Domingo II de Adviento, Ciclo B

El Señor viene

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

1. Así, de repente, con una especie de clarinazo, comienza el evangelio de Marcos. Sin demorarse en prólogos ni en otras historias, nos pone delante la figura de Juan Bautista, enlazándola con una combinación de profecías para tiempos de desaliento, pero también de anhelante espera. Isaías anuncia: el exilio del pueblo en Babilonia, lejos de la patria, lejos de la ciudad santa de Jerusalén que yace en ruinas, lejos del templo erigido por Salomón, ese templo que era el encanto de los ojos del pueblo y que ahora se encuentra expoliado y destruido, ese exilio será pronto historia pasada. Las viejas ruinas rompen a cantar. A los desterrados se los invita a ponerse en marcha.

Ahora se reeditan, pero ya en edición definitiva, los presagios del pasado: viene el Esperado, y Juan, como un pregonero, como el alguacil de los tiempos nuevos, proclama a los cuatro vientos la noticia sacudiendo al pueblo de su pecado de modorra, de desesperanza, de olvido de Dios o de infidelidad a la alianza. Nos hace evocar los tiempos de Josué, cuando el pueblo que peregrinaba por el desierto está a punto de cruzar la frontera y se sumerge en el Jordán. Hay que reiniciarse en aquella experiencia de frontera, aquel gran rito de paso. Hay que sumergirse de nuevo en las aguas del Jordán. Hay que cruzar otra vez el umbral de la tierra prometida con un corazón purificado. Quizá pueda aún verse libre de la amenaza que se cierne sobre él. El pueblo rehace física y espiritualmente aquel camino, para ser un pueblo bien dispuesto.

2. Pero lo que el evangelista declara de forma expresa no es tanto el camino que recorre el pueblo, sino el camino del mismo Señor. Hay que hacérselo practicable. Y ése es el acento que nosotros podemos recuperar. Otra vez resuena hoy el clamor: "preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos". Se anuncia que él viene, que acorta y salva distancias, que se va a hacer presente.

! Quizá algunos digan: sí, Dios, el único absolutamente absoluto, viene en el derrumbe de algunos fenómenos que en nuestras culturas habían sido endiosados o, al menos, semidivinizados. Cuando se les ha quitado la careta o se les ha caído la máscara hemos podido comprobar su verdadero rostro y su poder letal y devastador: recordemos las ideologías-idolatrías totalitarias de la nación (el nazismo) o del estado (el comunismo soviético); los desastres causados en el expolio de la naturaleza por cierta ideología del progreso y una ilimitada avidez de dinero; o los estragos que producen en las sociedades la fiebre del poder, la codicia de riquezas (denunciada ya como idolatría en la obra de Pablo), la entronización de la fuerza como razón suprema, la exaltación del sexo unida a su práctica incontrolada, la demiurgia de quienes quieren fabricar vida humana y juegan con células madre como aprendices de brujo, etc. Esa vuelta parcial a cierta cordura, a respetar unos órdenes, a no convertir los medios en fines (caso bien claro del dinero), a supeditar el poder a los debidos controles en un sistema social en que las personas participan con responsabilidad, a imponerse ciertas moratorias en experimentos tan delicados como los relacionados con la vida, etc. sería como una venida de Dios.

! Otros se atreverán a declarar: sí, Dios, nostalgia nuestra, viene de algún modo en el retorno algo o bastante anárquico y salvaje de la religión. Porque tenemos el sentimiento de haber perdido la dimensión de profundidad de la vida: sea porque hay demasiada banalidad; sea porque se ha dado una hipertrofia de otras dimensiones que han estrangulado esa dimensión de profundidad; sea porque vivimos en exceso ajetreados y nos da cierto miedo entrar en nosotros mismos, estar con nosotros mismos y meditar; sea porque se fomenta demasiado el espectáculo y estamos demasiado enganchados a la "droga" del entretenimiento, para el que hay una oferta variada (basta leer los suplementos que ofrece la prensa: programas de televisión, fines de semana, viajes y vacaciones...). Pero hay personas que dan la espalda a esos hechizos y se vuelven buscadoras.

