Domingo XV del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Les dio poder de expulsar demonios

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Nos hallamos ante una iniciativa nueva y singular de Jesús. No quería a su lado simplemente un grupo de compañeros que viviesen con él, que fueran mudos testigos de su actividad y que acaso lo arropasen en su labor evangelizadora. Eso era demasiado poco: era reducirlos a espectadores pasivos. Pero no sólo tenían ojos para ver, y oídos para oír, sino también pies para caminar y boca para hablar y manos para ungir. Él quería un grupo de colaboradores directos, que se empeñaran en su misma tarea. Había trabajo para todos. Había tajo para todos. Lo habían intuido cuando les dijo: “veníos conmigo; os haré pescadores de hombres”. Ha llegado el momento de que esas palabras se hagan realidad. Jesús pretende movilizarlos para que su acción no se reduzca a un pequeño círculo, sino que se multiplique.

Los envía casi inermes, ligeros de equipaje. Pero van provistos de lo esencial: los hace partícipes de la autoridad que él tiene sobre los poderes negadores de la vida. Dirigen una llamada a las conciencias: “convertíos, cambiad vuestras actitudes, dad un vuelco a los planteamientos que tenéis ante la vida”. Apelan a lo más profundo de las personas, quieren despertarlas de su somnolencia, de su ceguera, de su indiferencia, de su inhumanidad. Es la grandeza y es también la debilidad del anuncio. Porque las conciencias son libres, y nosotros no somos dueños de sus reacciones, no disponemos de ningún telemando o poder que las fuerce a cambiar; pero esas conciencias son también responsables, y han de cargar con el peso de su insensibilidad y endurecimiento.

Nuestra misión se funda en el bautismo: somos hijos de Dios que han de trabajar en obsequio a él, para ser alabanza de su gloria. Hemos de seguir dejando signos, pequeñas y no tan pequeñas señales de esa realidad que llamamos Reino de Dios. Esos signos son, como entonces, de dos clases: expulsar demonios y cuidar a los enfermos y desvalidos. Estamos llamados a ser exorcistas a nuestro modo, después de haber puesto nombre a los demonios que nos habitan o que habitan a otros: falsos miedos e inhibiciones, falsas imágenes de Dios, formas de vivir la fe poco libres, idealismos que luego se dan de bruces contra unos hechos refractarios a nuestros sueños, impaciencias por ver frutos inmediatos de nuestra misión, desalientos y desesperanza cuando ésta nos parece estéril, fanatismos, violencia, injusticia. También nosotros, aunque no realicemos milagros, podemos aliviar y servir a los enfermos y a los más desvalidos de nuestra sociedad. Es nuestra tarea de servidores de la vida. En lo que de nosotros dependa, debemos hacer que no se malogre la más pequeña brizna de vida humana que respira alrededor de nosotros.