El fin del mundo

Autor: Rev. Martín N. Añorga

 

     
En los meses finales del siglo pasado nos bombardearon las profecías que anunciaban un cataclismo universal que nos afectaría de forma irreversible. Los meses han pasado, sin embargo, y el mundo ha seguido imperturbable su camino.

Ahora se nos hacinan en la computadora, en libros y hasta en películas los tétricos anuncios de que el universo colapsará arrasando con el planeta Tierra en la cercana fecha del año 2012. Lo curioso es que tales presagios se sustentan en una antiquísima profecía de los mayas.

Los mayas señalaron, hechos los arreglos necesarios en los cambios de calendarios, el 21 de diciembre del 2012 como el final de una etapa que les competía, pero ahora hay intérpretes apocalípticos que asocian la fecha con el supuesto final de la civilización humana. Los mayas en sus profecías no mencionaron las causas aunque que indicaron que más allá de la destrucción, florecería una nueva civilización con nuevos valores espirituales. La imaginación de predicadores y teólogos alarmistas ha asociado a esta profecía los tonos dramáticos del último discurso de Jesús en los evangelios sinópticos de San Mateo y San Lucas. La compleja situación de las relaciones políticas entre las naciones hace que pensemos en la probable destrucción de la humanidad en confrontaciones atómicas y guerras químicas; pero ese temor no tiene que derivarse de profecías envejecidas por los años y las distancias..

La historia nos enseña que en el pasado han existido epidemias, fenómenos naturales que han asolado países, guerras y conflictos cósmicos; pero el veredicto es que hemos sobrevivido. Sin embargo, ahora la pregunta inevitable es si podríamos superar una crisis mundial en la que seamos los seres humanos los que nos exterminemos unos a otros. Vivimos con miedo y sin muchas esperanzas, nos hemos apartado de nuestra fe religiosa tradicional, y al estar desorientados nos dejamos llevar por cualquier agorero que levante su voz.

La visión de los mayas se halla expuesta en siete profecías que han logrado escapar del deterioro y la destrucción. Los españoles en la era de la conquista de América procuraron exterminar las civilizaciones con las que se encontraron, en muchos casos por codicia e ignorancia, y en otros por una forma errónea de profesar la fe cristiana; pero de alguna u otra forma, legados de los aztecas y los mayas han permanecido hasta hoy.

En la primera profecía los mayas explicaban que a partir del año 1999, haciendo las correcciones propias del cambio de calendario, la humanidad debería buscar la rectitud y para eso ofrecían un espacio de trece años, hasta que llegara el 2012 y se desatara el cataclismo exterminador.

El resto de las profecías son llamamientos a que se evite la debacle universal por medio del mejoramiento en la convivencia humana, y ya que esto no ha sucedido, y no se espera que suceda, el énfasis profético se centra en el tema del aniquilamiento del planeta en que vivimos, con sus consecuencias en el espacio sideral.

Este pasado fin de semana se estrenó una pe1ícula titulada precisamente “2012”, dirigida por Roland Emmerich, inclinado a lo espectacular, y que ya ha probado su clase al haber dirigido “Independence Day” y “El Día después de Mañana”. De la cinta solamente hemos visto las escenas que se utilizan como promoción, y de veras que son aterradoras. Se explica que el tema es el de la destrucción del mundo, tal como fue anunciada por la civilización más antigua de la historia. Los mayas, sin embargo, no describieron la forma en que el planeta en el que vivimos sería destruido; pero Emmerich filma fuegos que caen del cielo, volcanes que se despiertan, temblores que hacen caer los más altos y sólidos edificios, tormentas cósmicas y maremotos arrasadores..

No es nuevo el que se haya anunciado el fin del mundo; pero esta vez, debido quizás a la inestabilidad que todos percibimos en los gobiernos de La Tierra, a las facilidades comunicativas de la era, y a la resurgencia de focos de guerra y de anuncios de armamentos atómicos, añadido el vacío espiritual en que el ser humano vive, se ha ido apoderando de muchas personas una sensación de pánico y expectación nada saludable.

En el complejo esquema cibernético hay una página titulada “Web Bot” que ratifica la calamitosa predicción del 2012. Los autores de esta página se atribuyen haber predicho el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el ataque de ántrax a Washington, el huracán Katrina y la caída de la bolsa del 7 de octubre del 2008. Con estas credenciales pretenden que aceptemos como inevitable la catástrofe mundial del 2012.

El autor del libro bíblico de Eclesiastés afirma que “hay tiempo de nacer, y tiempo de morir …, tiempo de derribar, y tiempo de edificar …, tiempo de guerra y tiempo de paz”. Nuestro planeta tuvo sus orígenes, según los geólogos, de manera explosiva y desordenada. Según La Biblia, de manera apacible y ordenada; pero el hecho lógico es que todo lo que comienza acaba. En este aspecto también difieren la ciencia y La Biblia. Hay que decir como Josué, “escoged a quien sirváis”. En la impresionante revista Discover hemos leído numerosas teorías que tienen que ver con el fin del mundo, pero los plazos de millones de años son tan fuera de nuestra concepción, que simplemente nos informamos sin llegar a alarmarnos.

Nuestro mensaje es bien sencillo: leamos con curiosidad las teorías de los mayas, las predicciones de Nostradamus y aún los mitos de otras antiguas culturas; pero sin ceder jamás un ápice en nuestras convicciones cristianas. Dios es el creador y en Sus poderosas manos está el Universo. Los que ignoran La Biblia entregando su confianza a los mensajes de monjes iluminados o profetas apocalípticos, pierden el rumbo que les señala la brújula de la fe.

En efecto, Jesús habló del fin del mundo, pero jamás indicó una fecha determinada. En La Biblia los libros de Daniel y de Apocalipsis tratan también el tema, pero sin designación concreta de fechas. La advertencia del Señor es que “estemos preparados”. No permitamos que las fluctuaciones del futuro nos confundan ni que las atrevidas premoniciones de catástrofes nos inquieten. Si mantenemos nuestra fe en la autoridad suprema de Dios, sabremos que “el mundo pasará”; pero la Revelación divina permanecerá más allá de diluvios, volcanes, guerras y terremotos.

Me gusta lo que oí decir a un predicador: “si mi casa, aquí en la tierra, se desvanece, no enfrento problemas. Tengo otra casa, mucho mejor equipada en los cielos, y preparada personalmente para mí por el Señor Jesucristo”.