Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Se saciaron

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Este año hacemos, durante los domingos, la lectura continua del evangelio de san Marcos. Hoy, sin embargo, el pasaje proclamado procede del evangelio según san Juan. Este cambio no es un error, se ha hecho a posta, deliberadamente. Quizá porque el evangelio de Marcos es demasiado breve y necesitaba un refuerzo. En cualquier caso, hoy y los cuatro domingos siguientes se nos va a proponer la lectura del capítulo 6 del evangelio de Juan, que nos presenta un relato propio de la multiplicación de los panes y la alimentación de la multitud y nos interpreta este signo con particular detenimiento.

Va a ser una lectura por entregas, para que vayamos asimilando poco a poco la palabra que se nos quiere comunicar. Algo parecido a esos relatos cortos que ofrece la prensa por entregas durante el verano. Mejor: como hacemos en una comida, en que primero tomamos el aperitivo, luego los entremeses variados, luego el primer plato, y así hasta llegar al postre y al café. Todo por su orden, todo por sus pasos contados. Para asimilarlo mejor, para ir jalonando nuestro camino de comprensión.

Hoy hemos escuchado el relato de lo que sucedió. Además, a aquel acontecimiento el evangelista le puso un rótulo: lo llamó signo. No vamos a adelantar el término a que apuntaba aquel signo; ya lo iremos descubriendo, o redescubriendo, los próximos días. Sencillamente, vamos a caer en la cuenta de algunos detalles de la narración. Y lo primero en que podemos reparar es en la esplendidez del signo. Lo notamos en la pregunta de Jesús a Felipe y la respuesta que le da Felipe: “Doscientos denarios no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”; lo notamos también en las palabras de Andrés: “¿qué son cinco panes de cebada y un par de peces para tanta gente?”. El discípulo señala lo desesperado del caso: los recursos son totalmente desproporcionados frente a la necesidad. Luego se nos indica el número de personas que había, un número simbólico, cincuenta veces superior al del relato de Eliseo. A continuación refiere el evangelista que la gente no sólo mató el hambre, o engañó al estómago, sino que se sació. Por último, se detalla con precisión el número de cestas de pan que sobraron. Es todo un cúmulo de indicios con que se resalta la esplendidez del gesto de Jesús. En las manos de Jesús el pan se convierte en una especie de semilla que se multiplica de inmediato, produciendo más del ciento por uno.

Es que la ley del reino de Dios es la de la sobreabundancia. Lo destaca bien este episodio, o el relato de Caná; y también algunas parábolas, como la del sembrador, en la que comprobamos que éste esparce la semilla “sin tasa, hasta en las tierras más áridas” (P. Valadier); en fin, ciertos dichos de Jesús insisten en el mismo mensaje: “dad y se os dará: una medida colmada, remecida, rebosante”). Así ejerce Dios su señorío: da sin medida; y así lo revela Jesús en su actuación. Y reclama de nosotros que nos parezcamos a Dios. Es como si necesitara un punto de apoyo, por pobre y menudo que sea, para realizar su obra: aquí, el punto de apoyo son los cinco panes y los dos peces que pone a disposición de Jesús el muchacho del relato. Le basta a Jesús una “semilla” tan escasa para hacer que abunde la comida y que la gente se sienta plenamente satisfecha. Este signo nos invita a contemplar la esplendidez de Dios en su creación (hay miríadas de soles en nuestra galaxia y miríadas de galaxias, hay abundancia de bienes en nuestro mundo para atender a las necesidades de los ocho mil millones de humanos que lo habitamos) y la esplendidez de Dios en su salvación.

Lo segundo que podemos resaltar es el protagonismo de Jesús. Lo apuntan también varios detalles. Así, es él quien toma la iniciativa, y quien pregunta a Felipe; nadie lo ha asediado, nadie ha reclamado de él un milagro especial. Es él también el que da orden a los discípulos para que acomoden a la gente. Es él el que toma el pan y pronuncia la acción de gracias; es él el que reparte el pan a los que estaban sentados, y lo mismo el pescado. Jesús hace de anfitrión y hace de servidor. (Los discípulos no hacen otra cosa que acomodar a la gente y luego recoger las sobras.) Recordamos la parábola en que Jesús habla de aquel amo que, al regresar de una boda, encuentra a los siervos con las cinturas ceñidas y las lámparas encendidas. Añade el Señor: «os aseguro que se ceñirá la cintura, los hará sentar a la mesa y les servirá» (Lc 12,37). Y en otro lugar declara sobre sí: «yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 24,22). Así de cercano está para nosotros, así de inmediato, así de entregado.