Domingo V de Cuaresma, Ciclo A

"Yo soy la resurrección y la vida"

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez 

 

 

1. Este tiempo de cuaresma nos ha ido introduciendo en el conocimiento de Jesús. Lo hemos visto tentado, y saliendo vencedor de la tentación; lo hemos visto revestido de gloria, y hemos oído el testimonio del Padre que lo revela como su hijo amado; lo hemos visto como un aguador singular que nos trae el agua viva, la única que puede calmar nuestra sed; lo hemos visto como el portador de la luz, como la luz del mundo que rasga nuestras tinieblas, que abre nuestros ojos. Hoy se revela una dimensión más profunda de su persona.

Ya en el episodio del ciego de nacimiento se anunciaba en cierto modo esta otra escena. El joven ciego tenía la muerte localizada en las pupilas: no estaban simplemente enfermas; estaban lisa y llanamente muertas. Y Jesús las unta con barro y manda al joven que cumpla una pequeña rúbrica: lavarse en la piscina del enviado. Y así le nace la vista, así le «resucita» la vista. Es una resurrección localizada, limitada. Pero Lázaro tenía la muerte desparramada por todo su ser. Y hacía falta una resurrección general, de todo su ser. — Cuando confesamos que Jesús es Señor, ¿qué queremos decir? Entre otras cosas, ésta: que tiene poder sobre la muerte, que manda donde manda la muerte, que su señorío llega hasta esa frontera última de la muerte. Sí, el Señor se nos revela aquí de forma suprema: es el saqueador de tumbas. Si la última obra de corporal de misericordia que nos proponía el catecismo era la de enterrar a los muertos, ahora conocemos cuál es la última obra corporal de la misericordia de Dios: desenterrar a los muertos, ser ladrón de tumbas.

2. El camino de cuaresma no nos ha invitado sólo a un conocimiento teórico, meramente nocional, del Señor. Nos ha invitado a un conocimiento real. Nos ha invitado a una relación real, a la relación de fe. Hoy nos lo dice la palabra misma de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá». ¿Cómo vivir la fe? ¿Cómo ejercer la fe en relación con Él? Creer es ser discípulos suyos, que acogen su palabra y su mandamiento; es reconocerlo como el rostro de Dios, como la manifestación del amor de Dios; es descansar en Él nuestra vida; es vivir adheridos a Él, como las ramas al árbol, como los sarmientos a la vid, dejando que su vida fluya hacia nosotros y nos haga florecer y dar fruto, porque sin Él no podemos hacer nada, no podemos ser nada. 

Importa insistir en esto, porque ahí es donde todo el misterio y toda la verdad de Jesús se nos revelan. La resurrección de Lázaro es un signo. A través de este signo se nos da a conocer quién es Jesús para nosotros. También de Eliseo se nos cuenta en la Escritura que resucitó a un niño. Y otra historia parecida se narra del apóstol Pablo. Pero Eliseo y Pablo eran hombres de Dios, un profeta de Yahvéh y un apóstol de Jesucristo: nada menos y nada más. Jesús es mucho más: es la resurrección y la vida. En ningún otro podemos encontrarla. Por eso nuestra relación para con Él no es meramente la relación con un hombre de Dios, hermano nuestro en humanidad. Es una relación de fe, una relación de comunión en la que nuestro ser se afianza y nuestra vida vence su precariedad, su condición caduca. Esa relación nos dilata, nos recrea, nos hace participar en el ser mismo de Dios. Jesús es la Vida de nuestra vida.

3. El camino de cuaresma nos ha querido introducir también en la vida de oración. Hoy aprendemos una forma de orar muy sencilla. Las hermanas de Lázaro mandan recado a Jesús. Le dicen sencillamente: «tu amigo está enfermo». Está dicho todo. Él, que es buen entendedor, necesita pocas palabras. Basta que nos salgan de dentro. Lo demás, queda de su mano. Podemos sentir que el Señor nos da la callada por respuesta, como pudieron pensarlo también Marta y María. Sigamos descansando en Él nuestra confianza, no nos encerremos en el desengaño, en la amargura, en el resentimiento. No lo repudiemos, ni en secreto ni en público. No lo eliminemos de nuestra vida como una palabra vacía, inmensamente vacía, como un cacharro lingüístico de cinco letras (las cinco letras de la palabra «Señor»), o de cuatro letras (las cuatro letras de la palabra «Dios») absolutamente inútil. No lo retiremos de nuestro mundo personal como material de desecho. Dejemos que corra de su cuenta el momento en que responda a nuestras preguntas, a nuestras peticiones. El calendario de nuestras vidas está en las manos de Dios. Que sea Él quien fije las fechas. Jesús mismo se revela ante nosotros como orante en presencia del Padre. Su palabra manifiesta la comunión y la confianza que tiene ante el Padre. Antes de que se haya cumplido el signo, Jesús dice: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre». Es que orar, en el fondo, no es otra cosa que disponernos a recibir lo que Dios espontáneamente nos quiere dar. El Padre lo escucha siempre, también ahora, en su condición gloriosa, en la que intercede continuamente por nosotros ante Él. El Padre nos escucha si oramos en Él, desde Él, con Él.