Les abrió el entendimiento

Domingo III de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Jesús nos conoce. Sabe que necesitamos certezas para vivir, unas certezas bien afianzadas; así que se hace presente, muestra las manos y los pies a los discípulos e incluso se ofrece a que se los toquen, y hasta se sienta a la mesa con sus seguidores. Realiza este gesto, tan extraño a primera vista, para despejar la última nube de duda que se haya quedado rezagada en sus mentes. No puede hacer más para que se cercioren de que está vivo.

Pero el Señor conoce a los discípulos y sabe que las certezas no bastan. La acción siguiente será abrirles el entendimiento para que comprendan las Escrituras y se den cuenta de que su muerte tenía sentido y era paso obligado para la resurrección. Ellos sabían demasiado bien que Jesús había muerto y de qué manera había muerto. Lo que no entendían es por qué, siendo el que esperaban, siendo el que era, tenía que morir, y morir como murió. Jesús tiene que recobrar sus artes de maestro y explicar punto por punto cómo todo entraba en el designio de Dios. No les bastaba esa certeza cruda de la muerte, como tampoco la certeza cruda de la resurrección. Había que asimilarlas, ver su encaje, percibir su oculto sentido, dejarse embargar por su verdad.

“¿Por qué?”, “¿por qué?”: es una pregunta muy frecuente, una pregunta que nace de las experiencias de dolor. ¡Qué razón tenía el filósofo que decía: “quien tiene un porqué es capaz de soportar cualquier cómo”! Cuando comprendemos, las cosas ya no nos golpean con tanta fuerza, podemos aceptarlas mejor, decir: “está bien, está bien. Ya no me resulta absurdo, ya puedo cargar con ello, ahora le veo un sentido a lo que ha pasado”. Podemos decirlo aunque no entendamos del todo lo que ha sucedido y nos siga desbordando. Pero ya estamos más pacificados.

La madre de Jesús no aparece para nada en estos relatos pascuales. Ni siquiera el tercer evangelio, que tan bien nos la pinta en los dos primeros capítulos, hace la menor mención de ella. Con todo, viene muy a cuento que la recordemos aquí. También a ella la impresionaron otros episodios de la vida de Jesús. Recordad el relato del niño perdido y hallado en el templo, que tiene cierto pregusto de pascua. También ella preguntó aquel tercer día por qué. No adivinaba el motivo que pudo tener Jesús. Y encontró una respuesta que la desbordaba. ¿Qué hizo ella? Guardaba aquellas experiencias y les daba vueltas en el corazón. Así se amansaban los golpes, se acallaba la pregunta, se despejaba poco a poco la enigmática respuesta. Su corazón, el corazón de María, es un corazón sabio y se vuelve un corazón cada vez más sabio.

Los discípulos tenían una herramienta a mano, pero no la sabían utilizar: las Escrituras, es decir, los salmos, los profetas, la ley de Moisés. ¿Cómo no pedir hoy al Señor que nos abra el entendimiento? Con el libro de su vida y con el libro de las Escrituras podremos aprender a leer nuestra historia, con los malos tragos que también nos han tocado o nos tocan en suerte. “Dame la sabiduría, asistente de tu trono. Mándala de tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor”: es la oración que el libro de la Sabiduría pone en labios de Salomón. Que ella nos asista en nuestros trabajos, para entender y aceptar mejor lo que tienen de penoso; que ella nos guarde en el esplendor de la Pascua de Cristo. Los discípulos supieron cuáles eran los trabajos que les tenía reservados Jesús. Los narran los Hechos de los Apóstoles, como los referirá también el apóstol Pablo. Y nos narran también los consuelos que Dios les dio, pues el Espíritu los acompañaba en sus caminos, unos caminos de Pascua.