Domingo III de Cuaresma, Ciclo C

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

           

Es un impulso muy natural el que refiere la primera línea del evangelio de hoy: unas personas que quizá habían sido testigos, o que habían oído la noticia, se la cuentan a Jesús. Es que es  uno de esos sucesos que le queman a uno por dentro y que no se puede guardar para sí. Pilato fue un procurador que no se andaba con escrúpulos de conciencia a la hora de reprimir verdaderas o presuntas revueltas. Aquí se nos refiere que mandó matar a un grupo de galileos que tomó por sediciosos. Quienes contaron a Jesús esta historia no sólo deseaban ponerlo al corriente; cabe muy bien suponer que esperaban que les hiciera un comentario. Como nos gustaría que nos lo hiciera a nosotros en esta circunstancia tan dramática que se ha producido en el Sur de Madrid (Atocha, Santa Eugenia y el Pozo del Tío Raimundo). Y Jesús no elude la respuesta, aunque quizá no era la que esperaban. Él mismo hace referencia a otro suceso. Una catástrofe reciente en que una torre aplastó a 18 personas. Y hace una reflexión paralela a la anterior. Podemos reclamar algo de luz de estas palabras de Jesús.

Por el modo de responder, está sobreentendiendo un estado de opinión: la gente cree que tanto los que mató Pilato como los que murieron aplastados por la torre se merecían ese final. Tanto las víctimas de la violencia como las víctimas de los accidentes son culpables. Sobre ellas ha caído una condena justa, quizá una condena de Dios, que se vale de la violencia humana o de las catástrofes naturales para castigar a los que delinquen. Esto nos puede parecer horroroso, increíble, pero en tiempo de Jesús era una opinión más o menos extendida. Recordad la pregunta que le hicieron a Jesús ante el ciego de nacimiento: “Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Fue por un pecado suyo o de sus padres?” (Jn 9,2). La respuesta de Jesús es ésta: “La causa de su ceguera no ha sido ni un pecado suyo ni de sus padres. Nació así para que el poder de Dios pueda manifestarse en él” (9,3). Si dejamos de momento a un lado la segunda parte de la respuesta, vemos que en la primera Jesús recalca de nuevo que no busquemos, sea como sea, culpas en cualesquiera desgracias de las personas.

Pero Jesús tampoco responde: “los que Pilato mandó matar murieron porque Pilato es un hombre sanguinario; y la muerte de las víctimas aplastadas por la torre fue un simple accidente: la torre amenazaba ruina, aunque nadie lo advirtió”. La respuesta de Jesús no ofrece explicaciones  naturales de lo que pasa. Él hace una lectura nueva, extraña, de esos acontecimientos. Los ve como una invitación a la conversión. De golpe, nos hace entrar en nosotros mismos. Puede hacernos recapacitar y pensar que la vida está sembrada de incertidumbres. No podemos prever lo que nos va a suceder. Sabemos que hay personas que se salvaron el pasado jueves por haberse retrasado en llegar al tren. No sé cómo han reaccionado ante ese hecho. Pero la llamada de Jesús es clara: “Vive tu vida ante Dios y hacia Dios, vive tu vida reconciliado con tus hermanos. Es lo único de lo que eres dueño. Todo lo demás no está en tus manos. Si no vives así, tu vida se malogrará, dure lo que dure. Vívela en paz, en armonía, con entrega gozosa, con sensibilidad ante el dolor de los demás. Y, por una añadidura que deriva de ahí, será más difícil que haya violencia sistemática, o que se den episodios demasiado frecuentes de violencia; y se harán las torres mejor, y se revisará mejor su estado, y habrá menos riesgo de que se desplomen, porque se habrán tomado las medidas idóneas. Pero lo decisivo no es la duración de tu vida en el tiempo. Lo decisivo es que vivas con una fe y un amor conscientes, lo decisivo es que cambies lo que no puede ser aprobado ni bendecido por tu Padre que está en los cielos. Tienes todavía una oportunidad ante ti”.

Que el poder de Dios se manifieste en los que han muerto estos días. Que en cada uno de ellos se cumplan estas palabras del salmista: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”.