Domingo II de Adviento, Ciclo A

Paz en la tierra

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

Vivimos en un mundo demasiado marcado por conflictos. Las manifestaciones de este fenómeno son incontables: guerras, tensiones internacionales, enfrentamientos tribales, terrorismo, fanatismo, competencia desleal, violencia doméstica, violencia de género, violencia en las aulas, que de espacios para la educación en la paz parece que se convierten cada vez más en escenarios de peleas, rechazos y agresiones... Uno de los grandes anhelos es el de la paz, pero ésta es también una realidad muy frágil y precaria.

En la misa de medianoche de Navidad entonamos el Gloria y escuchamos en el evangelio la buena noticia del ángel: "paz en la tierra a los hombres que ama el Señor". Ese mensaje de la paz resuena ya en este segundo domingo de Adviento. Oímos varias llamadas a acoger la paz y a ser servidores de la paz.

Una primera llamada nos llega desde las palabras de Juan Bautista. Nos apremia a reconciliarnos con Dios emprendiendo un camino de conversión. Nos podemos preguntar: ¿hasta qué punto soy creyente?; ¿me pongo en las manos de Dios?; ¿soy buscador de Dios?; ¿me entrego de verdad a Él?; ¿escucho su palabra?; ¿qué calidad tiene mi oración?; ¿hay acaso demasiada mediocridad en mi vida?; ¿se inspira ésta en el evangelio en los pasos que doy, en las opciones que adopto? Ojalá resuene esta llamada en lo más íntimo de cada uno.

La segunda llamada viene del apóstol Pablo. Nos intima a que los cristianos vivamos en paz unos con otros, a que practiquemos la acogida y busquemos la unanimidad, o al menos un mejor y mayor entendimiento. La Iglesia está llamada a ser un símbolo de comunión, pero nos podemos preguntar si más de una vez no aparece como un símbolo roto, si no nos excomulgamos de hecho unos a otros. La eucaristía es el banquete de los reconciliados. En el rito de comunión rezamos juntos el Padrenuestro, nos damos fraternalmente la paz, compartimos el mismo pan en la misma mesa. Que esos gestos sean expresión también de nuestra voluntad de paz y de reconciliación con las personas con que tratamos, dentro de esos círculos que son la comunidad cristiana, la familia, el vecindario, el lugar del trabajo.

La tercera palabra no es una llamada, es más bien una profecía, una invitación a esperar el don de una paz universal. Ha sido el profeta Isaías quien ha mostrado la reconciliación que trae el renuevo de Jesé, el príncipe de la paz, que para nosotros tiene un nombre inconfundible: Jesucristo. En el comportamiento de los animales vemos un reflejo de lo que son demasiadas veces nuestras relaciones humanas. Decimos: "el pez grande se come al chico", "se llevan como el perro y el gato". Conocemos fábulas que hablan del lobo y el cordero, o del león y los animales con que formó sociedad de beneficios. Podemos recordar otra historia, que nos muestra los instintos animales y que nos revela también cuál es el estilo de Jesús:

Un escorpión pide a una rana que lo pase a la otra orilla. La rana no debe tener miedo, porque el escorpión le promete que no la dañará en la travesía. Si lo hiciera, él mismo moriría ahogado. Pero en el trayecto la pica. Se queja la rana moribunda. Él se excusa: "lo siento, es mi condición". Luego, un hombre ve su esfuerzo por llegar, se apiada, lo toma en la mano y lo saca. Él pica la mano salvadora. El hombre se la sacude de dolor, y el escorpión cae de nuevo al agua. La escena se repite por segunda vez. Al tercer intento, un espectador pregunta: "¿por qué haces eso, si cada vez vuelve a picarte?". Él responde: "Ya comprendo..., pero es mi condición".

La paz sólo puede ser don de Dios, porque esa es la condición de Dios. Pero nosotros, como hijos suyos, participamos ya de esta condición y podemos cooperar a la venida de la paz pidiéndola al que es su fuente y practicando los gestos señalados antes, y tantos más. El tiempo de Adviento es un tiempo de espera, pero de espera activa, esperanzada. Que este Adviento sea un camino de paz y una verdadera marcha por la paz. Que vivamos como hijos de la paz.