Yo soy la puerta de las ovejas

Domingo IV de Pascua, Ciclo A

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

 

"Yo soy la puerta de las ovejas". Es una más de las revelaciones que Jesús hace sobre su persona en el cuarto evangelio. Recordemos algunas: "Yo soy el pan de la vida", "yo soy la luz del mundo", "yo soy el buen pastor", "yo soy el Hijo de Dios", "yo soy la resurrección", "yo soy el camino, la verdad y la vida", "yo soy la vid verdadera". A través de todas estas líneas, convergentes, se va dibujando la imagen de Jesús; a través de todas estas voces, armónicas, suena una verdadera sinfonía del misterio del Señor. Nos detenemos ahora en la revelación proclamada en el evangelio de hoy: "yo soy la puerta de las ovejas".

La puerta es ese vano en la pared que permite el paso a un lado o a otro de ella. La puerta de un redil deja entrar en su interior y salir al exterior. Y en algo tan simple como eso descubrimos la importancia particular que tiene la puerta: une y separa el camino y el descanso, el pasto y el cobijo, el sustento y la seguridad, el cielo abierto y el techo bajo el que guarecerse, el afuera y el adentro, la exterioridad y la interioridad. De ese modo podemos decir que es el punto de articulación de dos dimensiones esenciales de la vida, de nuestra misma vida humana.

Un muro o un local que no tiene puerta, o que tiene la entrada tapiada, se convierte en una cárcel, nos deja recluidos y encerrados, sin libertad para salir al exterior y movernos de un lado a otro. Pero, cuando estamos fuera, un muro sin puerta nos deja en la inseguridad, a la intemperie, expuestos al peligro. La puerta es ese vano, hueco o brecha en que se cruzan y ensamblan dentro y fuera, seguridad y libertad, recogimiento y apertura de horizontes.

Jesús es la puerta de las ovejas. Porque él nos da acceso al misterio de Dios, él nos ha franqueado la entrada en el hogar del Padre. Con su resurrección ha entrado en la gloria de Dios y nos ha abierto camino para que entremos con él. Nos dice que no somos unos expósitos y que la comunión con el Dios de la vida no está cerrada a cal y canto para nosotros, sino que se nos dispensa con munificencia. Nos ha abierto para siempre y de par en par las puertas de la misericordia y de la vida. Y, por otro lado, Jesús nos permite movernos en el mundo con un corazón y unos aires de mayor libertad, pues, a pesar de tantos males como podemos sufrir en la tierra, el mundo entero está bajo el señorío de Dios y no podrá destruirnos. Un obispo africano contaba la siguiente historia personal.

Era ya una persona adulta cuando se hizo cristiano. Después de pasar por el catecumenado accedió al bautismo. Después de bautizarse, firmemente persuadido del señorío universal de Cristo, salió del poblado y se dio un paseo por la jungla. ¿Que dónde está la gracia del asunto? Muy sencillo. Este bautizado se dijo a sí mismo: "si Cristo tiene pleno poder en el cielo y en la tierra, no sólo puedo moverme tranquilo dentro del pequeño perímetro del poblado; puedo también salir al espacio exterior, en que pululan –dicen que pululan– los malos espíritus, y puedo salir porque donde manda Cristo no mandan los malos espíritus; puedo caminar con la cabeza erguida, esa noble testa sobre la que se ha vertido el agua bautismal; puedo decir con mi paso seguro que todas esas oscuras potestades que infestan –dicen que infestan– el mundo han sido encadenadas por Cristo; puedo pisar con energía todos los miedos interiores que me agarrotaban los músculos y no me dejaban moverme por el ancho mundo".

El Señor es la puerta de las ovejas. Que él nos permita caminar por una senda de creciente libertad, que él nos haga sabernos hijos que tienen acceso a su Padre por la fe y la oración. Este día, jornada mundial de oración por las vocaciones, oramos de modo especial por todos los que han recibido la vocación al ministerio sacerdotal en la Iglesia. Que puedan escuchar personalmente las palabras que tantas veces recordó Juan Pablo II: "no tengas miedo", que puedan saborear la libertad que nos trajo el Buen Pastor, que se sientan habitados por la certeza de que Cristo ha encadenado las potestades oscuras del mundo, que puedan vivir la entrega que el Buen Pastor vivió para dar vida y dar su vida.