Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Y lo seguía por el camino

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

«Un rabino, que estaba en un momento de crisis de apostolado, comenzó a pasear sin rumbo por su ciudad. Observó cómo un soldado caminaba hacia delante y hacia atrás, y siempre con los mismos movimientos. El rabino le preguntó: “¿Pero tú sabes bien para quién caminas?@. El soldado replicó: “Claro que sí: camino al servicio de mi señor el rey. Y estoy orgulloso de ello”.

Aquella contestación animó al cansado rabino, que volvió otra vez a patear su ciudad buscando personas a quién ayudar: Y cuando él se hacía la pregunta en su interior, también tenía contestación: “Y tú, ¿para quién caminas?” – “Camino para mi Señor, aunque parezca que pierdo el tiempo”».

Bartimeo, el héroe de nuestra historia de hoy, era un hombre que sabía para quién caminaba. Esa es la revelación que nos hace el relato. De hecho, había bastante gente que iba detrás de Jesús. Lo acompañaban también los discípulos. Pero una cosa es ir detrás de alguien y otra saber para quién caminamos. Por la calle o las aceras de una ciudad, a las horas punta, vamos detrás de una verdadera multitud; pero no seguimos a nadie. Cada uno vamos a lo nuestro.

Y eso es lo que sucedía con los que iban detrás de Jesús. Los mismos discípulos iban dando pasos de ciego. Él les había dicho poco antes: “mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará”. A pesar de eso, los vemos discutiendo sobre quién de ellos es el más importante y para quién es el puesto principal en ese reino en que sueñan. Van con Jesús y, sin embargo, van dando tumbos. No saben a quién acompañan. Todavía no son verdaderos seguidores suyos. El es una figura opaca para ellos. Y para toda la gente que va detrás de él. Pero Jesús le dice al ciego: tu fe te ha curado. Y este hombre recobra la vista y sigue a Jesús por el camino: es el verdadero discípulo, el verdadero seguidor. Puede decir: “(Claro que sé para quién camino. Camino para mi Señor”.

Probablemente vivimos en un tiempo en que hay mucho despiste y perplejidad. Y tampoco faltan gentes que lo tienen todo demasiado claro y que no dudan a la hora de actuar. En esa lista se suele meter a integristas musulmanes, a ultraortodoxos judíos, a nacionalistas fanáticos... Es una forma de pecar contra la luz. Otra forma consiste en no querer buscar, no sea que la luz ponga al descubierto apegos, egoísmos, adhesiones y dependencias a los que tendríamos que renunciar y de los que no estamos dispuestos a desprendernos. Es lo que nos puede suceder a los que nos consideramos más moderados y ajenos a los extremismos. Otra, en creernos autosuficientes y no abrirnos a la luz que nos pueda venir por cualquier vía.

Nos podemos preguntar a quién nos parecemos más: a los discípulos, a la gente, al ciego Bartimeo. ¿Sabemos para quién caminamos? ¿Sabemos a quién seguimos? Y cuando sintamos demasiada oscuridad, aprendamos a pedir: “maestro, que pueda ver”; “maestro, filtra en mis secas pupilas / dos gotas frescas de fe”; “maestro, quiero ser tu seguidor. ¿Quieres ser tú el vidente que guía a otro vidente?”. O le podemos pedir con una oración del cardenal Newman: “Guíame, luz bondadosa, / las tinieblas me rodean, /guíame hacia adelante. / La noche es densa, / me encuentro lejos del hogar, / guíame hacia adelante. / Protégeme al caminar. / No te pido ver claro el futuro, / sólo un paso, aquí y ahora. / No siempre ha sido así/ y no siempre he rezado / para que me guíes siempre adelante. / Me gusta escoger y ver mi camino; / pero ahora, guíame (siempre adelante! / por la llanura y por la ciénaga, / por el abrupto roquedal y la ola del torrente / hasta que se marche la noche... / y en la mañana sonrían los rostros de los ángeles / que tanto había amado / y por un tiempo perdí. / Guíame tú, luz bondadosa, / guíame siempre adelante”. Este hombre que oraba de ese modo creyó poder decir de sí mismo: “nunca he pecado contra la luz”.




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