Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Evangelizar. Dificultades y reglas

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Hace 30 años nos decía Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi: "la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (n. 14).

Aludía el Papa a cambios profundos en la sociedad. En países de vieja cristiandad es una tarea que nos vemos urgidos a emprender de nuevo. El marco familiar ya no garantiza la pervivencia de la fe, y no se da una atmósfera social impregnada de signos, valores y prácticas creyentes. Más aún: la dicha de evangelizar no es una dicha fácil. En no pocos lugares hallamos dificultades en este empeño. El "discurso cultural dominante" no sólo se muestra indiferente y refractario al anuncio; es declaradamente hostil a la Iglesia. La ridiculiza y le recuerda una y otra vez sus páginas oscuras: las cruzadas, la Inquisición, el caso Galileo, etc. Hay casos en los que esta obsesión por "el pasivo del pasado" eclesial es tan tenaz como enfermiza.

Además, en estas sociedades modernas se da una especie de anorexia teologal, que fácilmente nos puede contagiar a nosotros. La vida se desenvuelve en el ciclo de dos actividades básicas: producción y consumo, trabajo y ocio consumista. El mercado no para de ofrecer productos nuevos y la propaganda azuza nuestros deseos. Se dice que los grandes almacenes son las nuevas catedrales, y, sin duda, son espacios muy concurridos. Las máximas que se nos inculcan indirectamente son éstas: "tanto vales cuanto produces", "tanto vales cuanto consumes". El prototipo de hombre es el ejecutivo. Cabalmente, hará cosa 10 o 15 años hicieron una encuesta a ejecutivos. Se les presentó una lista de palabras para que señalaran las que sonaban bien y las que les resultaban disonantes. Entre las últimas figuraban estas dos: "sacerdote" y "misericordia". Un ejecutivo ha de ser un hombre duro, sin entrañas. Y el sacerdote debe de ser para él un bicho raro, residuo de un mundo y un tiempo que agonizan, o ya definitivamente muertos, una persona a la que ya de entrada se la ve sin prestigio ni significación.

En fin, otra dificultad estriba en que vivimos en la "cultura de la impaciencia", de lo inmediato, de lo instantáneo. Se buscan soluciones rápidas, y se induce más a la búsqueda de lo gratificante que de lo significativo. Los procesos lentos, como son los propios de un itinerario religioso y sapiencial, no son atrayentes. Una pintada rezaba así: "la sabiduría me persigue, pero yo corro más".

Proponemos ahora unas breves reglas para nuestra misión. Y la primera es que siempre es tiempo de misión. No esperemos a que vengan "tiempos mejores". Confiemos en el Señor, como Pedro, que, cuando Jesús le dijo: "rema mar adentro y echa la red", le respondió: "en tu palabra, echare las redes".

Vivimos en situación de diáspora. Pero recordemos que el estilo de vida de los judíos de la diáspora despertó atracción en no pocos paganos, los temerosos de Dios; y que las pequeñas comunidades de los orígenes cristianos llevaron a cabo una sorprendente labor evangelizadora.

Actuemos con modestia, sin protagonismos. Y practiquemos el boca a boca, el diálogo de hombre a hombre, de corazón a corazón. Nos corresponde proponer, no imponer.

No es motivo para retraerse el saber que no disponemos de grandes medios, que nuestros recursos son limitados, que sólo contamos con cinco panes y dos peces. Basta saber que somos una "fuerza débil": la fuerza del Señor lleva su obra adelante a través de nuestra debilidad.

Sigamos creando un tejido de comunidades vivas que se alimentan en la palabra, la oración, la eucaristía y que se saben convocadas al servicio.

Pidamos al Señor, como los primeros evangelizadores, según narra el libro de los Hechos, un espíritu de valentía. Pidámosles buen juicio para saber cómo actuar en cada momento.