Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Se puso a enseñarles con calma

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

“Andaban como ovejas sin pastor”. ¿No se refleja en estas palabras nuestra misma situación? ¿No hay demasiada desorientación vital? Parece que nos faltan verdaderos maestros, que la algarabía de opiniones nos vuelve escépticos, relativistas, indiferentes, y en no pocas ocasiones demasiado crédulos y supersticiosos. Un escritor francés, hace algo más de medio siglo, formuló esta máxima: “un sacerdote menos, mil pitonisas más”. Es, sin duda, una frase, pero nos sugiere algo, juntando dos hechos que parecen tener que ver uno con otro. Nos sugiere que un sacerdote, aunque no tuviera muchas luces, aparecía en nuestros pueblos y ciudades como señal de una tradición de sabiduría vital: la sabiduría del evangelio y de una larga tradición que, con más o menos acierto, ha tratado de referir ese evangelio a las distintas situaciones de la vida; y sugiere que la escasez de esos ministros de la Iglesia propicia la presencia de otras personas y otras palabras que no siempre son de acendrada calidad. De hecho, sabemos cómo ha crecido el número de adivinos y echadores de cartas, la consulta de horóscopos, la quiromancia, la cartomancia y tantas formas más de pronosticar la buena fortuna a gentes inseguras que no soportan bien la dosis de incertidumbre que la vida trae consigo en la salud, el trabajo y el amor y que se fían de todos esos magos como si fueran el oráculo de la verdad, y no hábiles vendedores de baratijas y bisutería mental.

En la historia que nos narra hoy el evangelio no se nos informa sólo acerca del estado mental de la gente. Se nos dice también que al menos conocían a un verdadero maestro, lo buscaban con afán y tenían tiempo para escuchar y aprender. Y Jesús tenía tiempo para ellos. Y ahí es donde se nos lanza la pregunta a nosotros: ¿tenemos realmente ánimo de discípulos?, ¿hay en nosotros afán de formarnos? ¿tenemos tiempo para instruirnos con calma?

Hace unos años se hizo una encuesta entre los jóvenes. Una de las preguntas que se les formulaba era, más o menos, esta: “¿dónde se dicen cosas importantes para la vida?, ¿dónde se dicen palabras significativas e importantes para la vida?”. La respuesta no era muy halagadora para la Iglesia, a la que parece que entendían como sinónimo de “clero”. Era bajísimo el porcentaje de los que ponían la cruz en esa casilla. Eran muchos más los que la ponían en el recuadro de la “familia”. Sabemos que una familia cristiana es una iglesia doméstica, por lo que la realidad viva de la Iglesia podía recibir una puntuación mayor. En todo caso, no nos podemos hacer muchas ilusiones sobre el apego de la gente joven a la palabra eclesial. Nuestra tentación es más bien la del desaliento.

Es verdad que nuestras palabras, las de los clérigos, pueden ser simples expresiones de una ortodoxia acartonada; pueden ser tópicos, vaguedades que no dicen nada y no prenden en la vida. Refiere una historia que cierto paracaidista cayo sobre un árbol; acertaba a pasar por allí un señor, y el paracaidista le preguntó: “¿me puede decir dónde estoy?”. Respondió el otro: “Vd. está en un árbol”. Volvió a preguntar el paracaidista: “¿es Vd. sacerdote?”. El interlocutor contestó: “Pues sí. ¿Cómo lo ha adivinado?”. Dijo el paracaidista: “En que lo que Vd. me ha dicho es verdad, pero no me sirve de nada”.

Fallaremos muchos curas, pero no faltan maestros actuales en la Iglesia, como tampoco han faltado en la historia pasada. Tenemos los evangelios y todo el Nuevo Testamento. Tenemos el Catecismo de la Iglesia Católica , o su compendio, y buenos comentarios al Credo o libros de divulgación sobre las creencias y prácticas cristianas. Tenemos en nuestra historia verdaderos clásicos de la teología y la espiritualidad, y nos vendría bien, no ya simplemente asomarnos a sus obras, sino sumergirnos en ellas y saborearlas. Tenemos la enseñanza del papa actual, que es un verdadero maestro. Hay laicos que han sido excelentes escritores y “apologistas”: Claudel y Bernanos, en Francia; Papini y Vittorio Messori, en Italia; en España, Laín Entralgo, Julián Marías –por sólo señalar nombres de dos fallecidos–. Se ofrecen cursos. En Internet hay páginas o portales con buenas propuestas. No faltan películas excelentes.

Se necesita también tiempo. La gente tuvo tiempo para escuchar a Jesús; y Jesús se puso a enseñarles con calma. La formación nos pide también a nosotros horas y sosiego. Es verdad que la fe no es conclusión y resultado de un silogismo, pero necesitamos formarnos, y no deberíamos darnos por satisfechos con lo que aprendimos hace años. El tiempo libre del verano puede ser una buena oportunidad.