Domingo XXV del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Los has tratado igual que a nosotros

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

El mero hecho de ser jornalero como lo es el vecino no siempre le vuelve a uno más comprensivo, o más acogedor. Desde donde escribo, España, se está apreciando un recelo muy explicable entre los trabajadores no cualificados: éstos ven como un peligro para su puesto de trabajo la presencia masiva de trabajadores extranjeros, elemento que no se da tanto en los trabajos más especializados; a esto se suma la baja del sueldo en determinados servicios, como el servicio doméstico; y hay que añadir las contrataciones ilegales. En consecuencia, la presencia masiva de inmigrantes disminuye las posibilidades de encontrar trabajo.

Es verdad que, en la parábola, las cosas son distintas. Los que protestan podían recapacitar unos instantes y decir: «es verdad, nosotros hemos trabajado de sol a sol. Nos hemos ganado minuto a minuto, cesto a cesto, poda a poda, la paga convenida. Los riñones lo acusan. Pero la verdad es que los contratados a última hora, aunque quizá hayan buscado el "tendido de sombra" en la plaza, lo han tenido que pasar mal: se habrán sentido decepcionados una y otra vez cuando llegaban los propietarios y no los contrataban; quizá les ha entrado la dolorosa sospecha de que ya no se aprecian su edad, el vigor de sus músculos, la resistencia de su organismo y la habilidad de sus manos; habrán estado angustiados por la mujer y los hijos, a los que, con cara de derrota, tendrían que confesar que tampoco hoy les traían una moneda para no tener que comprar otra vez de fiado en la tienda; han tenido que soportar un peso y un bochorno interior más duros que el trabajo que nosotros hemos sobrellevado. Y sus necesidades eran las mismas que las nuestras. Tener trabajo es una bendición; hay enfermedades psíquicas que tienen su origen en los sentimientos a que da origen el paro: baja autoestima, depresión, etc. Ha hecho muy bien el amo en darles un denario".

Estas quejas se dan también en la vida de comunidad, y sospechamos que no faltan en la vida parroquial. Necesitamos aprender una y otra vez la práctica a que es refieren los Hechos de los Apóstoles: cada cual aportaba según sus posibilidades y cada cual recibía según sus necesidades. Con ello no estamos dando una respuesta a los problemas laborales, pero se ofrece una clave más, teológica a la postre, para afrontar las situaciones complejas del vivir. Y se nos abre una perspectiva sobre el Reino de Dios, abierto también a los últimos. Nuestro Dios es el que nos enseña que el que ama no tiene envidia, sino que se alegra con los dones que tienen o los bienes que reciben sus hermanos o las personas con que convive. Que este Dios nuestro nos vaya haciendo semejantes a Él.