Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Has sido fiel en lo poco

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Sólo quien camina tropieza; quien se queda arrellanado tranquilamente en su sillón no corre ningún riesgo. Pero tampoco llega a ningún lugar. Y si un niño, para no caerse cuando empieza a dar sus primeros pasos, decidiera no aprender a andar, sería un verdadero drama. Solemos decir: "el que tiene boca se equivoca", defendiéndonos de haber dado algún tropezón al hablar, y reconociendo de buena o mala gana que lo hemos cometido; pero, ¿quién de nosotros preferiría haber nacido mudo para evitar de raíz cometer cualquier equivocación?, ¿quién decide permanecer callado para no incurrir en el mínimo error de pronunciación?

El domingo pasado, la parábola de las diez jóvenes nos precavía frente a los riesgos tontos; nos sugería: "mira lo que está en juego en tu vida, y no seas aventurero". La parábola de hoy nos apremia a aceptar los riesgos necesarios. Porque será mala la temeridad, pero también es malo el miedo. Si él gobierna nuestra vida, no damos un solo paso. Únicamente nos muestra los peligros, y no las oportunidades. Nos vuelve inhibidos y, por tanto, estériles. La seguridad que nos ofrece es a un precio demasiado alto: sencillamente, no nos deja vivir. A veces puede ser una verdadera enfermedad, causa de un gran sufrimiento. A veces puede parecernos que es un buen consejero, porque también podemos pecar de temeridad, como hemos dicho; pero en ese caso, más que de miedo, hay que hablar de prudencia, de saber calcular los riesgos de una operación de cualquier orden. Lo que es cierto es que nunca debe ser el árbitro de nuestras decisiones. Fue una lección que aprendió tarde y mal aquel empleado. Tenía que haber pedido una segunda oportunidad. Pero la vida es una oportunidad única, no se repite. Las jóvenes alocadas y el criado miedoso se la perdieron.

Somos unos pobres siervos, y sin el Señor no podemos hacer nada; pero él mismo nos dice: "el que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto". En la vida de fe, en la vida de la Iglesia, lo peor es quedarnos quietos y paralizados. Qué bien lo decía santa Teresa refiriéndose a la vida de fe, al camino teologal, a la vida de oración: «Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo, como muchas veces parece cuando decimos: "hay peligros", "fulana por aquí se perdió", "el otro se engañó", "el otro, que rezaba mucho, cayó", "hacen daño a la virtud", "no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones", "mejor será que hilen", "no han menester esas delicadeces"» (Camino de perfección, cap. 21, 2).

En la vida de la Iglesia, en los caminos que hemos de emprender para anunciar de nuevo el evangelio de la vida en nuestra sociedad, también hace falta coraje. No hay que dejarse vencer por el miedo ante las dificultades, ni ante la hostilidad de otros. El coraje, al fin y al cabo, es un miedo aplastado. Y de eso se trata: o nos domina él, o lo vencemos nosotros. Pero el Señor nos ha dicho que quiere hacernos participar de su victoria: "En el mundo tendrés tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo". Sí, él ha vencido al mundo, y ciertamente conoció la angustia. Nosotros, aunque también la conozcamos, hemos de aprender a tener valor, porque no estamos solos. Él está con nosotros. Y si está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Los antiguos romanos decían: "la fortuna ayuda a los audaces". Nosotros podemos decir más bien con un himno de la liturgia que se nos propone rezar a mediodía:

Tu poder multiplica 
la eficacia del hombre,
y crece cada día, entre sus manos,
la obra de tus manos.

Nos señalaste un trozo de la viña
y nos dijiste: "Venid y trabajad".

Nos mostraste una mesa vacía
y nos dijiste: "Llenadla de pan".


Nos presentaste un campo de batalla
y nos dijiste: "Construid la paz".


Nos sacaste al desierto con el alba
y nos dijiste: "Levantad la ciudad".


Pusiste una herramienta en nuestras manos
y nos dijiste: "Es tiempo de crear".