Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Dejadlos crecer juntos

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

¿Vivimos en el mejor de los mundos? Un gran filósofo decía que este es el mejor de los mundos posibles. Y aducía sus razones para convencernos de ello. Nosotros no vamos a entrar en esa cuestión, pero hay algo en lo que tanto él como nosotros estamos de acuerdo: el mal abunda. Tropezamos con él continuamente. Su presencia es masiva, siempre mayor de la que desearíamos. Presenta mil rostros: dolor físico, enfermedad mental, sufrimiento espiritual, violencia doméstica, terrorismo, guerra con la enorme variedad de manifestaciones (muertes, mutilaciones, violaciones, campos minados, demolición de pueblos y ciudades, devastación general, odio entre las naciones, etc). El mal es lo intolerable: intolerable porque no lo soportamos, o lo soportamos "muy mal"; intolerable también porque hay que enfrentarse con él, sobre todo cuando se trata del mal moral: la explotación de los menores y los indefensos, el fraude económico a las personas o a la sociedad, la injusticia en las múltiples formas de relación humana, la calumnia y la deformación de la imagen a través de la palabra o de los medios de comunicación social, la infamia.

¿Cómo actuar contra él? Aquí surgen ya las discrepancias. Los criados le sugieren al amo arrancar de inmediato la cizaña; el amo prefiere aguardar. Y no es por indolencia, sino porque no quiere dañar al trigo. No siempre las prisas son buenas consejeras. Así que no basta con haber identificado el mal: tenemos que acertar con el modo de erradicarlo y con el momento en que procede hacerlo.

Partiendo de la historia que se nos narra aquí podemos hacer tres afirmaciones fundamentales: 1) el mal viene más tarde. No es lo original, lo primero. El trigo ya estaba sembrado. El mundo ya había sido hecho por Dios, y vio Dios que todas las cosas eran muy buenas. Es verdad que el mal y el pecado no son fenómenos individuales y puramente episódicos; hay estructuras de pecado, hay mal estructural. En la economía, hay mecanismos financieros y sociales que, después de ser establecidos libremente, "funcionan de modo casi automático" (Sollicitudo rei socialis, 16 c). Dice un autor: "Es probable que la mayoría de nosotros estemos aterrados porque la gente se muere de hambre en muchos países del Sur, pero no sabemos muy bien qué podríamos hacer para evitarlo, porque entre ellos y nosotros se interponen unas estructuras económicas que no controlamos. Es verdad que han sido fruto de muchos pecados personales, pero cuando una serie de pecados cristalizan en una estructura de pecado, ésta funciona sola y hace el mal sola" (L. González-Carvajal). Y no sólo en la economía; también en la cultura se dan estas estructuras de pecado. Pero, aun teniendo esta consistencia, nosotros decimos: el mal no es lo primero, el mal no ha tenido la primera palabra.

2) Además, el mal no es lo último, no tiene la última palabra. Se acaba antes. Y "entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre". Esto es lo definitivo. El designio de Dios no se puede malograr. Sólo desde ahí se puede dar un juicio último sobre esta historia nuestra, porque será entonces cuando tengamos la justa perspectiva de las cosas. Y podremos decir: el mal ha sido como una nota a pie de página en el libro de la historia.

3) Y ahora, entre tanto, mientras llega lo definitivo, ¿qué? Pues también para este momento tenemos otra palabra: "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia". No queremos engañarnos, ni desinflar las estadísticas, ni taparnos los ojos "para no ver la maldad" que se da dentro y fuera de nosotros. Pero nos hallamos instalados en esta certeza que nace de la Cruz de Cristo, en la que aparece con toda su fuerza el poder del mal, pero también su impotencia y la victoria de Dios, que en la obediencia y la entrega "sacrificial" de Cristo estaba reconciliando el mundo consigo. La oblación de Jesús al Padre, la entrega confiada en sus manos desde lo hondo del abismo, la súplica del perdón por quienes lo ejecutaban, la promesa de vida para uno de los ajusticiados... señalan ese lugar salvífico "crucial" de la abundancia del pecado y de la sobreabundancia de la gracia.