Páginas Marianas

De los salones al penal, Hermann Cohen

Autor: Padre Pablo Largo Dominguez 

 

 

Volvemos al siglo XIX. No fue sólo siglo de revoluciones políticas y sociales. Ya sabemos, por la historia de A. M. Ratisbona, que fue también tiempo de profundos cambios y conmociones interiores. Porque quizá lo peor es, como recuerda el Apocalipsis, no ser ni frío ni caliente, los estados de indiferencia e insensibilidad, una apatía general ajena a toda protesta y toda esperanza. El converso que presentamos hoy es Hermann Cohen (1821-1871), otro judío, nacido en Hamburgo (Alemania). Nos invita a que nos asomemos a su camino y a encrucijada en que se va a encontrar con María.

Algo más que una velada musical

Dotado de un prodigioso talento para la música, parte con dirección a París, donde pasa a ser el alumno preferido de Franz Liszt y seduce los salones de la capital francesa a la edad de 13 años. Las utopías revolucionarias del momento lo cautivan a él, que propugna la abolición del matrimonio, el terror, la desprivatización de los bienes, el disfrute. En Suiza, adonde acompaña a Liszt que se ha fugado con la condesa Marie d’Agoult, prosigue la vida de placer. Pero esta forma de vida aparentemente tan envidiable está de continuo asediada por la inquietud. Se siente atenazado por unos poderes de los que no puede zafarse: «¡Oh, la horrible esclavitud! Yo también la he experimentado: estaba amordazado, encadenado por esos hierros de forzado... Comprendía que había que romper esos hierros... pero me sentía impotente».
A los 26 años el príncipe de la Moskova le pide que lo sustituya en la dirección de un coro de aficionados durante las solemnidades del mes de María en la iglesia de Santa Valeria, en París: «Acepté, únicamente inspirado por amor al arte musical y la satisfacción de hacer un favor. Cuando llegó el momento de la bendición con el Santísimo, sentí una turbación indefinible. Me vi arrastrado, sin que tomara parte mi voluntad, a inclinarme al suelo. Al volver el viernes siguiente me sentí impresionado absolutamente de la misma manera y me sobrevino la idea súbita de hacerme católico». Poco más tarde asistirá repetidas veces a Misa en esta iglesia y se pondrá en contacto con el abate Legrand, un hombre instruido, modesto, abierto, “que lo esperaba todo de Dios y nada de sí mismo”.
En agosto se encuentra en Ems (Alemania) para dar un concierto. Asiste a la misa dominical en la iglesia católica. En el momento de la elevación no puede contener las lágrimas. Hace ante Dios una confesión general de las faltas cometidas desde la infancia, que le producen asco y repulsión; pero a la vez siente, con una calma desconocida, que Dios le perdonará. Se resuelve a amarlo por encima de todo y a convertirse a Él. Piensa que debe su “conversión eucarística” a la Virgen María: «María me ha revelado la Eucaristía, María me ha dado la Eucaristía». Dice también: «Mes de María, mes de las flores... mes de mi conversión, yo te saludo. Sí amo a María. he resuelto elegirla por compañera de mi vida, por arca de mi alianza, por puerta de mi cielo, por consoladora de mis aflicciones». Decide, en consecuencia, tributarle un culto especial. De vuelta en París, Legrand lo pone en contacto con Théodore Ratisbonne, el hermano de Alphonse Marie Ratisbonne, y recibe el bautismo el 28 de agosto de 1847 en la capilla del Instituto de Nuestra Señora de Sión.

