Domingo VII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

           

Ser «hijo de Dios» o «ser discípulo de Jesús» no es un título que se tiene colgado de la pared, quizá ya algo descolorido y con bastante polvo encima. Es algo que se nos tiene que notar. No es algo invisible, impalpable, etéreo.

1. Y ahora vienen las tres preguntas que nos podemos formular. Primero: ¿en qué se ha de notar? Jesús nos dice en el evangelio de hoy: se tiene que notar en las relaciones que mantienes con los demás.

Y concretamente, se tiene que notar en las relaciones difíciles: uno puede tropezar con gente que le injuria, que no la saluda, que no le devuelve cuando le presta, que acaso le odia. ¿Cómo afrontar esas situa­ciones? ¿Cómo conducirnos? ¿Por qué espíritu nos dejamos llevar? Si la página del evangelio que hemos leído hoy se ha conservado es porque los discípulos de Jesús (y cualquier persona) se hallaron más o menos seriamente envuel­tos en circuns­tan­cias como las descritas y querían saber cómo reac­cionar.

Son dos clases de gestos los que hay que cultivar: a) el primero es la gratuidad. Se nos invita a que no seamos individuos calculadores, que actúan sólo en virtud de las ventajas o de las desventajas, que se mueven por puro interés.

b) La respuesta paradójica. Sabéis que en medicina se emplea la expre­sión «efecto paradójico» cuando una medicina produce en el enfermo el efecto totalmente contrario del esperado. Le dan a uno un antiinflamatorio y le aumenta la inflamación; le dan un antipirético y le aumenta la fiebre. Son cosas extrañas, impredecibles, que se producen en esa realidad tan complicada que es nuestro organismo. Pues bien: también en nuestra vida de relaciones con los demás estamos llamados a dar la respuesta paradójica: ¿me maldicen? Lo normal sería que yo pagara con la misma moneda. Pero si bendigo, no sólo doy muestras de que controlo mi reacción.

2. La segunda pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué hemos de comportarnos así? ¿Por qué dirige Jesús esta invitación a los discípulos? Porque eres hijo de Dios, y Dios es así, Dios se comporta así. Hace que salga el sol para buenos y malos, que llueva sobre los campos de los justos y sobre los de los pecadores. Te pregunto: ¿quieres ser rostro de Dios en medio de la gente? Hacen falta en nuestra sociedad esos rostros de Dios. Vive la gratuidad, vive la respuesta paradójica.

¿Por qué? Porque eres discípulo de Jesús. Y ya sabes cómo se condujo Jesús: toda su vida estuvo presidida por la gratuidad. Y la suya fue una respuesta paradójica.

3. Y tercera pregunta: ¿es eso posible? Sí, es posible. El P. Claret, que fue muy calumniado los últimos años de su vida, cuando fue confesor de la reina Isabel II en Madrid, escribió un año antes de morir: «el Señor me ha concedido la gracia de amar a mis enemigos». Y sabemos que los mártires morían perdonando a quienes les quitaban la vida. Y puedo referiros otra historia que conocí recientemente. Un señor se tropezó en la calle con alguien que había sido el asesino de su mujer. Se le acercó y le pidió perdón por haber odiado durante tiempo a aquel hombre que había destrozado su felicidad. El otro quedó tan conmovido que le pidió perdón por el enorme daño que le había causado. Sellaron aquel perdón mutuo con un abrazo. El hijo de Dios, que vive abierto a su amor, a su gracia, es hecho capaz de reaccionar así.