! Quizá bastantes afirmen: el Dios único e inabarcable viene en el encuentro y diálogo de las religiones, es decir, de los hombres y mujeres religiosos, sean líderes o sencillos fieles, en sus jornadas de oración por la paz, en las buenas relaciones y la recíproca ayuda en la vida diaria, en los compromisos mancomunados por la justicia.

! No faltará tampoco quien diga: el Dios uno con unidad de amor y trino con trinidad de personas está viniendo en los renovados impulsos y los nuevos caminos hacia la unidad de los cristianos, en los acuerdos ecuménicos que se están firmando, en la cooperación de cristianos de una u otra confesión al servicio de la paz, la justicia y la integridad de la creación.

! También habrá quien señale acaso los nuevos movimientos que -nos dirá- suscita el Espíritu en el interior de la Iglesia para renovar su vida y mostrar nuevas formas de vitalidad y fecundidad de esta vieja Iglesia: "Envías tu Espíritu y los recreas, y repueblan la faz de la tierra".

! Los creyentes que trabajan por la paz y la justicia (y esos son los verdaderos creyentes) celebrarán la venida de Dios y su Reino cuando esos valores movilizan a las personas, los grupos humanos, las colectividades que anhelan un mundo justo y cobran, gracias a su trabajo denodado y tantas veces a su pasión martirial, más espesor, más firmeza, más estabilidad en las sociedades.

! Otros pueden decir: Dios viene con su apelación desde el sufrimiento de personas muy cercanas y de grupos humanos marcados por la desgracia.

! Una mujer, o una pareja, que esperaba un hijo y por fin la madre lo ha podido dar a luz quizá ha sentido muy cercana la bendición de Dios: se han sentido visitados por Dios en el regalo que es esa criatura deseada y por fin presente.

! Otros han experimentado la venida del Dios santo y santificador en la liberación de la culpa, pues la justificación y rehabilitación del pecador es una de las obras cumbres de Dios, el Dios que crea y recrea, el que hace que sobreabunde su gracia donde abundó el pecado.

3. Sin duda, Dios está en todo por esencia, presencia y potencia, como decía nuestro viejo catecismo. Sin duda, Dios habita en los justos en gracia, como también nos enseñaba el texto de religión. Pero de Dios podemos decir también de algún modo que "acontece", que cobra una nueva forma de presencia, que, como dueño de su iniciativa, no se estanca en un simple estar inerte. Podemos así atrevernos a balbucear con cierto sentido del advenimiento de Dios a nuestra vida e historia.

Esto adquiere sentido y se entiende mucho mejor cuando contemplamos a Cristo y hablamos del advenimiento de Dios en Él. Él es el Emmanuel. Él viene a nosotros "en cada hombre y en cada acontecimiento", nos dice la liturgia. En Él ha venido y viene Dios como Padre, en Él ha venido y viene el Reino, pues Él es el Reino en persona. A su encuentro vamos en los sacramentos de la Iglesia: a ser sumergidos en su Pascua, en su morir y vivir, en su autoentrega, para participar de ellos. En la comensalidad eucarística, una comensalidad que tiene sus antecedentes y sus consiguientes en tantas formas de comensalidad; en la diakonía eucarística, que tiene sus anticipaciones y prolongaciones en tantas formas de servicio, viene el Señor: sentándonos a la mesa, viene como anfitrión y como alimento; por el don de los múltiples ministerios que se ejercen en acto segundo, viene impulsándonos a servir. Viene como redentor en el sacramento de la reconciliación, devolviéndonos la condición de hijos acogidos de nuevo en la casa.

Si en ocasiones notamos vacilación y perplejidad a la hora de hablar de una venida de Dios en fenómenos y acontecimientos de nuestra época, si nos sentimos torpes a la hora de discernir esas formas de aparición, por la fe creemos en la parusía secreta y viva de Cristo en las celebraciones de su Iglesia. Necesitamos seguir discerniendo aquellas venidas, y a ello nos ayudarán estas presencias.