Domingo XXIV del Tiempo Ordinario, Ciclo B

“¡Quítate de mi vista!”

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

“¡Quítate de mi vista, Satanás!”. Esta reacción de Jesús ante el reproche de Pedro es desusadamente violenta. Si se permite una comparación algo ordinaria, es como si Pedro le hubiera pisado un callo. Digámoslo de forma 
menos vulgar: ese Mesías reconocido por Pedro responde como si tuviera un flanco, o al menos un punto, de vulnerabilidad moral. Por ese punto se infiltraría la insidiosa tentación y lo haría sucumbir.


Recordamos historias de viejos héroes casi invulnerables, como la del veloz Aquiles. En su cuerpo no hacían mella los golpes de lanza o espada, salvo en el talón que no tocaron las milagrosas aguas de la laguna Estigia en que lo 
había sumergido su madre. También Sigfrido era inatacable en todo su cuerpo salvo en un punto de la espalda. Recordamos, mejor aún, la imagen de Adán con los trazos que dibujaba la teología del pasado: gozaba, sí, del don de 
la integridad, y las pasiones e impulsos inferiores se sometían dóciles y con suavidad a las facultades superiores; pero la voluntad podía oponerse al mandato positivo con que Dios lo había puesto a prueba. Por esa brecha, por ese costado vulnerable penetró el Tentador, y el primer Adán cedió; el nuevo Adán, en cambio, pasa por la tentación que le llega de labios de Pedro, pero la rechaza frontalmente.


Esa violenta reacción de Jesús es reveladora. Manifiesta que el Mesías se halla en una encrucijada decisiva. Ahí se bifurcan los caminos. Lo que le propone Pedro no es una alternativa aceptable. No se puede recorrer sin que 
se tuerza la trayectoria seguida por Jesús. Es un camino humano, demasiado humano: el del viejo Adán y el de nuestro hombre viejo. No es una senda opcional, sino prohibida. Se impone un no inequívoco.


Esa violenta reacción revela también el norte que guía toda la actuación de Jesús: el pensamiento y la voluntad del Padre. Jesús lee y afronta todo desde la obediencia a ese querer. Su reacción ante Pedro no es tanto de autodefensa cuanto de defensa del camino de Dios. Él sigue la senda del servicio, y no se desvía de ella ni siquiera cuando el término a que conduce parece un abismo, el fracaso más oscuro, el fin de todo. Los dirigentes del pueblo no aceptan el ofrecimiento que él hace ni la conversión a que apremia; pero él quiere mantenerse fiel a su misión, pese a quien pese (y a 
él le pesará abrumadoramente), pase lo que pase (y lo que pasará es la Pascua). Sólo así se manifiesta él como el Hijo amado en el que se complace Dios (Mc 1,11); y así es como el hijo del hombre, que recorre día tras día la senda del servicio, acaba dando su vida en rescate por la multitud (cf Mc 10,45).


Por último, esa reacción violenta de Jesús revela la tensión que se da en su conciencia. Se adhiere plenamente al querer de su Padre, pero en su humanidad acusa todo lo que tiene de estremecedor el tramo final de su camino: la via crucis, el padecimiento, la ignominia, el madero. Jesús no es un autómata, no tiene anulada la sensibilidad, no carece de emociones: 
la viveza de su reacción lo manifiesta. Pasar por fuego y por agua no es un destino gratificante, se nos antoja un bautismo atroz. No se acepta sin vencer resistencias interiores, a las que en este momento da voz y se suma la tentación exterior del discípulo. Jesús vence resistencias y voces desde el punto inamovible de apoyo que son el amor del Padre, el designio del Padre y las promesas del Padre para él y para la multitud. Porque también ahora su reacción revela, no tanto un punto flaco de su personalidad, sino ese punto fuerte, ese punto inamovible, en que descansa todo su ser.


Y desde ahí se encara, no sólo con Pedro, sino con todos nosotros: ¿estamos prontos a seguirlo?, ¿qué cargas nos disponemos a llevar?, ¿qué grado de abnegación aceptamos?