La adoración eucarística


Los dos años siguientes se dedica a pagar las deudas contraídas durante la vida desarreglada y de bohemia que había llevado anteriormente. Alquila una modesta habitación en la calle de la Universidad y frecuenta iglesias en que está expuesto Cristo Eucaristía. Cierta tarde entra en la capilla de las Carmelitas. Adora al Señor manifiesto en la custodia, sin contar las horas. Una Hermana tornera llega y da la señal de salir. Hará falta un segundo aviso. Hermann dice a la religiosa: “Ya saldré cuando lo hagan las personas que se hallan al fondo de la capilla”. Ella repone: “Pues no saldrán en toda la noche”.
Él sale del oratorio y se dirige rápidamente a casa de Monseñor de la Bouillerie: “Acaban de hacerme salir de una capilla, exclama, en la que unas mujeres estarán toda la noche ante el Santísimo Sacramento”... Monseñor de la Bouillerie, que había establecido en 1844 una pequeña asociación para la Adoración nocturna en casa, responde: “Bien, encuéntreme hombres y les autorizo a imitar a esas buenas mujeres, cuya suerte ante Nuestro Señor envidia usted”. Desde el día siguiente halla Hermann la respuesta necesaria. Este episodio de la capilla de las Carmelitas sucedía en noviembre de 1848. Pues bien, en diciembre ya está fundada por él y por Mons. de la Bouillerie la asociación de adoración nocturna masculina.
Hermann se siente atraído por la Orden del Carmen, que la tradición ha vinculado con el profeta Elías y el monte Carmelo, una orden –dice él mismo– de verdaderos judíos, hijos de los profetas que esperaban al Mesías, que creyeron en él cuando vino y que han heredado el espíritu de Elías e imitado la vida de Cristo. Recibirá el hábito bajo el nombre de Agustín-María del Santísimo Sacramento.
Ordenado en 1851, predicará en Lyón, París, Berlín, Ginebra, suscitando numerosas conversiones y una devoción ferviente a María y a la Eucaristía. En París pide perdón por sus escándalos del pasado: «He venido cubierto con un hábito de penitencia... La Madre de Jesús me ha revelado la Eucaristía, conocí a Jesús, conocí a Dios y pronto fui cristiano... Dios, hermanos míos, me ha perdonado... ¿No me perdonaréis también vosotros?».
En Lyón funda el año 1859 una cofradía para dar gracias a Dios por sus dones, sobre todo por el Don de Dios por excelencia, la Eucaristía. Restablece la Orden carmelitana en Inglaterra y funda casas de adoración del Santísimo. La conversión lo mueve a volcarse en una intensa actividad evangelizadora y en proyectos de fundaciones. Aquel viejo desasosiego se canaliza ahora hacia la creación de movimientos de espiritualidad centrados en la eucaristía, que es condensación de toda la historia de amor de Dios por su pueblo, compendio del misterio de Cristo y de la entrega con que se desvivió literalmente por nosotros, momento cumbre de la vida eclesial; y que es también, para quien se deja envolver por su energía pascual, fuente de entrega sin reservas e impulso a desgastarse por la multitud. Lo vamos a comprobar de inmediato.

“Estuve en la cárcel y me visitasteis”

De regreso en Tarasteix (Francia), padece una enfermedad ocular que requiere operación. Hace una novena a la Virgen de Lourdes en la gruta de las apariciones, se lava diariamente con agua de la fuente milagrosa y al noveno día se produce la curación súbita y completa.

Experimenta en propia carne las consecuencias del conflicto entre Francia y Prusia, se ve rechazado y perseguido por su doble condición de monje y de alemán, pero se puede refugiar en Ginebra. Poco después está de capellán en Spandau, donde atiende a más de 5.000 prisioneros franceses. Se vuelca en su servicio, y en el ejercicio del ministerio contrae la viruela. El 15 de enero recibe los últimos sacramentos, canta el Te Deum y la Salve y recita el De profundis. El día 20, mientras una religiosa que lo vela canta a petición suya la Salve, expira serenamente. Nos deja el mensaje de amar a Dios sobre todo, vivir el seguimiento de Cristo pobre y crucificado, vivir eucarísticamente (haciendo de nuestra vida una acción de gracias, dejando que Cristo reproduzca en nosotros su entrega hasta el final) y un vínculo entre María y la Eucaristía cuyo porqué nos habría gustado conocer más a fondo.
No nos sorprendería nada que, si él y María Benedicta Daiber se hubieran conocido en esta vida, se habría estrechado entre ellos una sintonía inmediata, una amistad profunda, como tantas otras que conocemos por la historia.