Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Amarás

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Cuentan que un pagano le preguntó a un judío: "¿Eres capaz de exponerme la enseñanza de la Ley judía en el tiempo en que me tengo sobre un solo pie?" Se parece a la pregunta que le hacen a Jesús. Y así de breve y de esencial es la respuesta del Señor. Pero el Señor nos dice que para caminar según enseñan la Ley y los Profetas hacen falta dos pies, o dos alas: el amor a Dios y el amor al prójimo. Como si el amor a Dios solo, sin el amor al prójimo, nos durara lo que podemos aguantar apoyándonos en un solo pie; como si el amor al prójimo solo, sin el amor a Dios, nos pudiera durar lo que le dura a un pájaro volar con una única ala. No se pueden separar esos dos mandamientos. Es como partir por la mitad un cuerpo vivo.

En el primer mandamiento hay una palabra que se repite: "todo", "toda", "todo". ¡Ojalá hubiéramos podido escuchar a Jesús, para ver cómo remachaba esa palabra! Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente: así de claro, así de radical, es este mandamiento. Amar a Dios con un corazón indiviso: eso es amarlo de verdad. Amarlo a medias, sería creer a medias, vivir a medias, y ni siquiera eso. Basta recordar las palabras del Apocalipsis: "Yo conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca" (Ap 3,15-16).

No es la única vez que la palabra "todo" aparece en el evangelio. Así, Jesús elogiará a la viuda que echó unos céntimos en el cepillo del templo porque había echado, no de lo que le sobraba, sino todo lo que tenía para vivir. Y cuando Pedro le recuerda a Jesús: "Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido", él le promete: "Recibiréis el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna". Lo recuerda también un proverbio: "El que quiere comprar a Dios y se guarda el último céntimo, es un tonto, porque a Dios sólo se le gana con el último céntimo". Esa es la única forma adecuada de amar a Dios: con todo el corazón, con corazón sin mengua, entero, virginal y encendido (Leopoldo Panero), indiviso.

Amando de ese modo a Dios podemos vivir el segundo mandamiento y ser "pan partido para el mundo". Es el lema de este domingo de la evangelización de los pueblos. Amar a Dios con corazón indiviso lleva a ser pan partido. En quien esto se cumple de forma incomparable es en Jesús, el Hijo unigénito, que vivió en una unión nunca rota con el Padre, y el primer Misionero del Padre, que se convirtió y se convierte literal y diariamente en pan partido para nosotros. Fue esa unidad con Dios su Padre, mantenida en todo momento, la que lo convirtió en pan partido. Los misioneros que lo han dejado todo para seguir a Jesús, y que participan en su vida, pueden ser también, gracias a esta comunión con él y con el Padre, pan partido para los hombres. Y nosotros, miembros de la Iglesia misionera, estamos llamados a serlo. ¿Cómo? Desgranando nuestra vida en actos como estos: la oración misionera, en la que pedimos al Padre que envíe obreros a su mies; la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, en casa o en la catequesis; el testimonio sencillo de una vida redimida; la práctica fiel de la misión concreta que tenemos encomendada en casa o en el trabajo; la comunicación de bienes; el perdón y los otros gestos que Jesús propone en el discurso del monte.

A través de todo esto vamos sembrando evangelio y prolongamos la misión del Señor. Y otras personas se suman al deseo de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser y al prójimo como a sí mismas. Así ya no viven sólo a medias, ni se malogra su vida.


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