Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Todo lo ha hecho bien

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

“Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. A Jesús se le llamaba maestro; y con razón, porque lo era y la gente sabía reconocerlo. Pero nos quedaríamos muy cortos si nos conformáramos con ese título. Jesús no sólo habló y enseñó; el acento lo tenemos que poner en todo un manojo de “prácticas” o actividades de Jesús. De ahí que tengamos que fijar la atención, no sólo en la boca, sino también en las manos de Jesús.

Hay una sentencia que presenta un contraste significativo, aunque quizá algo forzado: “las voluntades débiles se traducen en discursos; las voluntades fuertes, en actos”; lo decimos de modo más corriente con estas palabras, al comentar de alguien: “se le va toda la fuerza por la boca”. Es en el obrar donde hay que poner el acento; sin olvidar que en ocasiones ese obrar consiste sencillamente en decir la palabra oportuna: de iluminación, de consuelo, de aliento, de apoyo, y no digamos de perdón.

“Todo lo ha hecho bien”. Ahora, metidos ya en el terreno del obrar, el acento hay que ponerlo en el adverbio. Porque podemos hacer las cosas rematadamente mal. Y a partir de ahí hay una escala por la que será necesario ascender. Ya sabemos que perfecta, absoluta y rematadamente perfecta, nunca lo será una obra humana; pero puede ser “relativamente perfecta”. Los musulmanes, en su arte geométrico, introducen a propósito una pequeña imperfección, porque sólo Dios es perfecto, y nosotros no tenemos que emular a Dios, ni es sensato que pretendamos realizar algo que está totalmente por encima de nuestras posibilidades. Tiene así su sentido la afirmación de que lo mejor es enemigo de lo bueno: el afán de perfección, el perfeccionismo, agarrota el espíritu y el cuerpo.

Pero seamos amigos de la obra bien hecha, amigos de nuestro buen hacer, y –como hemos dicho– no lo estropeemos por el desmedido deseo de hacer las cosas perfectamente. Nada en exceso. No somos perfectos; sencillamente, caminamos hacia cierta perfección. Pero podremos caminar a través de la obra bien hecha, que es una victoria sobre el desorden y el caos, o sobre la chapuza. No importa que la tarea sea objetivamente poco importante. No hay obras viles. Un guiso, barrer la casa, dar una clase, coser un botón, reparar el calzado, atender a un cliente en la oficina, levantar un tabique, adornar un local, dar una charla… No siempre saldrán las cosas a pedir de boca, pero el esmero hay que ponerlo. Redundará en alegría de todos.

Escribía un pensador, Miguel de Unamuno, las siguientes palabras sobre el modo de hacer el propio trabajo y sobre las motivaciones que se pueden tener: «mientras andan algunos por acá buscando yo no sé qué deberes y respon­sabilida­des ideales, esto es ficticios, ellos mismos no ponen su alma toda en aquel menester inmediato y con­creto de que viven, y los demás, la inmensa mayoría, no cumplen con su oficio sino para eso que se lla­ma vulgarmente cum­plir –para cumplir, frase terriblemente inmoral, para sa­lir del paso, para hacer que se hace, para dar pre­texto y no justicia al emo­lumento, sea de dinero o de otra cosa.

“Aquí tenéis un zapatero que vive de hacer zapatos y los hace con el esmero preciso para conservar su clientela y no perderla. Ese otro zapatero vive en un plano espiritual algo más elevado, pues que tiene el amor propio del oficio, y por pique o pundonor se esfuerza en pasar por el mejor zapatero de la ciudad o del reino, aunque esto no le dé ni más clientela ni más ganan­cia y sí sólo más renombre y prestigio. Pero hay otro grado aún mayor de per­feccio­namiento moral en el oficio de zapatería, y es tender a hacerse para con sus parroquianos el zapatero único e insustitui­ble, el que de tal modo les haga el calzado que tengan que echarle de me­nos cuando se les muera "se les muera", y no sólo >se mue­ra=, y piensen ellos, sus parro­quianos, que no debía haberse muerto, y esto así porque les hizo calzado pensando en ahorrar­les toda molestia y que no fuese el cuidado de los pies lo que les impidiera vagar a la contem­plación de las más altas verdades; les hizo el calzado por amor a ellos y por amor a Dios en ellos, se lo hizo por reli­giosidad».