Domingo V de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Pablo Largo Domínguez

 

           

Las tres lecturas de hoy nos ayudan a comprender el tiempo que estamos viviendo los creyentes a partir de la Pascua del Señor: es el tiempo de su ausencia, el tiempo de la fraternidad, el tiempo de la perseverancia, el tiempo de la esperanza.

1. Este tiempo es el tiempo de la ausencia del Señor. Mejor dicho: de cierta ausencia. Las palabras de Jesús en el breve pasaje del evangelio suenan a despedida. Le queda poco tiempo de estar con los discípulos, ha comenzado ya la cuenta atrás de su partida. Esta partida no es simplemente la muerte, y para de contar. En modo alguno. Es el momento de dejar este mundo y de ir al Padre. En la aparición a María Magdalena dirá: “subo a mi Padre y vuestro Padre”. Eso significa la Pascua del Señor: el paso que da a través de la muerte a una vida plena cabe Dios Padre. Pero no hablemos de una ausencia total. El mismo Jesús dirá en este discurso de despedida: “si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Esto vale de cada discípulo, de cada uno de nosotros; esto vale para las comunidades cristianas, vale para la Iglesia toda.

Si Jesús ha resucitado, es tiempo de abrirnos a esa presencia secreta, tiempo de acogerlo para que sea la Vida de nuestra vida.

2. Este tiempo es el tiempo de la fraternidad. Lo que ha de distinguir a los discípulos no es una simple señal exterior: el hábito no hace al cristiano, sino la forma de habernos los unos con los otros; lo que ha de distinguirnos no es únicamente la cruz que llevamos al cuello, sino la forma de llevar los unos las flaquezas de los otros al modo como Cristo llevó nuestras flaquezas; lo que ha de distinguirnos no es la vida que nos damos, así, a secas, sino la vida que nos damos mutuamente; lo que ha de distinguirnos no es un régimen alimenticio especial que hayamos de seguir, sino el gesto de compartir los alimentos, como Jesús tomaba el pan, lo partía y se lo daba a los discípulos; lo que ha de distinguirnos no es precisamente la habilidad con que nos ponemos la zancadilla unos a otros, sino el gesto que Jesús realizó con los suyos aquella misma noche de despedida, el gesto que les mandó realizar: lavarse los pies recíprocamente, estar en medio de los demás como el que sirve.

Si Jesús ha resucitado, es tiempo de vivir la fraternidad. Lo mismo que él posee una vida nueva que no envejece ni tiene fecha de caducidad, tampoco envejece ni caduca su mandamiento nuevo.

3. Este tiempo es el tiempo de la perseverancia. Así lo recuerdan los Hechos de los Apóstoles. Pablo y Bernabé visitaban las fundaciones cristianas “animando a los discípulos a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,21). Si ser cristiano le dura a uno lo que le dura el primer entusiasmo, o lo que dura el encanto que puede tener la novedad, esa condición de cristiano se parece a un sarampión o al estreno de unos zapatos. El primer entusiasmo se nos puede evaporar con facilidad. No dejar a Jesús ni a sol ni a sombra, estar con él a las duras y a las maduras: eso es lo posible y lo necesario.

Si Jesús ha resucitado, es tiempo de echar raíces, hondas raíces, en épocas de intemperie, como es la nuestra.