Domingo XV del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Cayó en tierra buena y dio grano

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

"Todo esfuerzo inútil produce melancolía" –decía el filósofo–. Y, sin duda, hay esfuerzos inútiles. Sin duda, hay una y otra vez motivos ciertos para la melancolía. Pero una cosa es darnos cuenta de que hay cosas que se malogran, de que en este mundo nada es absolutamente perfecto, y otra padecer de daltonismo, o de tal miopía que sólo tengamos ojos para los esfuerzos fallidos. Esto también es válido, o sobre todo es válido, en relación con nuestros proyectos y trabajos evangelizadores. La parábola de Jesús nos invita a curar la mirada. Lo hace de varias formas.

Primero, reconoce que "un poco" cae al borde del camino, "otro poco" en terreno pedregoso, "otro poco" entre zarzas. Son tres pocos. No parece que puedan sumar un mucho. Pero todo lo demás cayó en tierra buena (y produce el treinta), en tierra muy buena (y produce el sesenta) y en tierra buenísima, óptima (y produce el ciento). El orden en que Jesús presenta los frutos es inverso, como si dijera: principalmente, la semilla cayó en tierra buenísima, y ahí es donde hay que poner el acento.

Los hechos fueron así. El sembrador no fue tan torpe, ni la tierra fue tan mala, ni los calores fueron tan sofocantes como para que toda la cosecha se malograra. Por tanto, no hay proporción. (Es un mensaje de Jesús y un mensaje reiterado de Pablo: "no hay proporción". No hay proporción entre vosotros y los pajarillos, entre el delito y la gracia, entre los sufrimientos del tiempo presente y la gloria que un día se nos manifestará...).

Segundo, el orden en que Jesús cuenta la historia nos invita también a centrar bien la atención. Jesús no empieza narrando que hubo grano que cayó en tierra buena, pero que hubo también grano caído entre zarzas, y además otra porción de grano que cayó en tierra pedregosa y para colmo más grano que fue a parar al borde del camino. O sea un desastre casi total. Como un naufragio del que quedan unos pocos pecios flotantes, y todo lo demás se va a pique. No; en la parábola el acento recae sobre todo en la cosecha obtenida. Lo otro se da por descontado. Y así como sería insensato que uno se fijara sólo en las pérdidas, así también lo será que el evangelizador sólo preste atención a lo que, al menos según los indicios, se echa a perder. La parábola de Jesús no es una historia de desesperanza, pesadumbre, malhumor e irritación. Es un relato de esperanza y certeza. Reconoce lo que no ha salido bien, pero insiste en los resultados espléndidos de la cosecha.

Nuestros humores nos pueden jugar malas pasadas. Y cuando no son nuestros humores pueden serlo las observaciones malignas de la gente que te tacha de iluso o de infeliz. Hay humores y observaciones que impiden que percibamos las cosas con objetividad. Podemos así pasar de la euforia al derrotismo. La mirada objetiva tiene en cuenta todos los datos, pero sabe medir las proporciones de las cosas, tanto de lo que se pierde como de lo que se gana. Y se goza en los frutos obtenidos.

Es verdad que con las cosas de este tiempo presente no las tiene uno todas consigo; pero son muchas las señales de vida en la naturaleza y muchos los frutos en los trabajos humanos. De ahí que ir a sembrar no sea una conducta insensata, por más que siempre haya un coeficiente mayor o menor de incertidumbre. Puede haber fracasos estrepitosos, pero la esperanza es la más sabia de las actitudes. Pues bien, sobre el Reino de Dios, gestado entre infinito dolor, sudor y paciencia, la certeza es todavía más profunda: Dios mismo está de tal modo comprometido en él que no se malogrará.

Contemplemos a Jesús. No sólo su palabra y su obra, sino su misma persona. Podemos decir que él fue la semilla caída en tierra harto dura y pedregosa según todas las apariencias. Pero la semilla de Jesús, después de caer en tierra y morir, ha producido mucho fruto, un fruto inmenso que nadie puede calcular. Él es, con su palabra, su acción, su vida y su persona, el Testigo de la esperanza.