarnada burla para el pueblo. Trabajar sin horario ni salario, al arbitrio de jefes endiosados que abusan de su poder es sufrir el despotismo como si se tratara de un latigazo en la espalda.

La gente se va de Cuba porque carece hasta del derecho a opinar. Disentir es cometer un delito. Oponerse es una opción que conlleva pena carcelaria. Un país en el que los padres no pueden escoger la escuela adonde mandar a sus hijos y los jóvenes no pueden seleccionar sus carreras si no se convierten en marionetas del sistema, es una desgracia de la que hay que huir.

Un país en el que el hambre es la palabra de pase, la sumisión es el pago que se hace para sobrevivir fuera de la cárcel, y las puertas para irse al exterior están cerradas a profesionales y a personas de determinada edad, e imposibles también de abrir por el resto de la población, es un país macabro e irreal. ¡De ese país se van en desbandada los que puedan y los que sueñan ilusiones de cambio!

Debo aclarar que yo lamento que las cosas sean así. El hecho de que más de la mitad de mi vida haya transcurrido fuera de Cuba, no me ha arrancado la patria del corazón. Lamento la tragedia de mi tierra, me aterro de pensar que mi Cuba deje de ser Cuba para convertirse en un apéndice miserable del imperio venezolano que está cimentando a base de millones de dólares el delirante tirano de la tierra de Bolívar. Me perfora el alma ver a los cubanos amontonados en balsas vendiéndole a la suerte el valor de sus vidas; me rebelo interiormente cuando sé de hombres y mujeres llenos de esperanza que devuelven a la Isla después del intento baldío de una riesgosa escapatoria.

¿Qué pasa con los “compañeros responsables” que todavía ejercen el mando en la“tierra más hermosa que ser humano haya visto”?

¿Se les ha perdido el corazón? ¿Se les ha esfumado la conciencia? ¿Se les ha corrompido el valor?

No sé. Lo que si sé es que no me alcanzarían mil vidas para aborrecer como quisiera hacerlo, a los delincuentes y facinerosos que me han arrebatado la tierra en la que nací.